sábado, 31 de agosto de 2024

Parábola de los talentos (Mt 25, 14-30)

 P. Carlos Cardó SJ 

Parábola de los talentos, grabado en madera de Matthaeus Merian, el Viejo (1625 – 1630), Publicado en Grandes Escenas de la Biblia (S. XVII), Museo Británico, Londres

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco".
Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor".
Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos".
Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor".
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo".
El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. 

El señor que reparte sus bienes y se va a un país lejano es Jesucristo que, después de morir en la cruz y resucitar, se ausenta visiblemente de nuestro mundo y algún día, no sabemos cuándo, volverá para establecer su reinado. 

Se sabe que en la época de Jesús el talento, de oro o de plata, era una medida de peso que variaba, según los países, entre 26 y 36 kilos. En la parábola parece que alude a la medida de los dones y habilidades que Dios otorga a cada uno de sus hijos e hijas para que los trabajen y no los dejen improductivos. Lo que soy y lo que tengo lo he recibido de él y, en la lógica del evangelio, lo tengo que poner al servicio de Dios y de los prójimos, especialmente de los que me necesitan, porque en eso consiste la ganancia que puedo obtener de los talentos recibidos. 

Cada uno tiene su propio don, diferente al de los otros, conforme a las diferentes misiones y responsabilidades que hay en la comunidad. No hay razón, por tanto, para la vanagloria. ¿Quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido?, pregunta San Pablo a los corintios (1 Cor 4,7), que se habían dividido a causa de los diferentes carismas y habilidades que había en la comunidad. Hay que aceptar, pues, que la diversidad es un hecho natural, con el que se ha de contar. No sirve solamente para marcar las diferencias y señalar los límites –lo que yo puedo o no puedo y lo que los otros pueden o no pueden– sino que establece más bien el espacio para las relaciones mutuas de comunicación, de intercambio, de solidaridad. Cuando no se ve así, la diversidad genera envidias y rivalidades, conflicto y violencia, como ocurre tantas veces desde Caín. 

La parábola nos dice que el don hay que hacerlo producir, pero esto hay que entenderlo bien. No se trata simplemente de hacer más y más cosas; ni se trata tampoco de actuar conforme a los valores económicos de la competitividad, rendimiento y productividad. De lo que se trata es de fructificar conforme a las capacidades recibidas, no por sumisión a una ley ni simplemente por el deber ser y la voluntad de poder, sino por el amor a Dios y a los hermanos, como imitación del amor de Dios. Lo que importa, según el evangelio, es la entrega de uno mismo, el amor que uno pone en lo que hace, sea grande o pequeño. Lo que hagas, conforme a los talentos que has recibido, nunca será pequeño a los ojos de Dios. Lo importante no es la cantidad sino la actitud con que uno da de lo que tiene, consciente de que todo lo ha recibido. De modo que no debes desalentarte si lo que has hecho ha estado lleno de amor y gratitud. Eso es lo que cuenta ante Dios. Por eso la recompensa será igual para todos, para los que recibieron cinco talentos, como para los que recibieron dos. 

¿Quién es ese empleado que recibió un talento y lo escondió bajo tierra sin hacerlo producir? El que sabe el bien que hay que hacer y no lo hace, comete pecado, según el apóstol Santiago (Sant 4,17). El que había recibido un talento se alejó –dice el texto– y lo escondió. Se aleja de sí y de los demás. Actúa por el miedo, resultado de la falsa idea que se ha formado de su Señor. No reconoce el don del Señor, por eso no se mueve a dar de sí. Su relación con Dios es contable, mercantil, no libre, no de hijo, sino de rival. Se mueve como Adán, que se esconde de un Dios malo y se aleja hasta acabar en la muerte. Quien ama su vida la echa a perder (Mt 16,25). Quien no da ni comparte lo recibido, lo echa a perder. Quien responde con gratitud y generosidad a tanto bien, se enriquece más y da más. Experimenta la verdad de las palabras de Jesús: Hay más felicidad en dar que en recibir (Hech 20,35).

viernes, 30 de agosto de 2024

Santa Rosa de Lima

 P. Carlos Cardó SJ 

Santa Rosa de Lima, óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo (1670), Museo Lázaro Galdiano, Madrid, España

La acción divina actúa por la mediación de lo pequeño y escondido. Los valores del evangelio no necesitan los medios de propaganda y de impacto masivo del mercado y de la política. 

En lo escondido y en silencio actuó Jesús, el pequeño carpintero de Nazaret, en quien residía toda la fuerza salvadora de Dios. Así, en aparente insignificancia, transcurrieron sus misteriosos treinta años en Nazaret y luego su corta vida pública. Nosotros, quizá, para describir la relevancia de una obra humana, no emplearíamos la metáfora del granito de mostaza o de la pequeña medida de levadura; escogeríamos la de un árbol frondoso. Pero las grandes realizaciones suelen tener un desarrollo progresivo y secreto. En la pequeñez de la semilla se esconde el árbol y en la reducida porción de levadura, la energía que hace fermentar la masa. 

Hoy, en la fiesta de nuestra patrona Santa Rosa de Lima, se nos invita a descubrir la grandeza de Dios en lo pequeño, lo oculto, lo silencioso. Es ocasión para apreciar el poder transformador que personas como ella ejercen en los corazones y en la sociedad. 

