P. Carlos Cardó SJ
Multiplicación de los panes y de los peces, óleo
sobre lienzo de Francisco Herrera el Viejo (Siglo XVII), Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando, Madrid, España
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Jesús se fue a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe:«¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»
Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
Dijo Jesús: «Hagan que la gente se recueste.»
Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recogan los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»
Dándose cuenta
Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de
nuevo al monte él solo."
La
acción se desarrolla en Galilea, región pobre de Palestina. Jesús atrae a una
multitud de personas necesitadas que van tras él porque cura a los enfermos.
Después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte, levantó
los ojos y, al ver la mucha gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos
comprar pan para que coman estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo
que iba a hacer (vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la
iniciativa. Su diálogo con Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del
hombre para resolver el problema de la vida, representado en el hambre.
¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa
pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO, 800 millones de
personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. 11 de cada 100 se encuentran
en esta grave situación. 24.000 mueren cada día por causa del hambre, el 75 por
ciento de ellas menores de 5 años. Se han venido haciendo esfuerzos para
reducir la magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para remediar
esta tragedia del hambre que duele y avergüenza.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a
compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos
lo ha dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que
tales recursos sean cada vez más escasos, y mientras no esté dispuesto cada cual
a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir la mesa de la creación
con los demás, la pregunta de Jesús seguirá impactando en nuestros oídos
llamándonos a reflexión y, sobre todo, a ver cómo respondemos.
La respuesta que da Andrés a la pregunta de Jesús, abre el camino a la
solución del problema, como Jesús lo enseñará, dice: Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados
secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querría mostrar su amor
repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente. En su débil condición y
con su escasa provisión de panes de baja calidad (pan de cebada) y pescados
secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud del problema– el
muchacho representa a la comunidad en su impotencia para resolver el problema
del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que enseña
Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá de sobra.
Viene entonces lo central del relato. Jesús
pronuncia la acción de gracias. Dar gracias es reconocer que
algo que se posee es gracia recibida
de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del
trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo
(visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo
humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y
de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo.
Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que
Jesús explicará en su largo discurso sobre el Pan de Vida (Jn 6, 22-59). Jesús proporciona el pan material e invita a pensar
en el pan que da vida eterna, que es su cuerpo, su vida entregada por nuestra
salvación.
Jesús distribuye el pan. Se puso a repartirlos (v.11); “los
repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de
distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y
lavatorio de los pies, 13,5), que se actualizará en la celebración de la
Eucaristía. En ella celebramos la generosidad de Dios a través de su Hijo, que,
en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida.
Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las
sobras… (vv. 12.13). La abundancia del signo realizado por Jesús llena de
entusiasmo a la gente, que lo reconoce como “el Profeta” e incluso quiere
proclamarlo rey. Pero este tipo de poder él lo rechaza. Para dar de comer a la
multitud no ha partido de una posición de superioridad y fuerza, sino de
debilidad y escasez de recursos.
Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús huye, se aleja de los que pretenden cambiar
su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo en el monte de la cruz
Jesús será rey (19,19) y entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32).
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