P.
Carlos Cardó SJ
Entonces la madre de Santiago y Juan se acercó con sus hijos a Jesús y se arrodilló para pedirle un favor.Jesús le dijo: «¿Qué quieres?».Y ella respondió: «Aquí tienes a mis dos hijos. Asegúrame que, cuando estés en tu reino, se sentarán uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús dijo a los hermanos: «No saben lo que piden. ¿Pueden ustedes beber la copa que yo tengo que beber?»
Ellos respondieron: «Podemos.»
Jesús replicó: «Ustedes sí beberán mi copa, pero no me corresponde a mí el concederles que se sienten a mi derecha y a mi izquierda. Eso será para quienes el Padre lo haya dispuesto».
Los otros diez se enojaron con los dos hermanos al oír esto.
Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos. Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre».
Aparecen aquí dos lógicas en conflicto: la del mundo que ha
influido en la mente de los discípulos y los lleva a procurar la superioridad,
el poder y el dominio, y la lógica de Hijo del hombre, que le lleva a seguir
un camino de amor, entrega y servicio, y
no se detiene ni ante las injurias, la persecución y la muerte.
La lógica de la
cruz supone un cambio radical del sistema de valores imperante. Jesús, siendo
el primero, se pone a servir a los demás, dando ejemplo de la verdadera
grandeza. Él nos invita a pasar de la perspectiva de quien busca a toda costa
rangos, categorías y cargos de poder, a la perspectiva de quien busca ser solidario
y servir mejor. La persona encuentra su verdadero valor no en lo que
posee, sino en su actitud de amor y
servicio a ejemplo de Jesús.
La buena fama y reputación son un derecho de toda persona humana.
Perderlas significa una forma de muerte social. Por eso, el deseo de
reconocimiento y de prestigio es connatural al ser humano. Sin embargo, cuando
estos valores se convierten en absolutos, hasta el punto de hacer que la
persona los busque como la motivación más importante de sus acciones y de su
conducta, reducen la propia existencia a una esclavitud y dependencia de la idea que los
demás tengan de ella, a un culto a la imagen que se convierte en la idolatría
del yo y puede llevarlo a la hipocresía de aparentar lo que no es para obtener
aprobación y alabanza.
Naturalmente se olvida del modo como Dios lo acepta. Olvida también que la
vanagloria egoísta pierde a la persona en sus aparentes y transitorias
victorias, mientras que el amor desinteresado, que mueve a pensar en los demás,
le obtiene la verdadera gloria. Jesús desvela nuestra verdad, que consiste en
ser como el Hijo, para quien la victoria consiste en amar, servir y dar la
vida.
Dice el texto que la madre de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo,
pide a Jesús: Manda que estos dos hijos
míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda. En la versión de
Marcos son los mismos hijos los que piden: Maestro,
queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte (Mc 10, 35). En todo caso
es la misma forma de pedir que empleamos con frecuencia en nuestra oración.
Queremos
que Dios haga lo que nosotros queremos, que su voluntad se adapte a la nuestra;
en vez de ir nosotros a Dios, queremos que Él venga a nuestros intereses. Jesús
en Getsemaní da el ejemplo supremo: No se
haga mi voluntad sino la tuya. Además, la madre de los Zebedeos puede pedir
algo que para ella es bueno, la cercanía de sus hijos a Jesús en su reino; pero
ignora que su reino se realizará en la cruz, cuando aparezca con toda su gloria
de Hijo amado del Padre que ama a sus hermanos hasta dar la vida por ellos.
San Juan Crisóstomo comenta este pasaje (Homilías sobre Mateo, n. 65)
y dice: Jesús procura sacar a la madre de los Zebedeos y a sus
discípulos de las ilusiones que se han forjado, diciéndoles que deben
estar dispuestos a sufrir injurias, persecuciones y aun muerte: No saben lo que piden. ¿Pueden beber el
cáliz que yo voy a beber?
Que nadie se extrañe de ver a los apóstoles con
actitudes tan imperfectas. Hay que esperar que el misterio de la cruz se les revele,
que la fuerza del Espíritu Santo les sea comunicada. Si quieres ver el valor de
sus almas, míralos más tarde, y los verás superiores a todas las debilidades
humanas.
Jesús no oculta las debilidades y pequeñez de sus discípulos para que
veas aquello que llegarán a ser después, por el poder de la gracia que los
transformará… Observa bien que no les pregunta directamente: «¿Van a ser
capaces ustedes de derramar su propia sangre?» Para alentarlos, les propone
compartir su cáliz, beber de su copa, es decir, vivir en comunión con él…
Mas
tarde podrás ver al mismo San Juan, que ahora sólo busca el primer puesto, cederle
el puesto a San Pedro… En cuanto a Santiago, su apostolado no duró mucho tiempo.
Con fervor ardiente, despreciando totalmente los intereses puramente humanos, demostró un celo tan grande que mereció ser el primer mártir
entre los apóstoles (Hech 12, 2).
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