P.
Carlos Cardó SJ
El
Espíritu Santo, óleo sobre lienzo de Conrado Giaquinto (1750), colección
privada
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Les dijo Jesús: “Si uno se pone de mi parte delante de los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será también negado él delante de los ángeles de Dios. A todo aquel que hable en contra del Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero no habrá perdón para el que calumnie al Espíritu Santo. Cuando los lleven ante las sinagogas, los jueces y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir; llegada la hora, el Espíritu Santo les enseñará lo que tengan que decir".
Jesús pide una adhesión plena a su persona y a su mensaje. Y no
duda en vincular la actitud que se tenga hacia Él, de aceptación o rechazo, con
el destino final de la persona, en términos de salvación o perdición. Si uno me niega… también le negaré… Recuerda
otra frase: Feliz el que no se
escandaliza de mí.
Quien ha optado por el seguimiento de Jesús deberá manifestar
públicamente su compromiso y esto le hace depositario de una promesa del mismo Jesús
para cuando venga como “Hijo de hombre” a juzgar el universo con justicia (Cf. Lc 9,26; 22,69; Hech 17,31). Asimismo, quien
reniegue o se avergüence de Él, el “Hijo del hombre” tendrá que declarar en su
contra en el juicio.
Las afirmaciones de Jesús en el versículo que sigue (v. 10)
parecen referidas a diferentes personas, no a los discípulos. La formulación de
la frase: A todo aquel que hable en
contra del Hijo del hombre se le podrá perdonar…hace que parezca dirigida a
otro auditorio más amplio y complejo.
Hablan contra Jesús los que sólo ven en Él al hombre, hijo del
carpintero, y no lo reconocen como el enviado de Dios. Hablan contra Él de
manera aún más grave los que al verlo realizar sus milagros le atribuyen un
poder diabólico, concretamente de Belzebú. Si se convirtieran de la dureza de
su corazón, ciertamente Jesús no les negaría el perdón.
Pero también nosotros, todos, podemos “hablar” contra el Hijo del
hombre cuando aparece ante nosotros como “signo de contradicción” y con
nuestros pensamientos y acciones lo negamos. El misterio del Hijo del hombre
crucificado choca con muchas manera de pensar la vida que por influjo del mundo
también los cristianos asumen y mantienen. Con ellas se olvidan del Señor y lo
ponen de lado.
Se podría decir que en la base de toda acción pecaminosa hay un
rechazo a Jesucristo; tales acciones son como palabras dichas contra Él. Por
eso todos sentimos en nuestra conciencia la llamada a
convertirnos y acercarnos al perdón, que nunca se nos negará.
Otra cosa es lo que Jesús llama blasfemia contra el Espíritu Santo, pecado
para el que no hay posibilidad de perdón alguno. Este pecado no consiste en
ofender con palabras al Espíritu Santo, sino en el rechazo obstinado a aceptar
la salvación que Dios ofrece a toda persona por medio de su Espíritu Santo.
La gravedad de este pecado, que lo
convierte en imperdonable, no está únicamente en el rechazo de la predicación evangélica,
o en el olvido de Cristo en que caemos cuando actuamos contra sus valores y
enseñanzas, sino en la actitud persistente, contumaz y obstinada de oposición
frontal a la influencia del Espíritu Santo, que anima la proclamación del
evangelio e inspira en los corazones el reconocimiento de la necesidad de
convertirse y recibir el perdón.
Esta intransigencia obcecada, que
se cierra a la acción del Espíritu, impide el perdón de Dios. Es una forma
extrema de rebeldía y antagonismo frente al propio Dios, es una oposición
«blasfema» al ofrecimiento de salvación que Él hace.
La misericordia del Señor no tiene
límites, pero quien se niega deliberadamente a acogerla, mediante el
arrepentimiento, y rechaza el perdón de sus pecados porque no lo considera
necesario, en una palabra, quien da la espalda a la salvación ofrecida por el
Espíritu Santo, él mismo se pierde.
La perdición viene no porque la
Iglesia y el Señor no puedan perdonarle, todo lo contrario, sino porque la
persona misma, rechaza el don que Dios está dispuesto a darle. Es pecado contra
el Espíritu Santo, además, porque es resistencia y rechazo a la conversión que
el Espíritu inspira en los corazones: nos convence del pecado (Jn 16:8-9). Fue la actitud de los
fariseos, que se cerraron a la aceptación del plan divino, no reconocieron el
daño que hacían a la gente con sus enseñanzas y actitudes, y despreciaron la llamada
a la conversión que Jesús les dirigió en todo momento.
Después
de estas severas advertencias, Jesús promete a sus discípulos que ese mismo
Espíritu los defenderá cuando los persigan y los hagan comparecer en las
sinagogas o en tribunales paganos ante autoridades y jueces. El mismo Espíritu
que consagró a Jesús para su misión (Lc
3, 22; 4,1.14-18) y le asistió en todas sus acciones (Lc 10,21), vendrá también en auxilio de sus discípulos y les
inspirará palabras elocuentes que sus acusadores no podrán rebatir.
Visto en su conjunto, este pasaje hace ver al cristiano que el
seguimiento de Jesús consiste en una adhesión plena y permanente a su persona,
que implica la responsabilidad de dar testimonio de Él y de su palabra en toda
circunstancia, aun cuando quienes se les opongan lleguen a rechazar y
despreciar de manera obstinada la acción del Espíritu del Señor.
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