Fue época de santos, época excepcional. Toribio de Mogrovejo, Martín de Porres, Francisco Solano,  Juan Macías, Rosa…, todos juntos, a pocas cuadras unos de otros en “el centro” de Lima. Rosa, «la primera flor de santidad en el Nuevo Mundo», recién evangelizado, nace el 30 de abril de 1586, hija de Gaspar Flores y María de Oliva; le ponen por nombre Isabel. En Quives, recibe la Confirmación de manos de Santo Toribio, quien impresionado por la belleza de su rostro, la llama Rosa. Más tarde, al consagrarse a Cristo, ella cambiará este nombre por Rosa de Santa María. 

Pasó varios años de su infancia y adolescencia en Quives, donde su padre administraba un obraje de minerales de plata. Esta estancia la marcó por su contacto con la pobreza y sufrimiento de los indios que trabajaban en la mina. Al volver a Lima con su familia, Rosa llevó una vida como la de cualquier jovencita, hasta que sintió la llamada del Señor. Ingresó a la Tercera Orden Seglar de Santo Domingo el 10 de agosto de 1606 y tuvo como modelo a Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia. Con gran fama de santidad, Rosa murió el 24 de agosto de 1617. Después ocurre algo excepcional: todavía no había sido canonizada, y ya era proclamada patrona del Perú, del Nuevo Mundo y de Filipinas en 1669. El papa Clemente X la canonizó en 1671. 

La santidad en la vida ordinaria es la primera lección que nos da Rosa. Es una santa seglar, que vestía el hábito de las terciarias. Mujer responsable, trabajaba de día en su huerto y de noche como costurera para ayudar a los gastos de su hogar, que pasó penurias desde que fracasó el obraje de Quives. A pesar de sus escasos medios, Rosa se prodigaba en la atención a los pobres, recolectando donativos para ellos, por lo que se ganó fama de santa de los pobres aún en vida. El pueblo agradecido concurrió en masa a sus funerales. 

Se destaca también en ella su oración. Mujer culta, instruida más que el común de las mujeres de su tiempo fue sobre todo en la oración y meditación de los libros santos donde adquirió un gran conocimiento de las cosas de fe. Rosa hablaba, enseñaba, discutía, aconsejaba incluso a sacerdotes. Y confrontada por la Inquisición, logró que los jueces le reconocieran que era en su oración donde había recibido el don de sabiduría y conocimiento de Dios. 

Sus penitencias han sido el rasgo de su vida más resaltado. Sus biógrafos abundan en descripciones minuciosas al respecto, que debemos considerar cargadas de contenido imaginario, aunque indudablemente la piedad de su época llevaba a los fieles a expresar el arrepentimiento mediante penitencias corporales. Sin embargo, mucho más significativa que sus mortificaciones físicas, fue su empeño en encauzar su natural deseo de ser admirada por sus dotes artísticas y por sus obras, buscando el olvido de sí misma en su sacrificada labor solidaria. El Papa Inocencio IX hizo de ella uno de sus mejores elogios: “Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones”. 

Finalmente, no se puede dejar de apreciar su personalidad, en particular, su temple de carácter, junto con su ternura y delicadeza. Rosa goza de autoridad moral en la Iglesia de Lima y por ello es capaz de dialogar con las autoridades religiosas sobre el trabajo pastoral, o aconsejar a clérigos relajados para que reformen sus vidas. En 1615, ante la amenaza del corsario holandés Joris van Spilbergen (que saqueó las costas de Chile y Perú), Rosa congrega en la iglesia de Santo Domingo a una gran cantidad de gente para orar por la superación del peligro. Junto a estas características de mujer fuerte y decidida, Rosa demuestra un fino sentido artístico en el cultivo de la música y de la poesía, y en el amor a la naturaleza. Desarrolló una admirable capacidad para percibir en todo la presencia de Dios. 

Pidamos, pues, a nuestra santa patrona que siga intercediendo por el Perú, por todos nuestros hogares, para que reine la paz y la unión, y el país avance hacia su desarrollo integral con justicia y equidad.

jueves, 29 de agosto de 2024

Martirio de Juan Bautista (Mc 6, 17-29)

 P. Carlos Cardó SJ 

El banquete de Herodes, fresco de Lippi Fra Filippo (1460 – 1464), Catedral de San Esteban, Prato, Italia

En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel.
Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar.
Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños.
La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?".
Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista".
Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron. 

El interés principal de Marcos en todo su evangelio es dar a conocer la identidad de Jesús, responder a la pregunta que Jesús planteará a sus discípulos: Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Para ello refiere cómo fue visto por sus parientes y sus paisanos, por los maestros y jefes religiosos, por la autoridad política y por el pueblo sencillo. Va haciendo ver que Jesús echa por tierra esquemas y estereotipos prefabricados sobre el modo como Dios se revela, actúa y juzga. Con su modo de revelar a Dios, Jesús desenmascara el sistema montado por las clases dominantes para mantener sus privilegios y ganancias, condena las alianzas que se forjan entre el poder religioso y el político para mutuo beneficio y, sobre todo, revela el amor salvador e incondicional de un Dios padre de todos, que a todos llama, pero muestra una particular predilección por los indefensos y los de limpio corazón. Por todo ello, Jesús se irá convirtiendo en un peligro para el poder establecido, que ve necesario rechazarlo con violencia. Puede verse aquí el motivo por el que Marcos relata amplia y detalladamente la muerte del Bautista, que prefigura la del Salvador, de quien fue el precursor. 

Todos los elementos que entran en juego en el encarcelamiento y muerte del Bautista aparecerán después en la pasión y muerte de Jesús: la maldad humana, la hipocresía y doblez, las intrigas, la corrupción de las costumbres y de las instituciones, la injusticia, es decir, todo aquello que el evangelio de Juan designa como la maldad, el odio y la ceguera del mundo (cf. Jn 9, 39-41; 15, 18-21). 

