P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?".
Jesús les respondió: ''Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí".
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: "¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él".
El tercer domingo de adviento es conocido como el domingo de la
alegría por la invitación que se hace al inicio de la liturgia con las palabras
de Pablo: Estén siempre alegres en el
Señor; les repito, estén alegres…El Señor está cerca (Flp 4,4).
La razón de estar alegres es la cercanía del Señor. Esto quiere
decir que la alegría cristiana no es el simple sentimiento de optimismo que
nace de la naturaleza humana, sino la certeza de que en el encuentro personal
con el Señor uno es liberado de todo aquello que puede recortar el gusto por
vivir y es afianzado en la confianza de que Dios, fuente de toda alegría, está
con nosotros y no nos abandona.
“La alegría del Evangelio –dice
el Papa Francisco– llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con
Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza,
del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría” (Evangelii Gaudium, n.1).
La alegría cristiana es hija de la esperanza que no defrauda. Por
eso, el tiempo del adviento despliega ante nuestros ojos el anhelo universal de
los pueblos a la paz, que es felicidad y prosperidad para todos, tal como los
profetas de Israel la describieron y la anunciaron para el tiempo de la venida
del Mesías. Que en sus días florezca la
justicia y la paz dure eternamente (Sal 72,7).
Isaías es el profeta de la esperanza y del consuelo. No es un
visionario ni un ideólogo, sino un hombre realista que sufre por la crisis que
vive su pueblo y comprende que no bastan los esfuerzos humanos para que la
situación cambie, sino que se debe poner la confianza en el poder de Dios. La
ruina en que ha caído Israel, con gran parte de su población desterrada en Babilonia,
invadido el país y destruida Jerusalén, aparece ante sus ojos como una gran
desolación sólo semejante a un árido desierto, del que nada se puede esperar.
Sin embargo, la fe del profeta le hace descubrir un nuevo
amanecer: la fuerza de Dios desplegará su poder y saltarán de alegría el desierto y la tierra reseca, la llanura se
llenará de flores…, y dará gritos de alegría.
Algunos contemporáneos del profeta vivieron el júbilo de la vuelta
a la patria: fue como un nuevo éxodo de Israel. Sin embargo, con el tiempo comprobarían
que la realización definitiva de la esperanza, anunciada por el profeta, no se había
logrado todavía y había que seguir esperando. De una forma o de otra, todos los
pueblos han vivido esta experiencia de ver
ya cumplidos sus anhelos pero todavía no en la plenitud a la que su
esperanza apunta.
Por
lo demás, desiertos como los pintados por Isaías existen hoy por todo el mundo.
¿Cuántos enfermos crónicos, personas desocupadas, emigrantes lejos de su
patria, pobladores de barrios de miseria, no se sienten incapaces de salir del
desierto en que sobreviven apenas? Por eso tienen actualidad las palabras de
Isaías: ¡Ánimo, no teman!,…miren a su
Dios que ya viene en persona a salvarlos. Una mirada en fe como la del
profeta hace ver la acción de la gracia divina y hace posible la confianza.
En
la segunda lectura, el apóstol Santiago habla de la “paciencia” con que se ha
de vivir la espera de la venida del Señor. El ejemplo que pone es el del
labrador que espera el fruto precioso de
la tierra, aguardando con paciencia las lluvias que lo harán posible. Así
también los cristianos han de vivir su fe con constancia y fortaleza en medio
de las adversidades y sufrimientos, porque la venida del Señor está próxima.
En el evangelio volvemos a ver a Juan Bautista, otro de los
personajes centrales del adviento. Juan desde la cárcel envía a sus discípulos
a preguntarle a Jesús: ¿Eres tú el que ha
de venir? Jesús responde remitiendo a las obras que hace en favor de los
pobres, enfermos y pecadores. Siempre reconocemos al Señor por lo que hace por
nosotros.
Las obras que Jesús realiza hacen ver que no es el mesías que
muchos esperaban, cargado de poder temporal y de fuerza guerrera, sino el Mesías
anunciado por Isaías en sus cánticos sobre el Siervo de Yahvé: es decir, un Mesías
cargado de humanidad, en quien se revela Dios como padre de todos, protector de
los pequeños y los débiles.
Isaías había dicho del tiempo del Mesías: Entonces se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo oirán,
saltará el cojo como un ciervo y la lengua del mudo cantará.
Jesús Mesías manda decir a Juan: Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios… En la respuesta de Jesús vemos la
realización de las aspiraciones humanas, Él es nuestra esperanza. Esto es lo
que hace en nosotros y lo que quiere realizar, por medio de nosotros, en el
mundo.
Ya está cerca la Navidad. Abramos el corazón y la mente a Dios y a
su Hijo que viene a demostrarnos cuánto ama Dios al mundo. Con María, que
sostiene y guía nuestra esperanza, nos preparamos. Expresamos el deseo de ser en
verdad “Servidores del Evangelio de
Cristo para la esperanza del mundo”.
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