P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?".
Él les respondió: "Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos".
Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.
Juan Bautista, junto con el profeta Isaías y la Virgen María, es
una de las figuras protagónicas del Adviento, tiempo de preparación para la
venida del Señor en Navidad. Fue el precursor, el hombre fiel y leal, que supo ceder
el paso al que era más que él, y preparó a la gente para que lo siguieran como
el Mesías esperado.
Muchos fueron a oírlo y hacerse bautizar por él en el río Jordán,
pero con excepción de un pequeño grupo de pescadores de Galilea, la mayoría no quiso
escuchar su llamada al cambio de actitudes, ni aceptaron la exhortación que él
les hizo de reconocer en Jesús al Mesías. Siguieron esperando que Elías, el
profeta arrebatado al cielo, volviera para preparar la inminente llegada del día de Yahvé, grande y terrible en que
aparecería el Mesías verdadero. Este regreso anunciado por Malaquías (4, 5) era
un componente importante de la esperanza judía
Jesús confirma esta esperanza: Sí, Elías tenía que venir a
restablecerlo todo. Pero la
interpreta de otra manera. Afirma que ha venido ya, y que le ha ocurrido lo
mismo que a todos los profetas: tampoco le creyeron e hicieron con él lo que
quisieron. Y añade que lo que hicieron con el profeta, lo harán también con Él.
El Hijo del Hombre corre la misma suerte, va a padecer mucho de mano de los
hombres.
Los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista.
Comprendieron que la misión que los profetas habían asignado a Elías la había
cumplido cabalmente Juan Bautista con su llamada última a la conversión antes
de la venida del Señor, y con su muerte sangrienta, que había anticipado la de
Jesús.
Con frecuencia Jesús reprocha a los fariseos, y a la gente
influenciada por ellos, que han cerrado la mente para no entender y
convertirse: tienen ojos para ver pero no ven. Asimismo, en otras
circunstancias y por otros propósitos, también hoy podemos ver lo que nos
conviene y ahorrarnos el esfuerzo de tener que cambiar. Conocemos partes de la
realidad, no su totalidad, y podemos aferrarnos a lo conocido como lo único
existente y válido.
Además, estamos condicionados por innumerables influjos exteriores
que inducen en nosotros pensamientos y criterios, patrones de conducta, hábitos
de consumo y estilos de vida, que deberíamos tener el coraje de revisar. La
honestidad con nosotros mismos y las exigencias prácticas de la fe nos llevan a
reconocer qué tipo de pensamientos y acciones hemos adquirido de nuestro medio
ambiente, qué visión distorsionada o “conciencia falsa” de la realidad y de los
valores hemos asimilado, y qué consecuencias tiene todo eso en nuestra vida.
Ocurre que hay muchas señales que Dios ha ido poniendo en nuestro
camino, pero no las comprendemos o no las queremos comprender. Es lo que les
pasaba a los oyentes de Jesús: esperaban a Elías, pero Elías ya había venido. Oían
al Bautista y hasta se dejaban bautizar por él, pero no ponían en práctica su
llamada al cambio.
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