P.
Carlos Cardó SJ
La
reconciliación de Esaú y Jacob, óleo sobre lienzo (1625-1628), Castillo de
Schleissheim, Munich, Alemania
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También decía Jesús a la gente: "Cuando ustedes ven una nube que se levanta por el poniente, inmediatamente dicen: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el viento sur, dicen: "Hará calor", y así sucede. ¡Gente superficial! Ustedes saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, y ¿cómo es que no comprenden el tiempo presente? ¿Cómo no son capaces de juzgar por ustedes mismos lo que es justo?
Mientras vas donde las autoridades con tu adversario, aprovecha la caminata para reconciliarte con él, no sea que te arrastre ante el juez y el juez te entregue al carcelero, y el carcelero te encierre en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último centavo."
Jesús reprocha a la gente que saben discernir bien los signos del
tiempo, las cosas materiales, pero no las espirituales. Conocen lo que es
necesario para la vida temporal, pero no lo necesario para la vida eterna.
Conocen el aspecto del cielo pero no saben
discernir la presencia de Dios. De ellos dice san Pablo: Los mundanos no captan las cosas del
Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no pueden entenderlas porque
sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas. En cambio, quien posee el
Espíritu lo discierne todo y no está sujeto al juicio de nadie (1Cor 2,
14-15).
Los criterios que mueven nuestras acciones no siempre son
evangélicos, nuestros juicios no son los de Dios. Esto se ve de manera
particular a la hora de tomar decisiones. Entonces es cuando debemos discernir.
El discernimiento consiste en buscar y reconocer –siempre por
medio de la oración– por dónde nos quiere llevar Dios, para dejarnos llevar por
Él, para que sea su voluntad y no la nuestra la que determine nuestras
decisiones. Requiere elegir lo que sea más conforme a los valores y enseñanzas
de Jesucristo. La condición previa para poder elegir así es hacernos libres
frente a todo lo creado para poder optar por lo que más nos convenga en orden a
cumplir la voluntad de Dios. Ustedes,
hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no tomen la libertad como
pretexto para satisfacer los apetitos desordenados; antes bien háganse servidores
los unos de los otros por amor… (Gal 5,13).
Después de esa enseñanza sobre la necesidad de interpretar bien
cada situación y discernir lo que se debe hacer, Lucas pone una parábola de
Jesús, que podríamos llamar la parábola de la reconciliación. Contiene una
llamada a elegir siempre lo que une, no lo que divide y enfrenta. En la base se
puede apreciar un gran sentido común y también la sabiduría popular que se
expresa en proverbios como éste: Comenzar una discusión es abrir una represa; antes que la
pelea estalle, retírate (Prov 12,14).
Jesús dice: procura llegar a un arreglo con tu adversario para que
no te lleve al juez y acabes en la cárcel. Todos sabemos que es mejor arreglar
los asuntos por la vía pacífica de la conciliación, porque una vez entablado el
litigio, las consecuencias pueden ser peores. En su sentido más exacto, la
parábola contiene una advertencia de Jesús a sus oyentes para que se decidan a
acoger su enseñanza. Es como si les dijera: ésta es la última oportunidad,
decídanse antes de que sea demasiado tarde. Está incluido aquí el precepto
sobre la reconciliación fraterna como condición para la reconciliación con Dios
(cf. Mt 5, 25-26).
Mientras
estás de camino, dice Jesús. La vida es camino, su meta es la fraternidad del reino de Dios. Si
no se pasa de la lógica de la venganza y del conflicto a la del perdón y la
reconciliación, la vida simplemente no es humana.
Por eso venimos a la eucaristía, porque nos pone en el tiempo de
la salvación, en el tiempo de la obra de Cristo en nosotros, nos da los
criterios para discernir su presencia y lo que a Él le agrada. La eucaristía es
signo de unión y reconciliación fraterna.
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