P. Carlos Cardó
Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas, predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres, a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos.
Es un sumario de la actividad pública de Jesús, que será también
la de sus discípulos. Contiene elementos típicos del modo de proceder de Jesús.
Se pueden ver tres partes en el texto: 1) la vida itinerante de
Jesús, como modelo para la vida de la Iglesia; 2) la asociación de los Doce a
la vida y actividad de Jesús, 3) las mujeres que siguen a Jesús y el papel que
desempeñan en la comunidad.
1) Jesús era un predicador itinerante, no tenía casa propia,
recorría las ciudades y aldeas de Palestina, procurando reunir a las ovejas dispersas de la casa de Israel.
Quería formar el nuevo pueblo de Dios, llevar a todos la Palabra de la
salvación que Dios, por su medio, les transmitía, sin excluir a nadie. El tema
central de su predicación era el anuncio de la irrupción del reino de Dios y
las condiciones para entrar en él.
2) Los Doce apóstoles forman el primer núcleo de personas que
Jesús asocia a su labor misionera. En la convivencia con Él, aprenden su modo
de ser y de actuar, comparten su vida. Con ellos forma la Iglesia, que habrá de
ser también apostólica, misionera, movida por el mismo amor que la impulse a ir
a todas partes y anunciar la buena noticia del reino de Dios.
El estar con Él, en comunión de vida, trabajo, alegrías y
sufrimientos, es lo que más identifica al apóstol. Hay un evidente aspecto
personal de amor y de vinculación estrecha con el Maestro en la vocación a la
que son llamados. Ellos estuvieron con Él en todo momento, compartieron su
vida, fueron los testigos presenciales de lo que dijo y realizó durante su vida
pública hasta su muerte. Ellos representan al discípulo de todos los tiempos.
Como ellos, también nosotros estamos llamados a estar con Él, a mantener el interés
por conocerlo cada vez más internamente para más amarlo y seguirlo.
3) Las mujeres que siguen a Jesús. En la cultura y religión judía
de aquel tiempo todo era para hombres; las mujeres estaban al nivel de los
niños, no contaban. Jesús derriba todos los muros de separación entre los seres
humanos: en su comunidad ya no hay
distinción entre judío o gentil, esclavo o libre, hombre o mujer, porque todos
son uno en Cristo Jesús (Gal 3, 28). Otras diferencias naturales o
culturales resultan secundarias frente a esta igualdad: todos sin distinción
estamos llamados a estar con el Señor. Lo importante es estar con Él.
Las mujeres cumplían una serie de funciones en la primitiva
comunidad, desde tiempos de Jesús, como puede verse en las cartas de Pablo y en
Hechos de los Apóstoles (Rom 16, Hech 1;
12; 16; 17), y todas sus funciones eran de servicio. Con su actitud
personificaban en la comunidad el amor maternal, que hace posible la vida del
otro dando de sí.
Lucas subraya que eran mujeres que habían experimentado el perdón
y habían sido liberadas por Jesús de muchos males (al igual que los discípulos,
naturalmente). Por eso manifestaban el amor que brota como respuesta a quien
las ha amado primero; mostraban mucho amor porque mucho se les había perdonado (Lc 7, 47). Eran, pues, auténticas discípulas,
modelos del seguimiento de Jesús.
Ellas se mantendrán firmes junto a Él en la pasión, mientras los
demás discípulos, dejándolo solo, lo abandonarán. Estarán con María junto a la
cruz, llevarán a enterrar el cuerpo del Señor, volverán de madrugada a la tumba
para embalsamarlo y serán las primeras testigos de la resurrección. Después las
veremos en compañía de María y de los apóstoles en la espera orante de
Pentecostés.
Con los doce y con María, la madre de Jesús, muchas otras mujeres (según Lucas), constituyeron la primera
comunidad cristiana, la primera Iglesia, que será modelo y referente obligado
para la comunidad eclesial en todos los tiempos. Ellas supieron ser dóciles a
su fe hasta dejarse transformar completamente por el Espíritu Santo. Como
ellas, muchísimas otras mujeres santas de la Sagrada Escritura, de la historia
antigua y de la actualidad nos sirven de modelo. Con sus vidas, su fidelidad
–llevada muchas veces hasta lo heroico–, su sabiduría y su testimonio profético
fortalecen a la familia humana y a la Iglesia.
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