P. Carlos Cardó SJ
El tesoro escondido, ilustración de Jesús Mafa (Camerún
- 1973), perteneciente al proyecto El Arte en la Tradición Cristiana de la
Universidad de Vanderbilt, Nashville, Tennessee, Estados Unidos
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra".
Pero
no se trata de una obligación impuesta desde el exterior que se asume a
regañadientes, sino de una decisión fruto de la alegría: Por la alegría que le da… vende todo. Decisiones así se producen en
el campo del amor humano: quien encuentra a la persona que andaba buscando y
que lo llena de alegría, la prefiere por encima de las demás.
Ocurre
también con el amor a Dios: quien lo ama de verdad relativiza frente a Él todas
las cosas del mundo. No porque pierdan valor o atractivo, sino porque sólo
tienen sentido en función de lo que se ama. El Evangelio no dice que el
campesino del tesoro y el mercader de la perla echen todo a rodar, sino que
invierten lo que poseen para adquirir lo que vale más. Uno no “pierde” nada;
más bien lo gana todo. Dios no quita nada; más bien Dios lo da todo. Es la
razón por la cual, para seguir a Jesús, los discípulos dejan redes y barca,
esposa, hijos, campos. Pablo dirá que, ante la “sublimidad del conocimiento de
Cristo”, todo lo que antes era para él ganancia, lo considera pérdida (Fil 3, 8).
Tarde
o temprano todos nos enfrentamos con la necesidad de decidir y elegir algo que
puede marcar la vida para siempre y que implica necesariamente dejar de lado
otras posibles opciones que no dejan de atraer. Pero el hecho es que no se
pueden aprehender a la vez ambas cosas, aunque no siempre queramos reconocerlo.
La tentación fundamental consiste en pensar que no necesito realmente renunciar
a nada, que puedo hacerlo todo, mantener lo que antes tenía y lo que ahora me
propongo realizar, aunque se le oponga… Pero sin embargo, esto es falso, irreal.
En
este sentido las parábolas del tesoro encontrado y de la perla preciosa nos
hacen comprender que el amor de Dios, su reino, la persona de Jesús y su
mensaje, una vez descubiertos como el
valor supremo, llenan a la persona de una alegría tan íntima (“alegría inefable
y gloriosa”, dice San Pedro – 1Pe 3,8) que se determina a adoptarlo como el
sentido orientador de su vida, aunque haya otros caminos
que le ofrecen otras formas de ser feliz.
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