martes, 27 de diciembre de 2022

Juan, testigo de la resurrección (Jn 20, 2-8)

 P. Carlos Cardó SJ

San Juan Evangelista, óleo sobre lienzo de Denys Calvaert (Il Flamingo), fines del siglo XVI, galería Antiquaria, Módena, Italia

El primer día después del sábado, María Magdalena vino corriendo a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Dos días después de Navidad se celebra la fiesta de San Juan apóstol. A él se le atribuye el Cuarto Evangelio, escrito a fines del siglo I. Con su hermano Santiago eran los hijos de Zebedeo, a quienes Jesús llamó los “Boanerges”, es decir, los violentos.

Una tradición lo identifica con aquel misterioso personaje que el Cuarto Evangelio llama “el discípulo amado” y cuya significación simbólica y paradigmática abraza en general al auténtico creyente en Jesús, al discípulo verdadero que está llamado a reclinar su cabeza en el corazón del Maestro y permanecer, al lado de María su Madre, junto a la cruz. El Evangelio de Juan emplea un lenguaje misterioso, cargado de símbolos y muy espiritual; pero al mismo tiempo es un evangelio que pretende –casi de manera continua– subrayar la realidad de la encarnación de Dios, la divinidad y humanidad de Jesús, Palabra eterna del Padre que se encarnó y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

El Evangelio según San Juan presenta el misterio de Jesús como un descenso desde el Padre por la encarnación y una ascensión a Él por la resurrección. En el texto escogido para el día de hoy, los primeros testigos –los discípulos– comprueban que Jesús, vencedor de la muerte, ha realizado su subida al Padre, tal como lo había anunciado.

El evangelio nos hace ver cómo los discípulos, después de la muerte de Jesús, recorren un camino lleno de sorpresas, que se inicia con la constatación de que el sepulcro está vacío, y concluye con la convicción de que la cruz no fue el final, sino el inicio del retorno de Jesús al Padre y de su glorificación.

Los personajes, María Magdalena, Pedro y Juan, simbolizan a la comunidad que reacciona y recobra la fe, venciendo la tristeza y el miedo. A pesar de las advertencias que les había hecho, el final de su Maestro había significado para ellos un fracaso total que echó por tierra sus esperanzas. No obstante, reaccionan, buscan, indagan, disciernen.

María Magdalena fue muy de mañana al sepulcro y cuando vio que había sido removida la piedra, regresó corriendo adonde estaban Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería; éstos por su parte salieron de prisa… En ellos aparece reflejada la prontitud y resolución con que el cristiano debe reaccionar para no dejarse abatir por las frustraciones y adversidades que conmueven su fe.

Vio y creyó. Porque no había comprendido la Escritura... (vv. 8-9). Se subraya la importancia de la Sagrada Escritura para comprender los signos de la presencia del Resucitado en la historia. Revisar la propia vida a la luz de la Palabra nos permite ver la presencia de Dios en todas las circunstancias oscuras por las que atravesemos. Cristo resucitado vive en el corazón del mundo y se muestra en múltiples presencias, todas ellas liberadoras.

Vivimos una época que exacerba el valor de los sentidos, hasta hacer pensar que sólo existe y cuenta lo material, aquello de lo que podemos disponer. La dimensión de lo trascendente queda sofocada. Pero tenemos que demostrar en nuestra vida que no somos seres para la muerte, ni todo acaba en la muerte. Cristo está en la comunidad de los que anuncian su mensaje y celebran la eucaristía. También en los hermanos necesitados, porque Cristo se identifica con ellos. El verdadero discípulo descubre en profundidad la presencia y acción del Resucitado y se muestra pronto para comunicar a otros las razones de su esperanza.

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