P. Carlos Cardó SJ
Muchos judíos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano.
Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa. Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día».
Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
El texto forma parte de la sección dedicada a la resurrección de
Lázaro. En ella el evangelio de Juan da respuesta al anhelo de felicidad
eterna, proclamando uno de los contenidos centrales del mensaje cristiano: la victoria
de Cristo –y la nuestra– sobre el último enemigo del ser humano, la muerte (1 Cor 15,26).
Además, el evangelio de Juan expresa reiteradamente la convicción
de que la resurrección consiste en creer en Jesús: quien cree en Él, aunque
muera, vivirá (v.25), no morirá para siempre (v.26). Creer en Jesús es participar,
ya aquí en la tierra, de la vida de Dios, que es amor. Por eso, en su primera
Carta, añade Juan: Y nosotros sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. Quien
no ama, ya está muerto (1 Jn 3,14).
Desde esta perspectiva, se puede decir, pues, que el milagro en sí
de la vuelta de Lázaro a la vida no es lo más importante en el relato de Juan,
porque su interés se centra más bien en lo que experimentan sus hermanas Marta
y María. Como comentaba acertadamente el cardenal Carlo M. Martini, Lázaro sale
temporalmente del sepulcro, para volver a él años después. Las hermanas, en
cambio, salen de su aldea de Betania (que en hebreo significa casa del afligido), donde reinaba el
llanto y el luto, para encontrar allí mismo, en esa misma tierra, al Señor de
la vida. El hermano vuelve a su vida mortal de antes, sus hermanas alcanzan la
fe en Jesús y con ello pasan a la vida inmortal, a la vida que resucitará de la
muerte y se mantendrá en comunión con Dios en su eternidad.
Esta parte del relato de Lázaro vuelto a la vida resalta la figura
de Marta. Mientras María se queda en casa –sentada,
dice el texto, para señalar su estado de aflicción–, Marta sale al encuentro
de Jesús para acogerlo y recibir su condolencia. Al verlo, le dirige una
súplica cargada de fe en el poder divino que obra en Él y, al mismo tiempo, un
reconocimiento de su propia incapacidad para evitar la muerte de su hermano. Es
la pobre que sabe que sólo Dios puede cambiar las cosas, no por sus méritos sino
por el amor que Él tiene a sus amigos.
Ya se lo habían mandado decir las hermanas cuando Lázaro estaba
grave: Señor, el que amas está enfermo. Ahora,
cuando ya no hay nada que hacer y a pesar del aparente desinterés mostrado por
Jesús, Marta reconoce que Él hubiese sido capaz de librar a su amigo de la
muerte: Señor, su hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero, aun
así, yo sé que todo lo que pidas a Dios, él te lo concederá.
Ella no ha perdido la fe, pero ha sido puesta a prueba por la
realidad inexorable de la muerte. Jesús la alienta a reafirmarla, haciéndole
ver que la resurrección, esperada para el lejano futuro de los últimos tiempos,
puede hacerse ver ahora por la fe. Para ello, Jesús la corrige y la orienta.
Marta debe dar el paso de la fe propiamente cristiana, que contiene, en primer
lugar, la certeza de que la resurrección nos viene por Jesucristo: Yo
soy la resurrección y la vida…, y, en segundo lugar, la posibilidad de
experimentar –por la misma fe– la realidad ya presente de la resurrección. La
vida eterna no es sólo futura sino presente. La forma de vida, que la fe
promueve, contiene ya el germen de aquella vida que crecerá y alcanzará su
plenitud después de la muerte.
Marta cree que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al
mundo. Con ello afirma lo central de la fe cristiana: que con
Jesucristo ha venido la vida que vence a la muerte y puede ser vivida ya en
este mundo. Dios, vida nuestra, no está fuera del mundo; nos ha venido en Jesús
y está con nosotros.
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