P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritar les: 'Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado'.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: 'Tiene un demonio'. Viene el Hijo del hombre, y dicen: 'Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir'. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".
Jesús reprende a sus
interlocutores porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios
a través de Él y de Juan Bautista. El lenguaje de Juan les pareció duro,
intransigente, y lo consideraron un loco y un endemoniado; el lenguaje de Jesús,
en cambio, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la
misericordia, lo consideran blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los
compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños
caprichosos que intentan afirmar su independencia obrando en contra del parecer
de los demás.
Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en
representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro;
si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo,
había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que
llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan.
Vino
Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la
práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron
un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la
venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen
un Dios severo y exigente.
El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de
discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Hacen lo
contrario de lo que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y lo peor
de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la
voluntad de Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la
inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer
fiesta por el triunfo del amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen
por loco y endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de
publicanos y pecadores.
Pero la sabiduría ha quedado avalada por sus obras,
añade Jesús. Con estas palabras
invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a
Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que
su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de
ellas Dios ofrece a todos el don de su salvación. En su mensaje se dan las dos
cosas: se exhorta a la conversión, y se hace sentir la alegría del perdón.
¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto? Bodas y duelo, alegría y
tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para
llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4).
No todo puede ser pena y remordimiento, ni todo fiesta y diversión. Se exige
discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y valor para cambiar,
encauzar o dominar las propias tendencias.
No siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad
definida; la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me
muestran. La terquedad caprichosa que nunca quiere lo que se le ofrece es clara
señal de inmadurez. Y muchas veces, quienes así actúan (como los niños de la
parábola) es porque realmente no saben lo que quieren; lo quieren todo y no quieren
ni sujetarse a nada ni renunciar a nada. Esta contradicción, raíz de tantos
conflictos personales, manifiesta en el fondo una gran incapacidad de decisión,
es decir, no son verdaderamente libres.
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