P. Carlos Cardo SJ
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
El Señor les contestó: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería.
¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: 'Entra en seguida y ponte a comer'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan hecho lo que se les había mandado, digan: somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Los discípulos piden a Jesús que les aumente
la fe y Él les responde con una máxima de carácter didáctico: Si
tuvieran fe como un grano de mostaza le dirían a esa morera: ‘Arráncate y
trasplántate al mar’, y les obedecería.
Se trata de la fe como confianza plena en
Dios. Y Jesús, que critica la fe basada en los milagros y se ha negado a dar
señales milagrosas para que crean en Él, afirma sin embargo con esa imagen
hiperbólica (que no hay que tomar al pie de la letra) que la fe lleva a la
persona a trascender sus propias limitaciones y lograr resultados que pudo no
imaginar. Quien confía en el poder de Dios, puede decir con San Pablo. Todo lo puedo en Aquel que me conforta
(Fil 4,13). La confianza en Dios, afianza la confianza de la persona en sí
misma y ante los demás; es base de la autoaceptación, estima y seguridad
propia.
Es verdad que la fe en Dios no es para
solucionar dificultades y problemas, pero sí para hallarle un sentido y
dirección a la vida. El sentido para el creyente viene de saber que procede de
Dios y se dirige a Él, que su vida está en las buenas manos de Dios. Por eso
nada está definitivamente perdido. Se puede empezar de nuevo en cualquier
momento. Mi vida personal y la realidad del mundo pueden cambiar. La fe es una
fuerza movilizadora que hace posible lo que parece imposible.
El evangelio de hoy incluye a continuación la
parábola del servidor que sirve a su señor. Con ella, Jesús hace ver por qué no
es válida una fe interesada e invita a amar a Dios y hacer el bien sin buscar
recompensa, sabiendo que Dios no necesita de nuestras buenas obras, sino que
somos nosotros los que nos beneficiamos de esas buenas obras. El premio está en
la misma obra bien hecha.
Cuando hayan hecho lo que se les había
mandado, digan: somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer. “Inútil”
aquí no es despectivo, porque el criado ha cumplido lo que se le ha
encomendado. Quizá habría que traducir mejor: “Somos simples siervos”, que no
reclaman méritos por su trabajo realizado, han aprendido a servir
desinteresadamente y no hacen depender su esfuerzo de las expectativas de
recompensa. El ideal es hallar felicidad y satisfacción en el servicio mismo a
Dios y a los prójimos.
Jesús da el mejor ejemplo: Él no vino a que le
sirvan sino a servir (Mt 20, 28), y
estuvo siempre como el que sirve (Lc 22,
27). San Pablo dirá de Él que siendo de condición divina se despojó de su
rango y tomó la condición de siervo (Fil 2, 6). Por eso la vanagloria y el
sentirse superior a los demás es un sinsentido para el cristiano. El mismo
Pablo desarrollará esta idea con su propia terminología: ¿De qué podemos presumir si todo orgullo ha sido excluido? (Rom
3,27); Dios ha elegido lo pobre y lo débil, de este modo, nadie puede presumir ante
Dios; la salvación se nos da por gracia mediante la fe, para que nadie pueda
enorgullecerse (Ef 2,9).
En resumen, la relación que debemos tener ante
Dios es la de confianza y deseo de servirlo a Él y a los prójimos de manera
desinteresada. La recompensa que quiera darnos, será por pura gracia, no se la
podemos exigir. Cumplimos lo que nos toca de la mejor manera que podemos y todo
lo demás se lo dejamos a Dios con absoluta confianza. En el servicio mismo
puedo hallar la realización feliz de mi persona.
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