P. Carlos Cardó SJ
Infancia de Cristo, óleo sobre lienzo de Gerrit van Hoonthorst (1620), Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia |
Cuando Jesús terminó de decir estas parábolas, se fue de allí. Un día se fue a su pueblo y enseñó a la gente en su sinagoga. Todos quedaban maravillados y se preguntaban: "¿De dónde le viene esa sabiduría? ¿Y de dónde esos milagros? ¿No es éste el hijo del Carpintero? ¡Pero si su madre es María y sus hermanos son Santiago, y José, y Simón, y Judas! Sus hermanas también están todas entre nosotros, ¿no es cierto? ¿De dónde, entonces, le viene todo esto?". Ellos se escandalizaban y no lo reconocían.
Entonces Jesús les dijo: "Si hay un lugar donde un profeta es despreciado, es en su patria y en su propia familia".
Y como no creían en él, no hizo allí muchos milagros.
Con este relato, San Mateo pone fin a la actividad pública de Jesús en Galilea. Se conoce este momento como la “crisis galilea”. El pueblo que lo había seguido por los milagros que realizaba y por la sabiduría con que enseñaba, cambió, le dio la espalda, rehusó su llamada a la conversión. Se decepcionaron de él porque no correspondía su modo de ser y de actuar al del mesías que ellos esperaban.
Jesús va a su ciudad, Nazaret, y como era su costumbre se pone a enseñar en la sinagoga. Sus paisanos lo oyen con estupor. Se preguntan sobre el origen de su sabiduría y de sus milagros. ¿De dónde le viene todo eso? ¿Son facultades humanas suyas propias o son poderes divinos que actúan en él? Así formulan sus dudas, pero en realidad lo que les impide dar el paso de la fe y adherirse a él es su misma persona. El texto de Mateo lo afirma explícitamente: se escandalizaban a causa de él (v.57). El misterio de la persona de Jesús actúa en ellos como un obstáculo y frente a él se cierran en la incredulidad. La razón es que no se muestran dispuestos a deponer sus propias seguridades y reconocer que Dios puede actuar de manera distinta a como ellos piensan que debe actuar, el mesías tiene que ser como ellos lo piensan, la salvación tiene que coincidir con lo que ellos ansían lograr. Por esto, no son capaces de ver en Jesús más que al hijo del carpintero. Ha crecido entre ellos, lo conocen de sobra. Además, su madre, María, y sus hermanos y hermanas son gente conocida de Nazaret, sin nada extraordinario. El mesías, libertador de Israel, no puede tener orígenes tan humildes.
Jesús responde a sus paisanos citando un proverbio, probablemente conocido por ellos, con el que les hace ver la experiencia que le están haciendo vivir: Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y entre los suyos. El desprecio de los nazarenos anticipa lo que se hará realidad más tarde para todo el pueblo, su «no» a Jesús, su incredulidad.
Los parientes de Jesús no sólo no
lo apoyaron, sino que como refiere Marcos, intentaron sacarlo de circulación
porque lo veían como un loco (Mc 3,21); sus paisanos de Nazaret, que lo vieron
crecer, se negaron a aceptar que pudiera ser más que un simple carpintero; en
su propio grupo de íntimos hubo un traidor; los sumos sacerdotes y expertos en
religión pidieron su muerte; y sus discípulos lo dejaron solo. Se puede estar
muy cerca de Jesús y no aceptarlo; mejor dicho, por estar cerca de él, se le
puede desvalorizar o no tener en cuenta. Se hace de él y de su mensaje algo ya tan
conocido, que la costumbre le priva de su fuerza transformadora. Puede ocurrir
también que otros atractivos e intereses personales o de grupo releguen a un
segundo plano lo que él ofrece: otros valores se superponen a los de su
evangelio y los ahogan. La comunidad cristiana en sus representantes puede
actuar a veces como un grupo o espacio social de gente que sabe cómo debe
actuar Dios y se niegan a la novedad y al cambio que con su pobreza y humildad
el pequeño carpintero de Nazaret les propone. Se quiere un mesías conforme al
propio gusto, una salvación feliz que ahorre el esfuerzo de la continua
purificación, una realidad divina sobrenatural y trascendente que haga olvidar
los dolores y sufrimientos del mundo. Siempre ha sido un escándalo la realidad
humana de Jesús, la encarnación de Dios y la sabiduría de la cruz.
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