P. Carlos Cardó SJ
La bendición de Cristo, técnica mixta sobre tabla de Fernando Gallegos (1494 – 1496), Museo Nacional del Prado, Madrid |
Al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió a las lanchas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo al otro lado del lago, le preguntaron: “Rabbí (Maestro), ¿cómo has venido aquí?”.
Jesús les contestó: "En verdad les digo: Ustedes me buscan, no porque han visto a través de los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna. Este se lo dará el Hijo del hombre; él ha sido marcado con el sello del Padre".
Entonces le preguntaron: "¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?".
Jesús respondió: "La obra de Dios es ésta: creer en aquel que Dios ha enviado".
Le dijeron: "¿Qué puedes hacer? ¿Qué señal milagrosa haces tú, para que la veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, según dice la Escritura: Se les dio a comer pan del cielo".
Jesús contestó: "En verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo" Ellos dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les dijo: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed".
Jesús ha dado de comer a la multitud y la gente entusiasmada ha querido proclamarlo rey. Pero este tipo de poder él lo rechaza. Para dar de comer a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y riqueza, sino de debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso “huye”, porque pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo en el monte de la cruz será rey (19,19) y entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32).
Entonces aquellas gentes al darse cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas… en busca de Jesús. Lo encontraron en la otra orilla (24-25). Pero no está claro por qué lo buscan. Y Jesús mismo se lo hace ver: Ustedes no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron… (v.26). Les revela así lo que pasa en su interior, dividido por intenciones buenas y engaños. Es importante aclarar la verdad de nosotros mismos. Pues –dice san Pablo- nada podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad (2 Cor 12,8). La gente del relato tiene que reconocer la verdad: que lo buscan para asegurarse la vida material, lo cual es bueno, pues el mismo Señor aconseja pedir al Padre: danos hoy nuestro pan de cada día. Pero hay algo más importante que ellos no han comprendido aún: la vida verdadera consiste en vivir como él, imitarlo y hacerse como él pan para los hermanos. Se trata, por tanto, de pasar del pan material al pan que en Jesús se convierte en el “signo” de una vida que se entrega para que todos tengan vida. Se trata de pasar de la búsqueda del propio interés, a buscar a Cristo mismo como el regalo, como el que se nos da. A eso se refiere la respuesta que da Jesús a la gente: Esfuércense por conseguir, no el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna” (v.27).
Estas palabras resultan enigmáticas a la gente. Intuyen quizá que Jesús les está ofreciendo algo mejor, pero no saben qué hacer. Ellos no se mueven en la lógica del amor que da y comparte, sino en la lógica de la ley y del deber, que reduce la religión a hacer o dejar de hacer cosas conforme a lo mandado: ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Es decir, quieren saber qué obras, qué normas nuevas tienen que cumplir.
La respuesta que da Jesús sintetiza lo más esencial de la fe cristiana: la obra (así, en singular) que Dios quiere es ésta: que crean en el que él ha enviado. Ésta es la nueva exigencia, esto es lo que han de aceptar; lo demás es secundario.
Pero la gente no se convence de que la salvación consista en permitirle a Jesús que cambie sus vidas y los lleve a adoptar su modo de pensar y de actuar. La fe no es ante todo hacer cosas por Dios, sino confiar en su poder para cambiarnos y permitir que Jesucristo moldee nuestras vidas a través de un trato personal con él.
Lo que Jesús propone echa por tierra la manera como aquellos judíos (que pueden representarnos a nosotros) piensan a Dios y practican la religión. Se rehúsan a aceptar a Jesús como su norma de vida; no ven el trato con él como trato con el Dios que salva. No lo juzgan digno de confianza y argumentan: ¿Qué signos nos das…? Nuestros padres comieron el maná en el desierto (v.30s). Pedir un signo es siempre muestra de incredulidad y falta de confianza. Jesús ya les había dado el signo del pan, no les dará otro.
A continuación, el evangelista Juan inserta el discurso sobre el Pan de Vida, en el que Jesús se identifica con el pan del cielo, Pan de Dios. El pan es símbolo de la vida. Él es el pan, Hijo amado del Padre que ama y se entrega a sus hermanos. Jesús se aplica las características del pan que es, a la vez, don del cielo y fruto del trabajo, humilde y necesario, apetecible y disponible, sencillo y gustoso, laborioso y gozoso, fuerza de quien lo asimila y comunión entre quienes lo comparten. Jesús, pan bajado del cielo, es Dios que desciende para dar su vida a los hombres.
¿Qué nos dice
hoy este texto? Que debemos discernir los deseos y búsquedas que aplicamos al
terreno de lo religioso. Porque puede ocurrir que creemos seguir a Jesucristo
porque nos atraen su persona y su mensaje, pero en realidad buscamos
seguridades y satisfacciones por medio de prácticas religiosas que nos dejan la
sensación de estar bien, pero no nos mueven a dejar aquello que debemos dejar o
a cambiar de actitud. Puede darse, quizá, que ni en la oración que hago, ni en
las obras de caridad que practico o en mi frecuencia de los sacramentos busque
otra cosa que no sea la sensación del deber cumplido o del mérito obtenido.
Pero el espíritu del Señor, espíritu del amor y de la libertad, pugna en
nuestro interior por hacernos vivir como hijos y como hermanos, que encuentran
en el hacer el bien a los demás su realización personal más cumplida. Estas
personas han conocido el don de Dios, y se alimentan del cuerpo del Señor para
vivir como él (Jn 6,1). Es lo que sostiene su deseo continuo: Señor, danos siempre de ese pan (v.34).
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