P.
Carlos Cardó SJ
La
bendición de Cristo, óleo sobre lienzo de Francisco de Zurbarán (1638), Museo
del Prado, Madrid
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Enseguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él. Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
Jesús ha declarado algo que los judíos no pueden admitir: que Él está por encima de la ley de
la santificación del sábado, y que las leyes están al servicio de las personas,
no al revés. Para corroborar su enseñanza ha curado en sábado a un pobre hombre
que tenía una mano atrofiada. Cuando está de por medio el bien, la vida de una
persona, Jesús no duda en dejar de lado la ley del descanso sabático.
Entonces,
dice el texto de Mateo, los
fariseos se pusieron a planear el modo de acabar con él. Jesús lo supo y se
alejó de allí. Sabe actuar con valentía y prudencia. Evita el conflicto. Ya
llegará la hora en que lo enfrentará, cuando sea inevitable, y asumirá
voluntariamente las consecuencias.
Jesús no lucha con nadie, no ataca ni se
impone; hace el bien a todos, sirve a todos y a todos perdona. No rivaliza, sino
que se pone a servir a los demás. Frente a los poderes injustos que le atacan, Él se sitúa en la falta de poder y desde allí pone de manifiesto la verdad de
sus motivaciones y el poder de Dios que triunfa en la debilidad. Enfrenta y
vence al mal con la fuerza del bien. En Jesús se frena la dinámica de la
violencia, porque Él no devuelve mal por mal. Jesús, pues, se oculta por
prudencia, pero su obra continúa. Oculta es eficaz, con la eficacia del grano
de trigo caído en la tierra.
A pesar de la hostilidad de las autoridades judías contra Él, dice
el evangelio que lo siguieron muchos.
Son los débiles y necesitados, que andan como ovejas sin pastor. Son los
cansados y agobiados, a quienes promete alivio y reposo. Y los sanó a todos. La salud que él ofrece alcanza a todos.
Así
se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Este es mi siervo, el elegido… El
evangelista Mateo ve en la actitud de Jesús para con los pobres y pecadores la
realización de la profecía contenida en el Primer cántico del Siervo de Yahvé
del capítulo 42 de Isaías.
Jesús se identifica con el destino del Siervo. Es el
elegido, por ser el Hijo amado en
quien el Padre se complace. Reivindica parea sí la plena posesión del Espíritu
divino (Cf. Lc 4, 18-21; Is 61, 1-2). Jesús Siervo no discute ni es violento;
no pelea ni se impone; no constriñe ni domina; no emplea medios espectaculares
para sojuzgar, no basa la eficacia de su mensaje en la fuerza de la propaganda,
aunque lo que él diga en secreto haya que decirlo desde las azoteas. Atento a
las personas, es manso y humilde para esperar el tiempo propicio de cada uno,
mostrándose entre tanto comprensivo de sus fragilidades y de sus
incertidumbres. Hace triunfar sobre la tierra la
justicia-santidad de Dios y en él ponen su esperanza todos los pueblos.
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