P. Carlos Cardó SJ
Tras decir estas cosas, Jesús se conmovió en su espíritu y dijo con toda claridad: «En verdad les digo: uno de ustedes me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros, pues no sabían a quién se refería. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba recostado junto a él en la mesa, y Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara de quién hablaba.
Se volvió hacia Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?».
Jesús le contestó: «Voy a mojar un pedazo de pan en el plato. Aquél al cual se lo dé, ése es».
Jesús mojó un pedazo de pan y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón. Apenas Judas tomó el pedazo de pan, Satanás entró en él.
Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Ninguno de los que estaban a la mesa comprendió por qué Jesús se lo decía. Como Judas tenía la bolsa común, algunos creyeron que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o bien: «da algo a los pobres».
Judas se comió el pedazo de pan y salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir».
Simón Pedro le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?».
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde».
Pedro le dijo: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti».
Jesús le respondió: «¿Dar tú la vida por mí? En verdad te digo que antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces».
En medio de la comunidad de Jesús puede actuar la traición. Judas
es uno de los Doce. La traición no viene de fuera, está dentro, entre los
amigos: ¡uno de ustedes! Está el mundo de arriba, de Dios, de la verdad
y de la luz, y está el mundo de abajo, del maligno, mundo de la mentira y de la
oscuridad. Y el hecho es que este mundo que se opone a Cristo influye y actúa en
la comunidad.
La traición de Judas suele suscitar muchos interrogantes. ¿Impotencia
de Dios ante la libertad del hombre? ¿Es inevitable el mal? La respuesta es que
Dios no puede dejar de respetar la libertad humana, por la cual su criatura es
imagen y semejanza suya. Pero queda claro que solo cuando se rechaza a la luz,
viene la tiniebla. Solo cuando Judas, con el mal uso de su libertad, decide
abandonar al Señor, entra el diablo en él. Jesús no se inmuta, sigue dueño de
la situación, porque la luz vencerá a la tiniebla, aunque ésta tenga “su hora”
y su poder. Dios se dejará vencer en la cruz de su Hijo para triunfar. Solo así
puede librarnos de la muerte, máximo poder y aparente triunfo del mal.
Otra pregunta que el texto puede plantear tiene que ver con la
posibilidad de la perdición y la salvación. Parece no haber alternativa, o una
cosa o la otra. Pero somos salvados precisamente porque estábamos perdidos. Y
esa es nuestra fe: Estábamos
incapacitados de salvarnos, pero Cristo murió por los culpables… Dios nos ha
mostrado su amor ya que cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom
5, 6.8). Judas encarna la posibilidad de la perdición, de la que Jesús salva. Judas
es la realidad que nos cuesta admitir: el pecado del mundo del que somos
partícipes y que puede echar a perder nuestra vida. Pero este mundo perdido es
amado por Dios.
La fidelidad del amor de Dios por todos sus hijos e hijas se
muestra en Jesús: Ama a Judas y da la vida por él. No puede no amarlo (no puede
odiarlo) porque es el amor de Dios encarnado, y dejaría de ser Dios, sería un
simple hombre. Por eso, la traición de Judas equivale en el evangelio de Juan a
la glorificación del Hijo, es decir, a la revelación máxima del poder salvador
del amor.
Jesús ama al discípulo: muestra de ello es el darle el trozo de
pan mojado en la salsa, en gesto de amistad y cercanía. Pero con el bocado
entró Satanás en Judas y Jesús lo exhorta a actuar. Los discípulos no
entienden. Judas sale y es la noche. Lo envuelve la tiniebla. Como a los Doce cuando se fueron en
barca después de lo de los panes…Fuera de la comunidad de Jesús sólo hay noche.
El pasaje de Judas saca al discípulo de la presunción de salvarse
por sus propios méritos, y lo libra también de la angustia de perderse. Hace ver
que la salvación es un amor que no se niega a nadie, ni a quien lo niega y
traiciona. Dios nos ama porque somos sus hijos.
Pedro pregunta: ¿A dónde vas, Señor? Ni siquiera al
final del largo recorrido con el Maestro ha comprendido que su partida responde
al plan de Dios; sigue en el nivel de los pensamientos de los hombres. Intuye,
no obstante, que algo malo le puede suceder y exclama, en un arranque más de su
carácter impulsivo: ¿por qué no puedo seguirte? Yo daría la vida por ti. Y Jesús le anuncia sus negaciones.
Pedro debe entender que el seguimiento de Jesús –cuya cúspide es
el martirio– no depende de las fuerzas humanas. Como Judas, Pedro debe deponer
la presunción de salvarse por sus propios méritos. A la luz de la resurrección,
vuelto de sus pruebas, Pedro reconocerá que lo que salva no es el dar la vida
por el Señor, sino que el Señor haya dado su vida por nuestra salvación. Cuando
haya conocido verdaderamente su amor, estará listo para seguirlo hasta el final
y nadie podrá arrancarlo de su mano.
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