jueves, 19 de octubre de 2017

La hipocresía de los escribas y fariseos (Lc 11, 47-54)

P. Carlos Cardó SJ
Fariseos, tomado de la película La Pasión, de Mel Gibson (2004)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: "¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro.Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar. Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas.¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso". Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras.
Los fariseos (= “separados”) tenían prestigio en el pueblo, al que querían ganar para una vida apartada del mundo impuro. En los evangelios aparecen como los principales enemigos de Jesús, pero se puede suponer que las comunidades que escribieron los evangelios recargaron las tintas en muchos pasajes para reprobarlos porque, a partir del 70 d.C., fueron los fariseos los que más encarnizadamente persiguieron a los cristianos.
A menudo aparecen como los interlocutores críticos más importantes de Jesús, quien a pesar de todo tuvo amigos entre ellos; algunos lo invitaban a comer (Lc 11, 37; 14, 1) y otros como José de Arimatea y quizá también Nicodemo (Mc 15, 43; Jn 3, 1-15) pasaron a formar parte del grupo de sus discípulos o de sus simpatizantes. Jesús los tomó en serio y ellos a Él, porque ambos buscaban en serio la voluntad de Dios. Pero rechazó la concepción que tenían de la ley mosaica y entraron en conflicto (Mc 7,11-13; Lc 11,42).
La ley era todo para ellos y el respeto que le tenían estaba bien, pues era el sello de la alianza de Dios con Israel. Pero por asegurar su cumplimiento cayeron en el legalismo y, sobre todo, en el creer que son las acciones realizadas para cumplirla las que aseguran al hombre la salvación sin tener muy en cuenta la gracia de Dios, que es la que salva. Su afán de asegurarse su condición de puros en medio de un mundo que consideraban impuro, y su deseo de tener alguna garantía de la salvación, les hizo perder el sentido del discernimiento que permite distinguir lo que Dios quiere en cada circunstancia –más allá de lo que la ley prescribe–, lo esencial a la fe y lo secundario, la libertad responsable, el libertinaje y la sumisión pasiva a lo que está mandado.
Jesús, con su nueva moral del amor, que puede ir más allá de la ley cuando está de por medio la vida de un ser humano –como en el caso de sus curaciones de enfermos en sábado– intentó hacerles ver que con la ley uno puede pervertir su fe, tranquilizar su conciencia, darse la seguridad de sentirse salvado y creerse superior a los “impuros” y pecadores.
Algunos fariseos formaban parte del Consejo de los Ancianos (Sanedrín) y muchos eran rabinos. Hubo un rabinismo fariseo muy extendido dentro del judaísmo en tiempos de Jesús y después de Él. Iban tras la gente buscando adeptos y promoviendo el cumplimiento no sólo de las normas legales contenidas en la Biblia, sino también las tradiciones que ellos habían creado para asegurar la “pureza” ritual.
Por eso Jesús dirá que dictan leyes que ellos mismos no son capaces de cumplir. Y pondrá en guardia contra el peligro de querer convertir su comunidad de discípulos en una secta de puros (separados). Él ha venido a buscar lo perdido.
Esas inconsecuencias son las que Jesús tiene más en cuenta cuando se dirige a los expertos en la ley –que suelen seguir las enseñanzas del rabinismo fariseo- y lo hacen todo para que los alaben. Por eso edifican mausoleos a los profetas, pero olvidan que fueron sus propios antepasados quienes los asesinaron. Veneran a los profetas porque ya están muertos, alaban lo que anunciaban, pero se callan las cosas que denunciaban. Así, en vez de testimoniar la sabiduría de Dios, mantienen la línea de maldad de sus antepasados, y por eso se les pedirá cuentas de la sangre de todos los profetas.
Una frase de Jesús de especial relevancia es ésta: Ay de ustedes doctores de la ley, que se han apoderado de la llave del conocimiento… El templo es la “casa del conocimiento”, donde se aprende la Palabra. Los rabinos fariseos y los doctores tienen la llave, pero se quedan fuera y defraudan al pueblo sencillo que quiere conocer. Ellos determinan lo que hay que enseñar y lo que no, lo que el pueblo debe saber y lo que no. Y, para colmo, no quieren reconocer que transmiten una idea falsa de Dios, sin misericordia.
Por todo esto, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo… pero cumplirán su mal propósito más tarde, cuando llegue la hora. Entonces, en la cruz, brillará la sabiduría que confunde a los sabios (1Cor 1,19) y Jesús cargará sobre sí los pecados de todos, incluso de los fariseos. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
El fariseísmo no es cosa del pasado, se nos mete bajo apariencia de bien: convierte el evangelio en ley, en vez de buena noticia de unión entre los hombres y con Dios. Lleva al rechazo de los otros, a juzgar, a no comportarse como hermano. El mal puede venir de transgredir la ley, sin duda; pero también, y más sutilmente,  puede venir disfrazado con la máscara de la observancia legal. Entonces es difícil reconocerlo.

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