P. Carlos Cardó SJ
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá engendró de Tamar a Fares y a Zará; Fares a Esrom, Esrom a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró de Rajab a Booz; Booz engendró de Rut a Obed, Obed a Jesé, y Jesé al rey David.
David engendró de la mujer de Urías a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abiá, Abiá a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatam, Joatam a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón, Amón a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos durante el destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquim, Eliaquim a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
De modo que el total de generaciones, desde Abraham hasta David, es de catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, es de catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, es de catorce.
¿Qué interés pudo tener el evangelista al consignar esa larga
lista de nombres y números de los antepasados de Jesús? Con la genealogía como
recurso literario, quiso explicar el origen divino y humano de Jesús, y su
misión de Mesías. Presenta a Jesús como Hijo de David según la carne e Hijo de
Dios por el Espíritu. Hecho hombre, se incorpora en la historia humana tal como
es, con sus grandezas y miserias. Vinculado a Abraham y David, depositarios de
la promesa de Dios, Jesucristo manifiesta el amor salvador con que Dios
sostiene, dirige la historia, abriéndola más allá del tiempo a la realidad
nueva que Él mismo ha prometido a la humanidad.
El género literario de las genealogías, conocido ya en el Antiguo
Testamento, servía para explicar los orígenes de los personajes más célebres y
ponía de relieve la relación de éstos con los designios de Dios. Con este fin,
Mateo construye una genealogía que parte de Abraham, padre del pueblo, y pasa
por David, el rey más famoso, para indicar que todo lo que Dios quiso realizar
en favor de Israel y, por su intermedio, en favor de la humanidad, se cumplió
plenamente en Jesús.
Llama mucho la atención que no se mencionen a las cuatro mujeres que
anticipan a María, la madre de Jesús, y que son las más afamadas en la historia
judía: Sara (mujer de Abraham), Rebeca (esposa de Isaac), Lía y Raquel (mujeres de Jacob). Las cuatro eran estériles y son
sustituidas por cuatro extranjeras que harán de madres: Tamar, una aramea, finge ser prostituta para tener un hijo de Judá (Génesis 38, 1-30); Rahab, cananea, prostituta
de Jericó, acoge a los espías de Josué y hace posible la conquista de la ciudad
de Jericó, pasando por ello a ser contada como miembro del pueblo escogido (Josué
2, 1-24); Rut, moabita, deja su casa para vivir con la hebrea Noemí (Rut cap.1) y tiene la suerte de ubicarse
entre los antepasados de David; y Betsabé, la mujer de Urías el hitita, a la que el rey David
sometió y dejó embarazada, fue la madre de Salomón (2 Samuel cap.11).
Todas ellas hacen ver que para realizar su designio de salvación
la providencia se vale de la historia humana, incluso de gente excluida y mal
vista, para que resalte su poder salvador. Por encima de la debilidad e
impotencia de la carne, el poder de la gracia actúa como base y sostén de la
historia de la salvación, que tiende hacia Jesucristo.
La genealogía aparece marcada rítmicamente por la repetición de la
palabra engendró. Pero este ritmo
se interrumpe con José: él no engendra, se le incluye por ser esposo de María. No
es él quien hace germinar en el seno de esta mujer al Hijo de Dios, eso sólo lo
puede hacer Dios. María concibe al inconcebible, engendra a quien la creó, da
carne a Dios, lo hace nacer en las esferas humanas. Y así el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros.
Termina el texto con una conclusión, precedida por un
significativo por tanto…De Abraham
a Cristo se suceden tres grupos de catorce generaciones cada uno. No se trata
de un dato de certeza numérica, sino teológica. Lo que quiere decir es que
Jesús, y no otra persona ni nadie más, constituye el punto de confluencia de
toda la historia de las promesas de Dios a la humanidad. Sólo él es el Mesías.
El futuro de la humanidad no podrá prescindir de su persona.
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