Domina la narración de la muerte de Juan la figura femenina de Herodías, que es presentada como su verdadera enemiga. Lo odia a muerte porque ha reprobado su unión con Herodes, estando aún vivo el hermanastro de éste con quien estaba casada. No te es lícito tener a la mujer de tu hermano, le había dicho Juan a Herodes, condenando su acción escandalosa. Por eso Herodías busca la manera de suprimirlo, pero choca con la resistencia de su concubino que teme a Juan porque sabe que es un hombre santo y cuando le oye hablar le deja perplejo. La ocasión propicia para doblegar su resistencia y llevar a cabo su mal propósito, la encuentra Herodías en el banquete que el rey organiza por su cumpleaños, invitando a los grandes de su corte. 

En medio de la fiesta salta a la escena la hija de Herodías (llamada Salomé por el historiador Flavio Josefo), baila en el centro del salón y entusiasma al rey y a sus invitados. Por pura jactancia, Herodes le promete a su hijastra, bajo juramento, que le dará lo que ella pida, aunque sea la mitad de su reino. El plan de Herodías tendrá éxito; con descarado cinismo manda a su hija que pida la cabeza del Bautista. El rey se entristeció, pero a causa del juramento y de los invitados, no quiso contrariarla. Y fue así como, de inmediato, fue martirizado el inocente. La muchacha llevó a su madre la cabeza del Bautista. La maldad se impuso. El poder del mal, activado por el adulterio, el falso honor y la frivolidad, quita de en medio al testigo que lo contradice y descalifica. Es la suerte del profeta que cae por denunciar la corrupción de las costumbres. A los ojos del mundo la verdad y la justicia del profeta pierden. Pero en realidad él sale vencedor. Su muerte demuestra que los valores que ha defendido valen más que la vida: no es un simple perdedor, es un mártir. Eso fue Juan Bautista y su muerte sangrienta anticipó la de Jesús, el testigo fiel (Ap 1, 5; Hebr 12,2). 

La Iglesia, fijos los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe (Hebr 12,2), perdería toda credibilidad si no recorriera hoy, como en sus comienzos, el camino profético trazado por su Maestro, en la defensa de Dios y de la vida de todo ser humano. Libre de toda atadura terrenal, se hace capaz de testimoniar con su palabra y sus acciones la justicia que se nos ha manifestado en Jesús. Como él, será siempre un signo de contradicción para todo aquello y todos aquellos que defienden sistemas sociales y modos de vida contrarios a la dignidad de la vida humana y a los valores del evangelio.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Sepulcros blanqueados (Mt 23, 27-32)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jesús y los fariseos, óleo sobre lienzo de Tita Gori (fines del siglo XIX), iglesia católica de Monte Prato, Italia

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre! Así también ustedes: por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les construyen sepulcros a los profetas y adornan las tumbas de los justos, y dicen: `¡Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en el asesinato de los profetas!’. Con esto ustedes están reconociendo que son hijos de los asesinos de los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus padres comenzaron!" 

¡Sepulcros blanqueados! En esta parte de su discurso contra los fariseos, Jesús alude a la costumbre judía de blanquear cuidadosamente las tumbas para hacerlas bien visibles y evitar que la gente las tocase involuntariamente, quedando con ello inhabilitados (impuros) para el culto en el templo. Jesús critica la moral de las formas y de las apariencias, cuyo principal empeño consiste en mantener una apariencia bien compuesta, solemne y atractiva, pero que muchas veces puede ocultar incoherencias y maldades. Al exterior, aparente santidad, impecabilidad y buen nombre; pero en realidad lo que se busca es la autojustificación, llegando para ello al desprecio del amor verdadero y de sus exigencias concretas para con el hermano. El amor verdadero, en cambio, obra siempre con sencillez y puede incluso parecer torpe por cierta falta de formas diplomáticas, pero ante las injusticias y el dolor de los hermanos no se escabulle, no teme mancharse las manos ni busca refugio en formas y discursos de mera connivencia. Así actuó Pilato. 

¡Edifican mausoleos a los profetas! Se venera a los profetas porque ya están muertos.  Se alaban sus discursos, pero para volverlos inofensivos. Se exaltan las cosas buenas que anunciaban, pero se callan las cosas que denunciaban y que siguen conmoviendo las conciencias. 

¡Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado…!, dicen los fariseos. Jesús les hace ver que es fácil criticar el pasado, darse golpes de pecho por los pecados de los antiguos, pero no hacer nada para que no se reproduzcan en el presente. Se llega incluso al prurito de arremeter contra las cruzadas, la inquisición, la persecución de las brujas, la extirpación de las idolatrías…; pero más vale arrepentirse de lo que ahora se sigue haciendo, pues –desde muchos puntos de vista– es la misma historia de violencia. Más aún, ¿no será peor nuestra historia con su diabólico afán de consumir, explotar y contaminar el habitat humano, la vida en el planeta? ¿Cómo juzgarán a esta generación las generaciones futuras? 

