P.
Carlos Cardó SJ
Jeremías
se lamenta por la destrucción de Jerusalén, óleo sobre lienzo de Rembrandt van Rijn (1630), Museo Nacional de
Ámsterdam (Rijksmuseum), Holanda
Jesús comenzó a reprochar a las ciudades en que había realizado la mayor parte de sus milagros, porque no se habían arrepentido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han realizado en ustedes, seguramente se habrían arrepentido, poniéndose vestidos de penitencia y cubriéndose de ceniza. Yo se lo digo: Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que ustedes en el día del juicio. Y tú, Cafarnaún, ¿subirás hasta el cielo? No, bajarás donde los muertos. Porque si los milagros que se han realizado en ti, se hubieran hecho en Sodoma, todavía hoy existiría Sodoma. Por eso les digo que, en el día del Juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que ustedes.»Jesús reprocha a las ciudades galileas de Corozaim, Betsaida y Cafarnaum, donde ha realizado la mayor parte de su predicación y de sus milagros, el no haber aceptado su mensaje y no haberse convertido. Sus reproches están pronunciados como amenazas, pero muchos comentaristas las interpretan más bien como lamentos: dolor del amor no correspondido, dolor de Dios por el mal del hombre. Como los reproches de una madre al hijo que la desobedece y, al obrar así, se hace mal a sí mismo.
¡Ay
de ti! Lamento adolorido por la suerte de quien se niega a aceptar la
gracia, el regalo que Dios le hace: ven la obra de Dios pero lo rechazan. A
éstos los compara Jesús con Tiro y Sidón, ciudades opresoras que explotaban a
los pobres, y cuya injusticia les impidió acoger la Palabra. Se menciona
también a Sodoma, la ciudad corrupta. Pero todas ellas son menos culpables.
Ellas no vieron las maravillas del amor de Jesús, que Cafarnaum y las ciudades
galileas vieron.
Con el estilo propio de los profetas, Jesús pone en crisis,
conmueve el corazón endurecido, mueve a abrir los ojos. Su palabra juzga, pone
de manifiesto lo que hay en el hombre. Pero no condena a la persona; condena el
mal pero no a quien lo comete. A éste Jesús lo busca, le habla, lo conmueve y
está dispuesto a sanarlo. Por eso nos manda que amemos a todos, aun a nuestros
enemigos y que no juzguemos a nadie.
El texto hace ver que con sus actos libres de aceptación o rechazo
de la palabra de salvación que Jesús ofrece, se juega la persona su destino
final, en términos de felicidad o infelicidad, vida realizada plenamente o vida
echada a perder.
A medida que, por la acción del Espíritu Santo, nuestra conciencia
religiosa se desarrolla y purifica, a medida que maduramos en la fe, alcanzamos
a comprender que Dios sólo busca nuestra felicidad antes y después de la
muerte, que servirlo por la esperanza de premio o por el miedo al castigo, no
es un servicio auténtico. Uno llega a comprender que el castigo viene del mismo
mal que se comete. El mal daña, el pecado perjudica a quien lo comete.
Este es el mensaje central de este texto: Hay que aprovechar el
tiempo presente, en el que nos llega la llamada del Señor. No podemos recibir
la gracia de Dios en vano, dice Pablo, pues éste
es el tiempo favorable, éste es el tiempo de la salvación (2Cor 6, 2). El
Señor viene a nuestro encuentro hoy con el rostro del hambriento, del sediento,
del que anda desnudo o está enfermo o en la cárcel (Mt 25, 31-46), y en ellos quiere ser reconocido y servido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.