P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
predicando (“La petite tombe”),
aguafuerte y carboncillo sobre papel de Rembrandt Van Rijn (1652 aprox.), Rijksmuseum,
Amsterdam, Holanda
Mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban de pie afuera, pues querían hablar con él.Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo».Pero Jesús dijo al que le daba el recado: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».E indicando con la mano a sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Tomen a cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre de los Cielos, y ése es para mí un hermano, una hermana o una madre».
El evangelista Mateo observa que a sus más íntimos, Jesús los señala
con la mano. Son los que Él ha escogido como discípulos, y ellos han respondido
poniéndose en su seguimiento, dejándose enseñar por Él y viviendo entre ellos
una auténtica fraternidad. Hacerse discípulo, entrar en el discipulado es la
vía para pasar a formar parte de la verdadera familia de Jesús, de sus
parientes. Esto exige asumir las actitudes propias de los discípulos: reunirse
en torno al Maestro para escucharlo y vivir con Él. Dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Lc 11,27).
La familia es un asunto del corazón, es vínculo cordial de mutua
pertenencia, adopción de una identidad que se establece para siempre y se
comparte. Ser pariente cercano de alguien, miembro de su familia, se expresa en
llevar su nombre, exige dar cuenta de Él y honrarlo, es compartir suerte y reputación.
Jesús dice: El que cumple la voluntad de
mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón todo lo
que fue para Él su razón de vivir: En
esto conocerán que son mis discípulos: Si se aman los unos a los otros. Ámense
como yo los he amado (Jn 13, 35).
Asimismo, la Iglesia es asunto «de familia». Pertenecen a ella los
que se reúnen en torno a la Palabra para hacerla suya y conformar con ella la
propia vida, los que toman como referencia en su obrar lo que dijo e hizo Jesús,
y esto les hace vivir una fraternidad singular. La Iglesia es un asunto del
corazón: sólo es «de familia» cuando se la ve como algo «nuestro». Entonces se
la ama, se celebra con ella y se sufre con ella también, desde dentro; se
procura ayudarla a ser cada vez mejor la esposa que Cristo se escogió.
La acogida obediente de la palabra asemeja al discípulo a María,
modelo del creyente y modelo de la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a
cumplimiento; ella es bienaventurada porque cree y su maternidad verdadera
consiste en escuchar y realizar la Palabra.
Lo importante, pues, no es estar entre los que comen y beben con
él (13, 26), sino pasar como María, de un parentesco físico a un parentesco según el Espíritu, fundado en la escucha
y puesta en práctica de la palabra: Aunque
hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así, sino según
el Espíritu (2 Cor 5,16).
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