Con sutil ironía Jesús exhorta a los fariseos a llevar a término la obra que sus antepasados iniciaron. ¡Completen, pues, lo que sus antepasados comenzaron! Alude a los propósitos homicidas que aquellos mantuvieron frente a los profetas, y que les llevaron a promover o apoyar su muerte en ejecuciones sumarias. Es lo que quieren hacer con él, les advierte Jesús a sus oyentes. La misma violencia con que actuaron sus antepasados les llevará a darle muerte. Completarán así la historia del rechazo a los enviados de Dios, porque él es el mensajero definitivo, portador de la salvación, que les transmitió la llamada definitiva a la conversión. Es el tema de la parábola de los viñadores homicidas, ya propuesta por Jesús (Mt 22,1-14). Es el colmo al que llegarán los fariseos: rendir homenaje a los antiguos profetas y matar al mesías que ellos anunciaron. 

Jesús, en este punto, no duda en emplear las amenazas que Juan Bautista dirigió a sus interlocutores (Mt 3,7). Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparán a la condenación del fuego que no se apaga? La realización de este anuncio se cumple ahora en Jesús y en sus enviados, los evangelizadores, que serán igualmente perseguidos como los profetas, maestros y sabios de Israel, desde el justo Abel hasta Zacarías, cuya sangre cayó sobre el altar. La maldad acumulada, que recae sobre el judaísmo farisaico por reproducir la maldad de sus antepasados, tendrá un final desastroso, como advierte Jesús en la parábola de estilo apocalíptico que viene a continuación de este texto.

martes, 27 de agosto de 2024

La hipocresía de los fariseos (Mt 23, 23-26)

 Carlos Cardó SJ 

El Fariseo, ilustración publicada en La Biblia en Pinturas, editada por M. Bihn y J. Bealings (1922)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que tenían que practicar, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito, pero se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera los vasos y los platos, mientras que por dentro siguen sucios con su rapacidad y codicia! ¡Fariseo ciego!, limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio por fuera". 

Jesús critica la hipocresía de los fariseos, vicio que constituye un peligro en todas las religiones y movimientos espirituales. En particular, Jesús critica la hipocresía subyacente a la actitud de muchos guías ciegos que convierten la religión en un conjunto de prácticas reglamentadas, de cuyo cumplimiento se obtiene fama de justo. 

Este afán de justificarse el hombre por sus obras, llevaba a querer asegurarse la salvación con el legalismo. La ley mosaica se había desmenuzado en centenares de normas que regulaban la vida cotidiana hasta en lo más mínimo, pero que llevaban al mismo tiempo a olvidar lo más importante: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Por eso los recrimina el profeta Isaías: Así dice el Señor: Este pueblo… me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí y el culto que me rinden es puro precepto humano, simple rutina” (Is 29,13). A esto se refiere Jesús al decir: ¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley: la voluntad de Dios, la misericordia y la fe! 

Frente a ello, Jesús propone el amor al Padre y a los hermanos, que si es verdadero llevará al hombre a actuar siempre con delicadeza, teniendo cuidado de lo pequeño, pero sin caer en el escrúpulo, ni en la manía ritualista. 

¡Guías ciegos que cuelan un mosquito, pero se tragan un camello! Legalismo absurdo que hace prestar atención al detalle, pero impide ver el conjunto. La liturgia y la vida espiritual se mecanizan con el detallismo ritualista. 

Critica también Jesús la religiosidad de la pura apariencia, que había llevado a la obsesión por la limpieza y purificación aun de los utensilios domésticos, vasos y platos, con olvido de la purificación interior de la persona, que es lo importante. Bajo una exterioridad cuidada al máximo, se oculta rapiña y corrupción. Hay que purificar primero el interior de la persona. La obra de Dios consiste en la purificación del corazón, en la creación de un espíritu nuevo, participación de su mismo espíritu: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no me arrojes de tu presencia, no retires de mí tu santo espíritu; devuélveme la alegría de tu salvación, fortaléceme con tu espíritu generoso (Sal 51, 12-14). Espíritu firme, santo y generoso. Así puede el hombre tener un corazón como el de Dios, ser misericordioso como el Padre es misericordioso (Lc 6, 36). 

El fariseísmo es una amenaza constante a la vida cristiana porque tienta bajo apariencia de bien: convierte el evangelio en ley, en vez de buena noticia del amor salvador del Señor, se fija solamente en los mandatos y prohibiciones.  Lleva así a confiar más en la ley, que en la gracia-amor que se nos da y es la que salva. Conduce a la vanagloria por los méritos propios y al rechazo de los otros, a no comportarse como hermano. 

Bajo apariencia de bien. El mal puede venir de transgredir la ley, sin duda; pero también, y más sutilmente, puede venir disfrazado con la máscara de la observancia. Entonces es difícil reconocerlo. Es la hipocresía de quien se sirve de la Palabra (de la Iglesia, de las instituciones religiosas, de los roles y funciones, etc.) para obtener beneficio propio, aprobación, vanagloria, no gloria de Dios.

lunes, 26 de agosto de 2024

Contra fariseos y escribas (Mt 23, 13-22)

 P. Carlos Cardó SJ 

¡Ay de ustedes escribas y fariseos!, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les cierran a los hombres el Reino de los cielos! Ni entran ustedes ni dejan pasar a los que quieren entrar. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un adepto y, cuando lo consiguen, lo hacen todavía más digno de condenación que ustedes mismos! ¡Ay de ustedes, guías ciegos, que enseñan que jurar por el templo no obliga, pero que jurar por el oro del templo, sí obliga! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo, que santifica al oro? También enseñan ustedes que jurar por el altar no obliga, pero que jurar por la ofrenda que está sobre él, sí obliga. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el templo, jura por él y por aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él". 

