lunes, 30 de octubre de 2017

La mujer encorvada (Lc 13, 10-17)

P. Carlos Cardó SJ
Curación de la mujer encorvada, mosaico de autor anónimo del siglo X, Catedral de Monreale, Sicilia, Italia
Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga. Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. Estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiera hecho una curación en sábado, le dijo a la gente: "Hay seis días de la semana en que se puede trabajar; vengan, pues, durante esos días a que los curen y no el sábado".Entonces el Señor dijo: "¡Hipócritas! ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?"Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente se alegraba de todas las maravillas que Él hacía.
El hecho de que sea una curación realizada en una sinagoga y en día sábado da carácter integral de salvación a la acción de Jesús en favor de una enferma. Ésta, además, es designada como una hija de Abraham, y su curación como quedar liberada de sus ataduras, con la intención de sugerir que el pueblo judío encuentra en Jesús la liberación de sus ataduras a una religión que ha venido a reducirse a un formalismo legalista.
Jesús restituye al día sábado, su verdadero carácter de recuerdo del reposo de Dios y tiempo santo para el encuentro con Él. Con Jesús se establece el verdadero sábado, el tiempo definitivo del encuentro con Dios y con su obra salvadora. Al mismo tiempo Jesús reitera su afirmación de que el sábado y en general todas las leyes están al servicio de la persona humana y no al revés. Cuando está de por medio la vida y felicidad de un ser humano, las leyes y las prescripciones religiosas pasan a un segundo lugar.
Se trata de una mujer que padece una enfermedad crónica de su columna vertebral. Es una hija de Abraham, miembro del pueblo escogido de Dios, pero es doblemente  excluida: por ser mujer en esa sociedad machista y por padecer una enfermedad crónica. Imagen neta, impactante, de tantas hijas de Dios, y de las hijas de la Iglesia, que viven con el rostro vuelto a tierra, sin enderezarse. Todas esperan la palabra y el gesto que las haga capaces de mirar a lo alto, que es lo propio de las hijas e hijos de Dios.
Lleva dieciocho años enferma, toda una vida, y sin embargo no pide nada, no suplica nada; ni siquiera como la hemorroísa intenta tocar a Jesús, es Él quien toma la iniciativa, la pone bajo su protección, la declara libre de su enfermedad, le impone las manos y de inmediato la mujer se enderezó y se puso a alabar a Dios.
El debate que se suscita resalta el significado del acontecimiento. El jefe de la sinagoga protesta, pero no lo hace hablando directamente a Jesús; se la agarra con la gente y dice: ¡Hay seis días para trabajar! ¡Vengan esos días a curarse y no en sábado! No se atreve a mirar a Jesús, de hecho gente como él no se atreven a nada, viven constreñidos por una religión que les quita libertad para todo. Treinta y nueve obras prohibidas en sábado. Toda la vida quedaba reducida a la ley. La ley se convertía en muerte, sacrificaba la vida, el amor, la libertad. Pero a ellos, a los jefes religiosos, les traía al mismo tiempo una serie de beneficios, y eso es lo que defendían. Y eso es lo que Jesús desenmascara en público, la hipocresía del jefe de la sinagoga y de todos los de su rango y jerarquía. 
Para responder, Jesús recurre al sentido común, no hace falta más. Si nadie se hace problemas a la hora de tener que ir a atender a sus animales domésticos, como soltar a su burro o a su buey para llevarlos a beber, aunque sea sábado, ¿por qué no se va a poder asistir a un ser humano?
Y haciendo un juego de palabras con los verbos atar y soltar, Jesús hace ver la trascendencia de la liberación que Él trae: no va solamente a curar a la mujer sino que va a quitarle las ataduras con las que el poder del mal –representado en Satanás, espíritu de enfermedad– la tenía atada durante dieciocho años. Mujer, quedas libre…
Los fariseos y escribas siguen atados, anquilosados en sus costumbres, preceptos y prohibiciones, de las que no se pueden librar y a la que quieren someter a los demás. Si se convirtieran, el Señor les haría disfrutar de la salud que Él ofrece, precisamente en el sábado, día en que se recuerda la liberación de la esclavitud. La gente sencilla, en cambio, capta al vuelo lo que Jesús ofrece, y se entusiasma.
La estrechez de miras y la dureza de los formalismos y obligaciones impuestas impiden buscar la voluntad de Dios y comprender las manifestaciones, muchas veces tan evidentes, de su amor liberador. El jefe de la sinagoga y las autoridades religiosas quedaron avergonzados, pero toda la gente se alegró

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