P.
Carlos Cardó SJ
Curación
de la mujer encorvada, mosaico de autor anónimo del siglo X, Catedral de
Monreale, Sicilia, Italia
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Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga. Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. Estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiera hecho una curación en sábado, le dijo a la gente: "Hay seis días de la semana en que se puede trabajar; vengan, pues, durante esos días a que los curen y no el sábado".Entonces el Señor dijo: "¡Hipócritas! ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?"Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente se alegraba de todas las maravillas que Él hacía.
El hecho de que sea una curación realizada en una sinagoga y en
día sábado da carácter integral de salvación a la acción de Jesús en favor de
una enferma. Ésta, además, es designada como una hija de Abraham, y su curación como quedar liberada de sus ataduras, con la intención de sugerir que el pueblo
judío encuentra en Jesús la liberación de sus ataduras a una religión que ha
venido a reducirse a un formalismo legalista.
Jesús restituye al día sábado, su verdadero carácter de recuerdo del
reposo de Dios y tiempo santo para el encuentro con Él. Con Jesús se establece el
verdadero sábado, el tiempo definitivo del encuentro con Dios y con su obra
salvadora. Al mismo tiempo Jesús reitera su afirmación de que el sábado y en
general todas las leyes están al servicio de la persona humana y no al revés.
Cuando está de por medio la vida y felicidad de un ser humano, las leyes y las
prescripciones religiosas pasan a un segundo lugar.
Se trata de una mujer que padece una enfermedad crónica de su
columna vertebral. Es una hija de Abraham, miembro del pueblo escogido de Dios,
pero es doblemente excluida: por ser
mujer en esa sociedad machista y por padecer una enfermedad crónica. Imagen
neta, impactante, de tantas hijas de Dios, y de las hijas de la Iglesia, que viven
con el rostro vuelto a tierra, sin enderezarse. Todas esperan la palabra y el
gesto que las haga capaces de mirar a lo alto, que es lo propio de las hijas e
hijos de Dios.
Lleva dieciocho años enferma, toda una vida, y sin
embargo no pide nada, no suplica nada; ni siquiera como la hemorroísa intenta
tocar a Jesús, es Él quien toma la iniciativa, la pone bajo su protección, la
declara libre de su enfermedad, le impone las manos y de inmediato la mujer se enderezó
y se puso a alabar a Dios.
El debate que se suscita resalta el significado del
acontecimiento. El jefe de la sinagoga protesta, pero no lo hace hablando
directamente a Jesús; se la agarra con la gente y dice: ¡Hay seis días para trabajar! ¡Vengan esos días a curarse y no en
sábado! No se atreve a mirar a Jesús, de hecho gente como él no se atreven
a nada, viven constreñidos por una religión que les quita libertad para todo.
Treinta y nueve obras prohibidas en sábado. Toda la vida quedaba reducida a la
ley. La ley se convertía en muerte, sacrificaba la vida, el amor, la libertad.
Pero a ellos, a los jefes religiosos, les traía al mismo tiempo una serie de beneficios,
y eso es lo que defendían. Y eso es lo que Jesús desenmascara en público, la
hipocresía del jefe de la sinagoga y de todos los de su rango y jerarquía.
Para responder, Jesús recurre al sentido común, no hace falta más.
Si nadie se hace problemas a la hora de tener que ir a atender a sus animales
domésticos, como soltar a su burro o a su buey para llevarlos a beber, aunque
sea sábado, ¿por qué no se va a poder asistir a un ser humano?
Y haciendo un juego de palabras con los verbos atar y soltar,
Jesús hace ver la trascendencia de la liberación que Él trae: no va solamente a
curar a la mujer sino que va a quitarle las ataduras con las que el poder del
mal –representado en Satanás, espíritu de enfermedad– la tenía atada durante
dieciocho años. Mujer, quedas libre…
Los fariseos y escribas siguen atados, anquilosados en sus
costumbres, preceptos y prohibiciones, de las que no se pueden librar y a la
que quieren someter a los demás. Si se convirtieran, el Señor les haría
disfrutar de la salud que Él ofrece, precisamente en el sábado, día en que se
recuerda la liberación de la esclavitud. La gente sencilla, en cambio, capta al
vuelo lo que Jesús ofrece, y se entusiasma.
La estrechez de miras y la dureza de los formalismos y
obligaciones impuestas impiden buscar la voluntad de Dios y comprender las
manifestaciones, muchas veces tan evidentes, de su amor liberador. El jefe de
la sinagoga y las autoridades religiosas quedaron
avergonzados, pero toda la gente se alegró.
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