El texto es continuación del discurso contra la hipocresía de los fariseos y escribas. Al leerlo conviene pensar qué posible aplicación tiene al día de hoy, pues el fariseísmo sigue siendo un peligro para todas las religiones y para la Iglesia. Fariseo significa puro; eso se creían los miembros de este partido. Jesús pone en guardia contra el peligro de convertir su comunidad en una secta de puros. Asimismo, el fariseísmo aparece cuando se dictan normas para que otros las cumplan y cuando no se pone en práctica lo que se enseña. Fariseísmo es servirse de la Palabra (de la Iglesia, de las instituciones religiosas, incluso de las normas morales) para obtener algún beneficio propio, aprobación y gloria vana según el mundo, pero no la gloria de Dios. Los fariseos de todos los tiempos exhiben su religiosidad o su saber de las cosas de religión y moral para aparecer como grandes, doctos, eruditos que están para enseñar, pero no para aprender. El fariseísmo se infiltra bajo apariencia de bien, disfrazado con la máscara de la observancia de las normas y preceptos; presenta el evangelio como ley, no como lo que es: buena noticia de la comunicación y comunión entre Dios y sus hijos e hijas. 

Las contradicciones que Jesús desenmascara en este discurso son: la hipocresía del decir y no hacer, el celo por buscar prosélitos para asemejarlos a ellos y no llevarlos a Dios, el legalismo y la falta de discernimiento, el ser intachable en lo exterior pero perverso en su interior (sepulcros blanqueados), la dureza para juzgar a los demás y la incapacidad para soportar el juicio de la verdad. 

El «ay» profético que Jesús pronuncia seis veces por el mal proceder de los fariseos y escribas, no es de lamento por una situación triste, sino de advertencia severa del fin desastroso al que se encaminan por confundir a la gente. Son los enemigos de Jesús, responsables directos de que la mayoría del pueblo de Israel no creyera en él. Es como un ajuste de cuentas decisivo a los malos dirigentes. Seis veces los llama «hipócritas», por vivir en contradicción entre lo que dicen y lo que hacen. Son lo contrario de lo que deben ser los discípulos de Jesús que escuchan la palabra de Dios que él les comunica y la llevan a la práctica (cf 7,24-27). 

El primer «ay» es porque los maestros de la ley y los fariseos, haciéndose los jueces de vivos y muertos, cierran la puerta del reino de los cielos, es decir, de la salvación, a los que se les antoja, sin advertir que haciendo eso ellos mismos se condenan. Pedro, como representante de la comunidad cristiana, recibió las llaves para, en nombre de Cristo, abrir a los fieles las puertas del reino de los cielos (Mt 16, 19) mediante la transmisión oficial y normativa de los contenidos de la fe cristiana. Los letrados y fariseos, en cambio, considerados los intérpretes oficiales de la ley, centraban su práctica en la búsqueda de la pureza exterior, dejando de lado el núcleo más importante de la ley: la misericordia, el derecho y la fidelidad. Obrando así ellos mismos quedaban fuera de la justicia del reino y confundían a la gente en vez de guiarla a cumplir lo que Dios quiere. 

El segundo “ay” amplía la denuncia anterior. Los letrados y fariseos, que no permiten entrar a las personas en el reino de los cielos, realizan sin embargo una tenaz actividad proselitista para convertir a la fe de Israel y a la observancia rigorista de la ley a gentes de otras naciones. Pero una vez convertidos los volvían más fanáticos aún que ellos mismos y por ello doblemente merecedores de la perdición. La expresión que se emplea es exagerada, pues los fariseos no recorrían “mar y tierra” para “hacer un solo prosélito”, pero sí hacían enormes esfuerzos para lograrlo. 

El tercer “ay” es para los mismos leguleyos a quienes califica de torpes y ciegos porque se valen de triquiñuelas para exonerar a quienes les interesa de las obligaciones morales que han contraído con sus promesas y juramentos. Estos “guías ciegos” mantenían a las personas en su ceguera. Son, por tanto, el polo opuesto del único Maestro, Jesús, que abolió los juramentos y los sustituyó por la veracidad de la palabra dada, que compromete totalmente a la persona. 

Aunque estas formulaciones evangélicas no son fáciles de comprender en su literalidad, queda clara a los lectores de hoy la enseñanza de Jesús acerca de la honestidad personal y la necesidad de refrendar con la propia conducta la fe que se profesa. Por lo demás, la labor evangelizadora de la Iglesia no ha de tener como objetivo el buscar prosélitos, sino crear fraternidad y promover de manera integral a las personas para que sean libres y responsables.

domingo, 25 de agosto de 2024

Domingo XXI del Tiempo Ordinario - Sólo tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 60-69)

 P. Carlos Cardó SJ 

Sagrada cena, óleo sobre lienzo de Alonso Vásquez (1558 aprox.), Museo de Bellas Artes de Sevilla, España

Muchos de los discípulos que lo oyeron comentaban: “Este discurso es bien duro: ¿quién podrá escucharlo?”.
Jesús, conociendo por dentro que los discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto os escandaliza? ¿Qué será cuando veáis a este Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen”.
Desde el comienzo sabía Jesús quiénes no creían y quién lo iba a traicionar.
Y añadió: "Por eso os he dicho que nadie puede acudir a mí si el Padre no se lo concede".
Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Así que Jesús dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”.
Simón Pedro le contestó: "Señor, ¿a quién iremos? Tú dices palabras de Vida Eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios". 

