P.
Carlos Cardó SJ
Campo
de trigo con cosechador al amanecer, óleo sobre tela de Vincent Van Gogh (1889),
Museo Van Gogh, Ámsterdam, Países Bajos
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Los discípulos preguntan a Jesús del sentido de la parábola de la cizaña en el campo. La explicación que les da mueve a asumir con realismo la coexistencia del bien y del mal no solo en el mundo, sino también en la comunidad de los discípulos, y a obrar con libertad responsable.En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a su casa.Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es el demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
La Semilla es la Palabra de Dios y Cristo, palabra de
Dios encarnada, es el grano de trigo que cae en tierra y da fruto. El campo es el mundo, este mundo que, con
todos sus defectos, es la creación de Dios. La buena semilla son los hijos del reino, los que escuchan con corazón
bueno y dan fruto. La cizaña son los
hijos del maligno. Escuchan al maligno y se hacen hijos suyos. Uno es hijo de
lo que escucha. El diablo es el
divisor, divide a la persona humana y la separa de Dios, mete división en la
comunidad de hermanos. La cosecha es
la consumación final del mundo: cuando Dios haya culminado su obra y todo sea
uno en Él; cuando alcancemos la estatura de Cristo.
Llegará el día en que el tiempo de las decisiones habrá concluido
y sólo quedará el amor que no muere; entonces se pondrá de manifiesto la obra
de cada uno y lo que cada uno es. Los justos brillarán como el sol, símbolo de
Dios. Serán transfigurados en su gloria.
La parábola exhorta a orientar la propia vida conforme al querer
de Dios, que se expresa en su palabra y se condensa, más concretamente, en el
mandamiento del amor al prójimo que Jesús nos ha dejado. Quien así procede
evita el ser contado en el número de los que causan escándalos o no tienen en
cuenta las normas de comportamiento en la comunidad, es decir, obran en contra
de la ley de Cristo.
Al mismo tiempo la parábola del trigo y la cizaña contiene una
advertencia: la pertenencia a la comunidad cristiana no garantiza por sí sola
la salvación. La parábola hace mirar el futuro, al momento final en que
quedarán de manifiesto las conductas. La separación no se hará en base a
criterios religiosos, sino de acuerdo a la conducta y al obrar conforme al
mandamiento del amor a los semejantes.
El texto conmueve la seguridad de quienes, confiando sólo en los
elementos institucionales o cultuales de la vida cristiana, descuidan la ley
del amor dada por Cristo. Al mismo tiempo subyace en la base de las palabras de
Jesús el misterio de la gracia divina y la libertad humana que siempre están
relacionadas. La gracia libera y orienta a la libertad de la persona y la capacita
para responder al bien, pero nunca va a sustituirla. La gracia nos hace más
auténticos al orientarnos a obrar siempre como hijos o hijas de Dios.
Sólo al final se hará el juicio. El texto contiene una exhortación
a la paciencia y a la responsabilidad personal: no podemos juzgar a nadie, hay
que ser misericordiosos para alcanzar misericordia. La persistencia del mal en
el mundo no nos debe llevar al desaliento, pero tampoco nos
debe inducir a la connivencia y complicidad con los corruptos, porque eso hace
desaparecer el amor en el mundo (Mt
24, 12).
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