miércoles, 28 de diciembre de 2022

Los Santos Inocentes (Mt 2, 13-18)

 P. Carlos Cardó SJ

Huida a Egipto, óleo sobre lienzo de Annibale Carracci (1603 – 1604), galería Doria Pamphilj, Roma

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.

Sin pretender ofrecer un relato biográfico, pues no es esa su intención, San Mateo quiere hacer ver en este pasaje que Jesús fue desde el inicio de su vida un Mesías aceptado por unos y rechazado por otros. Lo aceptan los sabios que hacen un largo camino de búsqueda y lo adoran como Rey y salvador. Lo rechaza y quiere su muerte Herodes. José y María con el Niño tienen que huir. La familia de Jesús, lejos de vivir cómodamente instalada, padeció las amenazas, inseguridades y temores que hoy viven muchas familias.

Desde otra perspectiva, el texto es una presentación de la historia de Israel vista desde Jesús. La historia de Israel es profecía de la historia de Jesús. La huida a Egipto por la amenaza contra la vida del Niño recuerda el traslado a ese país de Jacob y su familia para sobrevivir del hambre (Gen 45, 1-7). A su vez, el odio de Herodes contra el Niño Jesús evoca la violencia del Faraón contra los primogénitos de los judíos (Ex 1, 15-16).

La huida a Egipto, el exilio y la vuelta a Palestina, lleva al evangelista a recordar las palabras de Oseas (11, 1): de Egipto llamé a mi hijo, que se refieren a Israel y su salida de la esclavitud. Pero con esta referencia al profeta, el evangelio de Mateo no sólo afirma que en la vida de Jesús se reproduce la historia de su pueblo, sino que ese hijo al que Dios llama es Jesús, cuya venida salvadora supera a todos los acontecimientos vividos por el pueblo de Israel. Por ser el Hijo de Dios, Jesús está por encima de las figuras más gloriosas, como Moisés. En el Mesías Jesús la historia del pueblo alcanza su meta, porque toda ella fue una anticipación, anuncio y preparación de su venida.   

Al hablar de la matanza de los inocentes, Mateo hace una nueva referencia a la Biblia, citando esta vez a Jeremías (31,15), para recalcar la idea de que la historia de Israel tiende a Cristo. El profeta alude en este caso a la tragedia vivida por Israel en el exilio en Babilonia, que le resulta aún más dolorosa que la esclavitud en Egipto. Para visualizar plásticamente este dolor, Jeremías pone en escena a Raquel, antecesora del pueblo, enterrada en Ramá, cerca de Belén, que grita desesperada por la suerte que padecen sus hijos, el pueblo de Israel, a consecuencia de su infidelidad a la alianza con su Dios.

Interpretando este hecho, Mateo saca de aquí la idea que domina todo su evangelio: Israel ha ido a la ruina por su incredulidad. Pero el Mesías Jesús, asumiendo sobre sí el pecado del pueblo y derramando su sangre como expiación, logra la salvación para todo el que cree en Él, y da inicio al pueblo de la nueva alianza. El drama cruento de Jesús, ligado solidariamente al de su pueblo, se presenta como anticipado simbólicamente en la muerte de los inocentes de Belén. La sangre de los niños de Belén prefigura la sangre del Cordero inocente, Jesucristo, que borra el pecado del mundo.

Podemos decir también que la matanza de los inocentes anticipa las incontables matanzas de inocentes que se sucederán a lo largo de la historia. La injusticia y la maldad humana siguen exterminando vidas de niños que mueren cada día por el hambre, la guerra y la marginación. Podemos pensar también en tantos inocentes que sufren violencia sin poder defenderse.

Como reza la liturgia de los Santos Inocentes, ellos carecían del uso de la palabra para proclamar su fe, pero lo hicieron con su muerte y fueron glorificados en virtud del nacimiento de Cristo. A nosotros nos toca testimoniar con nuestra vida y con el compromiso por la justicia, la fe que confesamos de palabra. 

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