Las palabras de Jesús sobre la necesidad de comer su cuerpo y beber su sangre para tener vida eterna han escandalizado a sus oyentes judíos y han chocado también con la incomprensión de sus propios discípulos. Han quedado desilusionados al ver que la conducta de su Maestro no correspondía a lo que ellos esperaban del mesías. La insinuación que les ha hecho de que el final de su obra consistirá en la entrega de su persona en una muerte sangrienta les ha resultado insoportable. No podían imaginar un amor que llega a la entrega de la propia vida. Y lo que les resulta aún más temible es que con sus palabras “comer su carne y beber su sangre”, Jesús les advierte que ellos también están llamados a hacer suya esa actitud de entrega, si es verdad que creen en él y lo siguen. Entonces se produce la deserción, el cisma. Muchos de los discípulos abandonan a Jesús, protestando: Este lenguaje es inadmisible, ¿quién puede admitirlo? 

En esos momentos, Jesús, que conoce el interior de cada hombre y es consciente de la situación, se vuelve a sus más íntimos, a los Doce, y les hace ver que ha llegado la hora de la verdad, tienen que decidir si aceptan o rechazan su oferta: ¿También ustedes quieren irse? 

Como en otras ocasiones, Pedro toma la palabra. Su respuesta contiene una profesión de fe y quedará para siempre como el recurso de todo creyente que, en su camino de fe, experimente como los discípulos la dificultad de creer, el desánimo en el compromiso cristiano, la sensación de estar probado por encima de sus fuerzas. Entonces, como Pedro, el discípulo se rendirá a su Señor con una confianza absoluta: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. La confianza de Pedro en su Señor se basa en la convicción, que resuelve toda duda e inseguridad, de que sólo la forma de vida que Jesús ofrece dignifica la existencia, porque en él se muestra la santidad a la que todos estamos llamados. 

Lo que aconteció en la comunidad de los Doce acontece también en nuestra vida personal y en nuestra comunidad. Llega un momento en que la crisis se hace presente y no hay más remedio que optar y asirse con la más entera confianza a ese amor incondicional e indefectible de Dios por nosotros que se nos ha revelado en Jesús, la persona más digna de confianza, autor y perfeccionador de nuestra fe (Hebr 12, 2). Y sea cual sea la dificultad o crisis por la que pasemos, surgirá de nosotros la confianza de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios. 

Venir a la Eucaristía, recibir en ella el cuerpo del Señor, nos compromete a hacer sentir a todos aquellos con quienes tratamos la misma confianza que nos da la entrega de Jesucristo por nosotros. En un mundo afectado cada vez más por la desconfianza en las relaciones interpersonales, la eucaristía nos compromete a crear espacios en los que sea posible confiar por la credibilidad a la que todos aspiran con su vida coherente, honesta y virtuosa. La eucaristía hace que la Iglesia sea realmente un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir confiando.

sábado, 24 de agosto de 2024

Transmisión de la experiencia de fe (Jn 1, 45-51)

 P. Carlos Cardó SJ 

San Bartolomé apóstol, óleo sobre lienzo de Gregorio Bausá (Siglo XVII), Museo de Bellas Artes de Valencia, España

En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José".
Natanael replicó: "¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?".
Felipe le contestó: "Ven y lo verás".
Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: "Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez".
Natanael le preguntó: "¿De dónde me conoces?".
Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera".

Respondió Natanael: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel".

Jesús le contestó: "Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver". Después añadió: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". 

La experiencia de fe no se queda como algo íntimo, se comparte. Y en el compartir, la fe se transmite. Dios se vale de personas que se han encontrado con él para que otras también lo conozcan o descubran su voluntad. Las palabras humanas disponen a la escucha de la Palabra. 

Este dinamismo comunicativo de la fe aparece en el texto y nos invita a recordar –agradecidos– las mediaciones humanas de la gracia en nuestra propia historia, personas concretas gracias a las cuales nos vino la fe, maduramos en ella, o pudimos conocer la voluntad de Dios en nuestra vida. Dice el pasaje evangélico que Andrés conduce a su hermano Simón a vivir la experiencia del encuentro con Jesús. Felipe invita a Natanael a ir y ver por sí mismo quién es Jesús de Nazaret. 

Natanael no figura en la lista de los Doce, puede ser Bartolomé según la tradición. Su amigo Felipe, entusiasmado, le dice que han encontrado al Mesías, de quien hablaron Moisés y los profetas, y que es Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Pero a Natanael, como a cualquier judío, no podía pasarle por la mente que el Mesías pudiese venir de Nazaret, pueblecito sin importancia que ni siquiera se menciona en todo el Antiguo Testamento. Se aguardaba a un descendiente de la casa y familia real de David, cuya ciudad fue Belén de Judea. Se entiende, pues, que Natanel muestre su desconfianza: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Pero Felipe le replica señalando aquello que es fundamental en la fe: el salir de uno mismo para experimentar el encuentro con Dios. Ven y lo verás. Hay que ir y situarse donde está el Señor, establecer un contacto personal con él y entonces todo quedará iluminado con una luz nueva, tendrá la luz de la vida (Jn 8,12). 

Jesús ve venir a Natanael. Lo conoce sin que nadie le haya hablado de él. Ve el interior de las personas y las conoce más que nadie, con un conocimiento, además, lleno de estima de lo mejor que hay en cada uno. Natanael debió ser un judío virtuoso. Por eso Jesús lo alaba: Ahí tienen a un israelita auténtico en quien no hay engaño. El engaño y la mentira destruyen lo que la religión puede producir en una persona. 

¿De dónde me conoces?, pregunta Natanael sorprendido. Si en ese momento hubiese obrado en él la fe, habría recordado tal vez las palabras del Salmo 139: Tú me sondeas y me conoces…desde lejos conoces mis pensamientos. El saberse conocido por Dios inspira confianza. Por eso el mismo salmo termina pidiéndole: Conoce mi corazón y ponme a prueba. 

