martes, 5 de abril de 2022

Cuando sea levantado el Hijo del hombre, ustedes conocerán que Yo-soy. (Jn 8, 21-30)

 P. Carlos Cardó SJ

Levantamiento de la cruz, óleo sobre lienzo de Pedro Pablo Rubens (1610), Museo Schone Kunsten, Amberes, Bélgica

De nuevo Jesús les dijo: «Yo me voy y ustedes me buscarán. Pero ustedes no pueden ir a donde yo voy y morirán en su pecado».
Los judíos se preguntaban: «¿Por qué dice que a donde él va nosotros no podemos ir? ¿Pensará tal vez en suicidarse?».
Pero Jesús les dijo: «Ustedes son de abajo, yo soy de arriba. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho que morirán en sus pecados. Yo les digo que si ustedes no creen que Yo soy, morirán en sus pecados».
Le preguntaron: «Pero ¿quién eres tú?».
Jesús les contestó: «Exactamente lo que acabo de decirles. Tengo mucho que decir sobre ustedes y mucho que condenar, pero lo que digo al mundo lo aprendí del que me ha enviado: él es veraz».
Ellos no comprendieron que Jesús les hablaba del Padre.
Y añadió: «Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que sólo digo lo que el Padre me ha enseñado. El que me ha enviado está conmigo y no me deja nunca solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él».
Esto es lo que decía Jesús, y muchos creyeron en él.

En la cruz se revela la identidad humana y divina de Jesús. Rechazado por sus hermanos, humillado y condenado por las autoridades de su pueblo, será ahí mismo reconocido por Dios, que garantizará la verdad de su causa, lo revelará como su Hijo, y hará que brille en Él su gloria, resplandor de su ser divino, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad (1,14), amor y lealtad.

En el evangelio de Juan, cruz y resurrección son dos caras de un mismo misterio. Por eso, “levantado” significa a la vez crucificado y resucitado. Juan ve la pasión como glorificación. Ya antes Jesús había dicho que convenía que el Hijo del hombre fuera levantado como la serpiente de Moisés en el desierto, para que quienes lo vean sean salvados (Jn 3,15ss). Dirá asimismo: Una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí (12,31).

San Juan no ve en la muerte de Jesús un simple hecho natural, ni un simple asesinato político-religioso o una tragedia incomprensible. Para el evangelista, Jesús realiza en la cruz su vuelta al Padre. Pero como los contemporáneos de Jesús no conocen a Dios, tampoco reconocen al Hijo. Sus mismos discípulos, antes de vivir la experiencia de su resurrección, quedarán abrumados pensando que su muerte ha sido su más radical fracaso.

Y en cierto modo nos ocurre a nosotros también algo semejante cuando pensamos en nuestra muerte no como una vuelta y encuentro definitivo con Dios, sino como mera separación y privación de la vida, como el fin irremediable de lo que somos, que hace inútil toda tentativa de ponernos a salvo.  

El que me envió está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada. Con esta certidumbre interior vive y muere Jesús. Su absoluta identificación con la voluntad de su Padre –que lo ha enviado para demostrar hasta dónde es capaz de llegar el amor que salva– hace que su aceptación de la muerte no sea pasiva, sino activa, como un acto supremo de entrega de la propia vida. Por eso los cristianos hablamos de la cruz de Jesús como una ofrenda y un sacrificio que nos salva.

En la muerte de Jesús, culminación de una misión recibida, su Padre, lo glorifica y da cumplimiento al proceso de revelarse al mundo como un Dios cercano. Por eso, el evangelio de San Juan ve en el Jesús levantado en la cruz la revelación de Yo-soy: Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, entonces reconocerán que yo soy.

Levantado en la cruz, Jesús revela quién es Dios y quien es Él. Ya no se puede dudar, el Dios que en la persona de Jesús se ha acercado a nosotros es el Dios amor, capaz de cargar sobre sí el mal de sus hijos e hijas a quienes ama, capaz de perdonar y dar su vida a quienes lo llevan a la muerte. Sólo en la cruz conocemos en verdad quien es Yo-soy. Por eso, Pablo dirá que el mensaje de la cruz es sabiduría y poder de Dios (1Cor 1,18ss). En la cruz se revela el Dios que libera de toda esclavitud. El abismo del mal es llenado por Dios con su amor incondicionado y sin límites, con el que vence al mal y quita el pecado del mundo.

Se cumple así en sentido pleno la paradoja que José les hizo ver a sus hermanos en las consecuencias de su mala acción cometida contra él de venderlo como esclavo a los egipcios: Ustedes habían pensado hacerme el mal, pero Dios ha querido cambiarlo en bien, para hacer lo que estamos viendo: dar vida a un gran pueblo (Gen 50,20).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.