P. Carlos Cardó SJ
"¡Dichosos los ojos de ustedes, que ven!; ¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! Yo se lo digo: muchos profetas y muchas personas santas ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo vieron; desearon oír lo que ustedes están oyendo, y no lo oyeron".
En la conmemoración de Joaquín y Ana, padres de María, abuelos de
Jesús, la liturgia ve en ellos el cumplimiento de las palabras de Jesús: Dichosos
sus ojos que ven y sus oídos que oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos
ansiaron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, y
no lo oyeron.
Estas palabras de Jesús se refieren a sus discípulos, que constituyen
para Él su verdadera familia porque escuchan la Palabra y la cumplen (Lc
8, 21; Mt 12, 50). Son los que están cerca de Él. A ellos se les ha dado conocer los secretos del reino. Conocer la voluntad
del Padre, la participación en su amor por medio del Hijo. A ellos se les
revela el designio (el misterio escondido) de Dios en la historia, que queda
oculto a los sabios y entendidos de este mundo.
Por medio de Jesús, se han revelado los misterios del Reino de
Dios a los que creen en Él, en especial a los pobres y a los sencillos. Por
esto, Jesús ha dado gracias a su Padre: Te doy gracias, Padre, Señor de
cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se
las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo
me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
A estos puros y sencillos de corazón que verán a Dios (Mt 5, 8), Jesús
los declara bienaventurados y les anuncia la gracia que les abrirá la mente para
comprender todo lo que Él nos ha revelado.
A quien se acerca a Jesús y le sigue se le concede aquello que los
antiguos profetas y justos (patriarcas, profetas, reyes) ansiaron ver e
intuyeron que tendría su cumplimiento en el tiempo fijado por Dios. Todos ellos
murieron sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y
creyéndolo, y saludándolo (Hebr 11, 13). Incluso de Abraham, padre del
pueblo de Israel, dice Jesús: se alegró mucho con la esperanza de ver el día
en que yo vendría al mundo; lo vio, y le causó mucha alegría (Jn 8, 46).
Ser de la familia de Jesús, oír su Palabra y llevarla a la
práctica requiere de la gracia del Padre que nos abre los ojos para ver su luz,
los oídos para escuchar atentamente y el corazón para mantener el deseo de su presencia.
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