viernes, 9 de diciembre de 2022

Se parecen a los niños que se sientan en la plaza (Mt 11, 16-19)

 P. Carlos Cardó SJ

Juan Bautista predicando en el mar de Tiberias, óleo sobre lienzo de Sebastien Bourdon (Siglo XVI), Museo de Arte de Portland, Oregon, Estados Unidos

En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritar les: 'Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado'.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: 'Tiene un demonio'. Viene el Hijo del hombre, y dicen: 'Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir'. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".

Jesús reprende a sus interlocutores porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de Él y de Juan Bautista. El lenguaje de Juan les pareció duro, intransigente, y lo consideraron un loco y un endemoniado; el lenguaje de Jesús, en cambio, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la misericordia, lo consideran blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños caprichosos que intentan afirmar su independencia obrando en contra del parecer de los demás.

Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro; si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo, había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan.

Vino Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen un Dios severo y exigente.

El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Hacen lo contrario de lo que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y lo peor de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la voluntad de Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer fiesta por el triunfo del amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen por loco y endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de publicanos y pecadores.

Pero la sabiduría ha quedado avalada por sus obras, añade Jesús. Con estas palabras invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de ellas Dios ofrece a todos el don de su salvación. En su mensaje se dan las dos cosas: se exhorta a la conversión, y se hace sentir la alegría del perdón.

¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto? Bodas y duelo, alegría y tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4). No todo puede ser pena y remordimiento, ni todo fiesta y diversión. Se exige discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y valor para cambiar, encauzar o dominar las propias tendencias.

No siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad definida; la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me muestran. La terquedad caprichosa que nunca quiere lo que se le ofrece es clara señal de inmadurez. Y muchas veces, quienes así actúan (como los niños de la parábola) es porque realmente no saben lo que quieren; lo quieren todo y no quieren ni sujetarse a nada ni renunciar a nada. Esta contradicción, raíz de tantos conflictos personales, manifiesta en el fondo una gran incapacidad de decisión, es decir, no son verdaderamente libres.

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