Jesús le dice: Cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi. Los exegetas se esfuerzan por descubrir el significado de esta frase, pero hasta ahora sólo han conseguido especulaciones. Lo más probable es que se refiera a Natanael como figura simbólica del acercamiento de Israel a Dios por medio de la lectura y estudio de las Escrituras. En las tradiciones judaicas, en efecto, la higuera, árbol ubérrimo en dulces frutos, era símbolo del conocimiento y de la felicidad, que se logra principalmente con el estudio de la Ley. Pero conocer la Ley no basta para el encuentro con el Mesías; por eso quizá las resistencias iniciales de Natanael respecto a Jesús. 

Rabí, tu eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel, confiesa Natanael, reconociendo la filiación divina de Jesús, maestro y rey de Israel. Sus palabras son un anticipo de todo lo que el evangelio anunciará: la revelación del Hijo. 

¡Cosas mayores verás!, le dice Jesús. Verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre. Verás que Jesús es aquel por quien se abren definitivamente los cielos y sobre quien desciende el Espíritu. Jesús será el “lugar”, el espacio de las relaciones auténticas con Dios, el verdadero templo y puerta entre Dios y los hombres, realidad que fue apenas vislumbrada en la visión de la escala de Jacob en Betel, terrible lugar y puerta del cielo (Gen 28,17). Jesús es la verdadera escala, que une al cielo con la tierra: Dios se comunica al hombre y el hombre entra en comunicación con Dios.

viernes, 23 de agosto de 2024

El mandamiento más importante (Mt 22, 34-40)

 P. Carlos Cardó SJ 

Obras de misericordia: dar de comer al hambriento, pintura al temple sobre tabla de Olivuccio di Ciccarello da Camerino (siglo XIV), Museos Vaticanos

En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a Él.
Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?".
Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas". 

Los fariseos plantean a Jesús una pregunta fundamental sobre la fe: cuál es el mandamiento principal, por el que ha de regirse el verdadero creyente. Jesús responde con el credo que todo buen israelita debe recitar cada día, el llamado “Shemá Israel”: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas fuerzas. Y añade a continuación que el segundo mandamiento es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Ambos mandamientos estaban en la Escritura. El primero en el Deuteronomio 6,4-9 y el segundo en el Levítico 19,18b. El primero confesaba la unicidad de Dios y la disposición del hombre a amarlo con todo su ser, como lo más decisivo de la fe. El segundo, sobre el amor al prójimo, había quedado medio enterrado bajo la enorme cantidad de deberes, ritos, purificaciones, prohibiciones y castigos que contiene el libro del Levítico, como código de leyes sobre el culto. 

Se podría pensar que el más importante de estos dos amores es el primero porque Dios es lo primero y porque sin referencia a él, de quien nos viene todo, no podemos hacer nada. Pero San Juan dice en su 1ª Carta (4,20) que quien no ama a su prójimo a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve, es decir, que el amor a Dios pasa necesariamente por el amor a los demás. Y San Pablo es aún más tajante: Todo mandamiento queda contenido en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rom 13,9). Y añade que la ley entera queda cumplida con este único mandamiento: amarás al prójimo como a ti mismo (Gal 5,14). Por último, el mismo Jesús dejó en su última cena un único mandamiento: Ámense los unos a los otros (Jn 15,17). 

Los dos mandamientos son semejantes entre sí, más aún, son una misma realidad vista en sus dos dimensiones inseparables y recíprocas, que no se dan la una sin la otra. Jesús subrayó esta unidad y la originalidad suya consistió en hacernos ver que en él, Hijo de Dios hecho prójimo nuestro, se unen el amor a Dios y el amor al prójimo en una unidad perfecta, hasta convertirse en uno solo. El amor es uno solo: el de Dios que se nos ha revelado, nos ha salvado en su Hijo Jesucristo, ha sido infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo y nos hace capaces de amarnos los unos a los otros. 

El amor procede de Dios y hay que acogerlo y cuidarlo con esmero. Es lo más fuerte que hay y a la vez lo más vulnerable, porque siempre se puede abusar de él. Pero a quien permanece fiel al amor recibido se le concede poder cumplir el mandamiento del Señor: Ámense unos a otros como yo los he amado (Jn 13, 34). De este amor dice San Pablo que es paciente y bondadoso; no tiene envidia, no es jactancioso ni arrogante; no se porta indecorosamente; no es egoísta, no se irrita, no lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca (1 Cor 13, 4-8). Cuando este amor mueve a la persona, ella no puede dejar de hacer lo que le pide, pero lo siente como una exigencia distinta, que no le viene impuesta desde el exterior, sino que le nace de dentro. Así, el amor le moviliza no sólo el corazón y los sentimientos, ni solo la mente y el pensamiento, sino la vida entera. Se demuestra más en obras que en palabras y lleva a dar y comunicar lo que uno es y lo que uno tiene. Es deseo y búsqueda del bien del otro, es alabanza, respeto y servicio del otro como a uno mismo. Se ama al otro tal como es y se procura promoverlo. 

