miércoles, 13 de septiembre de 2023

Las Bienaventuranzas (Lc 6, 17.20-26)

 P. Carlos Cardó

Sermón del monte, óleo sobre lienzo de Thomas Saunders Nash (siglo XX), Galería de Arte de Manchester, Reino Unido

Jesús bajó con ellos y se detuvo en un lugar llano. Había allí un grupo impresionante de discípulos suyos y una cantidad de gente procedente de toda Judea y de Jerusalén, y también de la costa de Tiro y de Sidón. Habían venido para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades; El, entonces, levantó los ojos hacia sus discípulos y les dijo:
«Felices ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Felices ustedes, los que lloran, porque reirán. Felices ustedes, si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran unos delincuentes a causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese momento y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande en el cielo. Recuerden que de esa manera trataron también a los profetas en tiempos de sus padres. Pero ¡pobres de ustedes, los ricos, porque tienen ya su consuelo! ¡Pobres de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque después tendrán hambre! ¡Pobres de ustedes, los que ahora ríen, porque van a llorar de pena! ¡Pobres de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!

El sermón del monte –según Mateo– o del llano –según Lucas– es como la carta magna del reino de Dios, promulgada por Jesús; es la síntesis de “buena noticia” que Él anuncia a los pobres. En el sermón se destacan la Bienaventuranzas, que proclaman el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a Israel y a toda la humanidad. Contienen los criterios según los cuales Dios juzga y actúa, criterios opuestos a los del mundo. Junto con las lamentaciones que siguen a continuación en la versión de Lucas, presentan el contraste que hay entre dos modos de pensar: el de Dios Padre, y el de quien, sin Padre, se olvida de sus hermanos.

Las bienaventuranzas expresan cómo actúa Dios. Y ese obrar de Dios en Jesús pasa, por medio de su Espíritu, a ser el fundamento de la Iglesia. Por eso, en Lucas, las bienaventuranzas van dirigidas a los discípulos: mirando a los discípulos les decía: Dichosos.... Ellos pueden comprender porque el Espíritu se lo revela. También nosotros, si nos dejamos transformar en ese mismo Espíritu.

Lo que afirma Jesús es lo que Él vive. Él las vivió primero y luego las proclamó.

Pobre, se desprendió de apoyos del mundo y vivió haciendo el bien a los pobres, enfermos, niños y pecadores. Por eso dirá Pablo: Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, por ustedes se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8). No tuvo dónde reclinar la cabeza: su patria y hogar eran el Padre y los hermanos. Permitió que la necesidad ajena, el dolor, la culpa ajena le afectaran como algo propio. Compasivo, supo llorar con los que lloraban y, finalmente, se sometió a la muerte para que, libres de dolor y culpa, tengamos vida. Nos enseñó que hay más felicidad en dar que en recibir (Hech 20).

La 1ª bienaventuranza y la 1ª lamentación están en presente, las demás en futuro. La historia presente es definitiva, pero está abierta. En esta historia nos toca actuar para que las maldiciones de muerte que pesan sobre los que sufren pobreza, hambre, o exclusión, se conviertan en bienaventuranzas de vida.

Ellas hacen ver cómo mira Dios: cuáles son sus preferencias, dónde manifiesta más su amor y qué justicia aplica en favor de sus hijos que claman ante Él día y noche. Su justicia no es como la humana: Él derriba a los poderosos y enaltece a los humildes, llena de pan a los hambrientos y despide vacíos a los ricos, como proclama la Virgen en su cántico (Lc 1, 52s). La justicia humana consiste en “dar a cada uno lo suyo”, y ahí se queda muchas veces; por eso no siempre genera amor y sirve a veces para defender lo mío con olvido de los demás que quizá tienen menos que yo, o tendría que darles de lo mío. El amor supera a la justicia. El amor es “el camino más excelente” (1Cor 12,31).

Las bienaventuranzas son reto y promesa. Reto: porque de ninguna manera son felices los que padecen hambre y viven en la miseria; lo serán, cuando por la actitud que tengamos para con ellos sientan que el evangelio es una buena noticia. Promesa, porque si orientamos nuestra vida de acuerdo con ellas, seremos plenamente felices.

En definitiva, las bienaventuranzas describen los rasgos de la humanidad nueva que anhelamos y que ya podemos ver realizada en personas y comunidades que se esfuerzan por ser misericordiosas. Estos hombres y mujeres son los que contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.