P. Carlos Cardó SJ
Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Después de muerto Herodes, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya murieron los que intentaban quitarle la vida al niño".
Se levantó José, tomó al niño y a su madre y regresó a tierra de Israel. Pero, habiendo oído decir que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre, Herodes, tuvo miedo de ir allá, y advertido en sueños, se retiró a Galilea y se fue a vivir en una población llamada Nazaret. Así se cumplió lo que habían dicho los profetas: Se le llamará nazareno.
El evangelio de hoy, Fiesta de la Sagrada Familia, marca un fuerte
contraste con la imagen muchas veces idílica que se tiene de la casita y hogar
de Jesús en Nazaret. El evangelista San Mateo hace ver que fue una familia
marcada por la inseguridad, tanto que se pueden ver en ellas de manera
anticipada las angustias y zozobras que pasan muchas familias en el mundo de
hoy.
El drama de esta familia tenía como causa principal el significado
extraordinario, absolutamente fuera de lo común, que tenía su niño. Desde que
nació, José y María vieron que Jesús era, y siempre iba a ser, aceptado por
unos y rechazado por otros. El destino futuro de su niño se les anticipó ya de
manera dramática en la figura despiadada de Herodes que quería matarlo. Si
lograron salvarlo fue gracias a la presencia providente de Dios que los impulsó
a huir: Levántate –dijo el
ángel del Señor a José–, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Se quedarían allí, exiliados, como
cualquier atemorizada familia de inmigrantes, hasta que murieron los que atentaban
contra la vida del niño. Guiados por Dios, decidieron ir a vivir a Nazaret,
pueblecito de una de las más deprimidas regiones de Palestina, la Galilea.
De los largos años vividos por Jesús en Nazaret, no sabemos casi nada.
El más elocuente, Lucas, apenas nos da unos cuantos datos elementales, que él
mismo resume al final con estas escuetas palabras: el niño crecía en edad,
sabiduría y gracia ante Dios y los hombres…, y vivía sujeto a sus padres
(Lc 2, 39-40. 50-53).
Jesús mismo no hablará para nada de sus años en Nazaret. Sólo se
sabe que sus paisanos lo conocían como el hijo de José, el carpintero, y que
había parientes suyos mezclados entre sus discípulos o en la multitud que le
seguía. Pero a pesar de esta falta de información, es obvio que Jesús, en su
hogar de Nazaret, se nutrió, creció y maduró asimilando los valores de unos
padres profundamente religiosos y enraizados en la cultura de su pueblo. Ellos
forjaron su personalidad, le marcaron el sentido de su vida desde la fe
religiosa, le adiestraron para valerse por sí y responder a la voluntad de
Dios, su padre.
Es válido por tanto reflexionar sobre la familia teniendo como
referente el hogar de Jesús. La familia es como la tierra: engendra y nutre
plantas sanas o raquíticas según la calidad de sus nutrientes. Es verdad que la
familia no lo es todo, pero es indudable que ella marca la fisonomía física,
psíquica, cultural, social y religiosa de las personas. En las relaciones
familiares se lleva a cabo el proceso de formación de la conciencia y de los
valores, de la propia seguridad y de la capacidad de expresar sentimientos y
afectos.
La crisis de la familia es una realidad preocupante. Además de ir
en aumento el número de familias disfuncionales, las bien constituidas padecen el
bombardeo incesante de mensajes que minan su unidad y consistencia: violencia,
pornografía, frivolidad, relativismo e increencia. Se añade a esto la
inseguridad económica de tantos grupos sociales: el desempleo, que genera
desasosiego y obliga a muchos a emigrar, así como la extendida costumbre o
imposición de horarios sobrecargados que hace que los padres pasen la mayor
parte del día fuera del hogar. Por estas y otras causas, la familia puede ser
la primera célula neurótica de la sociedad. La familia es el ámbito en el que
es posible vivir las mayores alegrías y también los más duros sufrimientos y
tribulaciones.
Todos sabemos que hay tanto de lo uno como de lo otro, y que el
problema no está en la institución, en cuanto tal, sino en las personas que
componen cada familia. Cuando un hombre y una mujer se aman (y esta es la
condición sine qua non para que haya familia), se da el calor afectivo que
propicia la unión, el diálogo, el espíritu de superación y, sobre todo, la fe. Sólo
sobre esta base se consolida el ámbito eficaz para la formación de personas
verdaderamente libres, responsables y seguras.
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