Nadie puede quedar excluido del amor. Dios ama a todos porque es Padre de todos. Por eso, lo característico del amor cristiano es que no sólo abraza a los que están vinculados por parentesco, amistad, mutua atracción o afinidad de intereses. Toda persona es ese prójimo, a quien debo amar como a mí mismo. Debo, pues, aproximarme a él (aprojimarme), hacerlo mi prójimo con mi atención y servicio, porque al encontrarlo a él me encuentro y sirvo a Dios.

jueves, 22 de agosto de 2024

Los invitados al banquete de bodas (Mt 22, 1-14)

 P. Carlos Cardó SJ 

Parábola del banquete de bodas del hijo del rey, óleo sobre tabla de Abel Grimmer (1611 aprox.), Museo del Prado, Madrid, España

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: "El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir. Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: ‘Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda’. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego les dijo a sus criados: ‘La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren’. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados. Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’ Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos". 

El núcleo de la incomprensión y rechazo que muestran los sacerdotes y fariseos frente a Jesús es la nueva imagen de Dios que él transmite con su palabra y con sus acciones. En las parábolas anteriores a este pasaje, ha presentado diversos aspectos de esa nueva imagen de Dios. En la del padre que envió a sus hijos a trabajar en su viña, lo presentó como un padre que nos da la vida; en la del propietario que pidió cuentas a sus empleados, aparece como el creador y señor de la tierra que nos alimenta; ahora, en la parábola del banquete de bodas, es el rey que nos hace ser libres como él es libre. 

Las bodas son la más bella imagen de nuestra relación con Dios. Por eso, en el Antiguo Testamento, la alianza de Dios con su pueblo se expresaba con el símbolo de la unión matrimonial (Isaías, Ezequiel, Oseas, Cantar de los Cantares). Y en el Nuevo Testamento a Cristo se le llama el esposo (Mt 9,15; Jn 3,29; Ef 5,25ss; Ap 19,7; 22,17), que consuma las nupcias entre el Creador y la humanidad. 

Dice la parábola que un rey envió a sus siervos a llamar a los que había invitado para celebrar la boda de su hijo. Representa a Dios que envió a los profetas con la misión de preparar un pueblo bien dispuesto (Lc 1,17) para la venida de su Hijo como Salvador. Los primeros invitados fueron los hijos del pueblo de Israel, pero no quisieron asistir. 

El rey, a pesar de eso, repite la invitación y de manera apremiante: ya tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses… Los nuevos siervos enviados son los apóstoles. Pero lamentablemente otra vez los invitados rechazan el ofrecimiento, alegando que tienen mucho que hacer en sus tierras o en sus negocios. Les importan más el dinero y sus propiedades, disfrutan más con ellos y los consideran más provechosos. 

Finalmente se menciona a los demás invitados que capturaron a los enviados, los maltrataron y mataron. Son los peores, su rechazo a la invitación del señor es cruel: su cerrazón de corazón los conduce no sólo a la afrenta y al deprecio sino hasta la violencia y el crimen. El rey irritado manda a su ejército, que liquida a los asesinos y arrasa su ciudad. Esa gente no era digna: se creían superiores por ser ricos, no necesitaban nada, no les interesaba el banquete, menospreciaron la llamada insistente del señor. 

El banquete, sin embargo, no se suspende; todo lo contrario, ahora más bien la invitación se hace extensiva a todos, malos y buenos. Los criados salen a llamar a cuantos encuentran en su camino. La vocación del pueblo escogido de Israel es ahora vocación universal y la sala se llenó de invitados. 

En la comunidad de los llamados por Jesús, en su Iglesia, hay buenos y malos, justos y pecadores (Mt 13, 41-43), peces buenos y malos (Mt 13,47-50), trigo y cizaña (Mt 13,29-30), que sólo serán separados al final de la historia. La Iglesia no es todavía el reino de Dios, donde los justos resplandecerán como el sol; la Iglesia está en camino, es a la vez santa y necesitada de continua purificación. Somos pecadores tocados por la gracia del Señor, que debemos acoger dócilmente para que transforme nuestras vidas. 

Por eso, continúa la parábola, al advertir el rey que hay uno sin vestido de fiesta, le dice: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda? Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a sus servidores: Átenlo de pies y manos y échenlo fuera a las tinieblas. 

En la Biblia el vestido representa las cualidades de la persona, el vestido de la salvación y el manto de la justicia (Is 61,10). Lleva el traje de fiesta quien, sintiéndose pecador, acoge la invitación, es perdonado y vive del perdón. Estaba desnudo y ha sido revestido de Cristo (Gal 3,27). Revístanse de Cristo y no fomenten los apetitos desordenados, dice San Pablo (Rom 13,14). 

Quien no lleva el traje de fiesta, aunque esté en la sala del banquete, de hecho, está fuera, en las tinieblas exteriores. Jesús no dice esto para infundirnos temor, sino para movernos al cambio de actitud y no estar en la situación de quienes rechazaron su invitación. Si reconocemos nuestra pobreza, podemos revestirnos del vestido nuevo. 

La clave de lectura de la parábola está en la contraposición: muchos son los llamados y pocos los elegidos. Las llamadas a Israel fueron muchas, pero Israel no respondió, no escuchó a los profetas, rechazó a Jesús el enviado definitivo, portador de la salvación. Por eso la llamada al “banquete” se hace universal y llega a nosotros. Pero exige un comportamiento práctico. No basta “inscribirse” en la Iglesia, y vivir en ella con una pertenencia puramente sociológica, exterior y descomprometida. Al banquete se va con “vestido de fiesta”, es decir, con el estilo de vida cristiano, bien visible por las obras de la fe. A todos llama el Señor porque quiere que todos se salven. Los elegidos estuvieron fuera, sin el traje nupcial, pero decidieron cambiar su vieja condición y se abrieron a la misericordia de Dios. Participan del banquete que los une a todos como hermanos.