P.
Carlos Cardó SJ
Jesús
predicando, litografía sobre papel de Rembrandt (1652), Museo Nacional de
Ámsterdam, Países Bajos
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Los discípulos se acercaron y preguntaron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?».Jesús les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden. En ellos se verifica la profecía de Isaías: Por más que oigan, no entenderán, y por más que miren, no verán. Este es un pueblo de conciencia endurecida. Sus oídos no saben escuchar, sus ojos están cerrados. No quieren ver con sus ojos, ni oír con sus oídos y comprender con su corazón. Pero con eso habría conversión y yo los sanaría. ¡Dichosos los ojos de ustedes, que ven!; ¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! Yo se los digo: muchos profetas y muchas personas santas ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo vieron; desearon oír lo que ustedes están oyendo, y no lo oyeron».
Acercándose
los discípulos. Los discípulos constituyen la
verdadera familia de Jesús, son los que escuchan la Palabra y la cumplen. Están
cerca, no fuera. Los llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos a
predicar. Y ellos respondieron con disponibilidad y apertura, se adhirieron a Él
y lo siguieron. En cambio, los judíos, movidos por sus autoridades, lo
rechazaron, no se adhirieron a sus enseñanzas y lo condenaron. Faltándoles la
actitud básica de disponibilidad y apertura, se quedaron en la ceguera y la
obstinación.
¿Por qué les hablas en
parábolas?, preguntan los discípulos a Jesús. El hecho es que Él no deja de
hablarles, pero no obliga a nadie. Quien no quiere oírlo es libre. Y a quien
quiera, la parábola le ofrece una puerta para alcanzar la verdad. Sobre este
presupuesto, el evangelista Mateo quiere subrayar el privilegio de que gozan
los discípulos de Jesús, a quienes se les concede conocer el misterio del reino
de Dios, que ha queda oculto a los de fuera. Y se vale para explicar esto de un
texto de Isaías (6, 9-10).
A los pobres y sencillos, a los que se muestran confiados y
disponibles, se les concede conocer la voluntad del Padre, la participación en
su amor por medio del Hijo. A los sabios y entendidos de este mundo, en cambio,
todo les queda oscuro y oculto por no tener la actitud básica para ver y
comprender y seguir. Los que están fuera no se acercan, se defienden contra Él,
lo acusan en vez de acogerlo, y finalmente le dan muerte en vez de vivir de Él.
Son los que no siguen el signo de Jonás ni el ejemplo de conversión de los
ninivitas.
A
quien ya tiene se le dará… Dios es amor que da sin fin. La
medida de su generosidad es la apertura de nuestro deseo. Por eso, cuanto más
uno desea, más recibe. En cambio a quien
no tiene… se le quitará. Porque quien no tiene deseo no recibe el don. Quien
se cierra en su autosuficiencia se esteriliza. Fue el caso de los judíos que se
cerraron al don que Jesús ofrecía.
El contexto de este diálogo de Jesús con sus discípulos pudo ser
el de la preocupación de la comunidad de Mateo por la incredulidad de sus
compatriotas judíos, que se negaron a entrar en la Iglesia y creer en la
predicación cristiana. Este hecho encuentra su explicación en el misterioso
designio de Dios. No es de extrañar por tanto que los judíos hayan rechazado a
Cristo y sigan oponiéndose al evangelio, porque Dios no se impone, ofrece
gratuitamente el don de su revelación salvadora y quiere que se le acepte
libremente.
Pero así como el profeta Isaías fue rechazado por el pueblo y no
obstante no abandonó su misión de enviado de Dios, así también la falta de
éxito de Jesús y de su Iglesia no anula le verdad de la obra salvadora de
Cristo y de la misión que ha recibido de Él la Iglesia. Así pensaron los
primeros cristianos.
En definitiva, pues, lo importante en la relación con Dios es la
confianza en su voluntad y la disponibilidad para aceptarla. Queda claro que si
se quiere gozar de la bienaventuranza y del privilegio de los discípulos de
Jesús de conocerlo a Él y el misterio del reino de Dios, se ha de mostrar su
misma disponibilidad y apertura. De lo contrario, serán como los judíos que se
quedaron sin ver, reproducirán su misma ceguera y obstinación.
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