P. Carlos Cardó SJ
Las bodas de Caná, óleo sobre lienzo de Carl Bloch
(1870), Muse de Historia Nacional del Castillo Frederiskborg, Copenhague,
Dinamarca
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Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!".
El mismo clima de controversia del pasaje anterior,
en el que Jesús no tuvo reparos en llamar a su grupo a un publicano y ponerse a
la mesa en compañía de gente de mal vivir. Probablemente lo vieron también comer
con sus discípulos en un día de ayuno obligatorio. Por eso la pregunta de los discípulos
de Juan: ¿Por qué razón nosotros y los
fariseos ayunamos y tus discípulos no?
A simple vista puede parecernos un tema
extraño a nuestra experiencia, pero su significado puede remitirnos al tiempo
actual. De muchas maneras nos lanzamos unos a otros preguntas semejantes: ¿por
qué razón hacen ustedes tal cosa, por qué piensan así, por qué esas costumbres,
esos métodos...? Detrás puede haber miedo a lo diferente o necesidad de
asegurar la propia postura imponiéndola a los otros. Ahí no hay diálogo porque
no hay intención de comprender, ni menos aún de integrar y complementar sino de
defenderse, descalificando al diferente. Bien decía Antonio Machado: “Busca tu
complementario que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario”. Fácilmente
se olvida el principio de dejar al otro ser y obrar como le parezca mientras no
se demuestre que es una forma de proceder errada, injusta o perjudicial.
Jesús zanja la cuestión que le plantean
acerca del ayuno, llevando a sus oyentes a otra esfera de pensamiento, a la
esfera de la salvación, que ya está abierta para todos por igual y cuyo anuncio
(buena noticia) inaugura el tiempo nuevo de la fiesta para la nueva humanidad
reconciliada. Lo hace con un proverbio: ¿Pueden
acaso llevar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? La
situación de una fiesta nupcial excluye naturalmente toda forma penitencial.
El tiempo nuevo es tiempo de alegría. La
presencia de Jesús señala el cumplimiento del tiempo mesiánico, la venida del
reino de Dios y del triunfo de su amor salvador. Los profetas lo vieron venir y
su corazón se llenó de gozo. Recordemos, por ejemplo, cómo intuye Isaías la
venida del Salvador: El espíritu de Yahvé
sobre mí porque me ha ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los
afligidos de Sión y ponerles una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en
vez de trajes de luto, cantos de alabanza en vez de un corazón abatido (Is
61, 1-3).
Llegará un día en que les quitarán al novio, entonces
ayunarán, añade Jesús. Con estas palabras anuncia su
final: se les quitará su presencia, la presencia del novio, cuando sea
levantado en la cruz y elevado al cielo. Las nupcias han comenzado pero han de
llegar a su consumación. Mientras tanto vivimos el tiempo de la ausencia que
espera una presencia, del viernes santo que lleva a la pascua.
De momento queda el símbolo de su cruz: en el
dolor y sufrimiento de los crucificados. Encontrarnos con ellos, ayudarlos,
luchar para que nadie pase hambre ni sufra marginación, es cumplir el ayuno que
Dios espera: partir el pan con el
hambriento, dar casa al sin techo, vestir al desnudo, romper las cadenas,
quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Haciendo eso nos encontramos con el novio, porque
se ha hecho el último de todos y está en los últimos.
Las pequeñas parábolas acerca de lo viejo y
lo nuevo –no se puede coser un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo ni
guardar vino nuevo en odres viejos– lo que hacen es subrayar la
incompatibilidad del nuevo modo religioso de proceder (la nueva santidad y
justicia) que Jesús practica y enseña, frente a las viejas prácticas y legalismos
morales del judaísmo farisaico.
El reino viene, es una nueva forma de
relacionarse Dios con nosotros y nosotros con Él, es gracia, amor, justicia y
paz para los individuos y para la sociedad. A la novedad de este anuncio debe
responder una nueva forma de ser. Ésta no puede consistir en un cambio
superficial sino en una renovación radical. Conviértanse,
cambien de vida, porque el reino de los cielos ya está cerca (4,17). Este
cambio implica despojarse de las propias seguridades del pasado y abrirse a la
perspectiva de una fe que se demuestra en el amor y el servicio.
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