lunes, 4 de abril de 2022

Jesús luz del mundo (Jn 8, 12-20)

P. Carlos Cardó SJ

Cristo Pantócrator, fresco de autor anónimo (siglo IV), techo de la cúpula de la Iglesia oscura de Göreme, Capadocia, Turquía

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida".
Los fariseos le dijeron a Jesús: "Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido".
Jesús les respondió: "Aunque yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio sobre mí".
Entonces le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?".
Jesús les contestó: "Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre".
Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

El contexto de este pasaje que trae el evangelista Juan es polémico. Los fariseos rebaten a Jesús su pretensión de ser el enviado definitivo de Dios y le dicen que su testimonio no es digno de crédito, es inaceptable, porque es una autoglorificación. Jesús les responde haciéndoles ver que conoce su origen y sabe cuál es sentido verdadero de la salvación. Su testimonio está confirmado por Dios. Por eso, falso no es lo que Él dice de sí mismo sino la acusación que le hacen los fariseos Y los acusa de que no comprenden, son ignorantes de quién es Dios y juzgan con criterios mundanos. La pregunta que ellos le hacen, ¿Dónde está tu Padre?, es la prueba de que no saben ver la presencia de Dios y su actuar en la persona e historia de Jesús.

En ese contexto, Jesús se identifica con la luz del mundo. Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida

La luz es el primer resultado de la acción ordenadora que realiza el Creador. El cosmos sale de ella. En el evangelio de Juan, la luz equivale hace salir de las tinieblas, renacer; como el cosmos ordenado que sale de la oscuridad del caos. Viendo a Cristo nacemos a nuestro ser auténtico de hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Nacemos de Dios, nacemos de lo alto, como le dijo Jesús a Nicodemo (Jn 3, 3.7).

Dios es luz eterna e inextinguible, por quien vemos todo adecuadamente, en su ser verdadero, sin error. Por eso dice el salmo 36: En ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz… (Sal 36, 10). Jesucristo es luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste e inmortal luz, nos saca de las tinieblas y nos hace andar a su luz, es la verdad que nos libra de toda mentira. Todo el cap. 8 (y el cuarto evangelio en general) está construido sobre esta contraposición luz/tiniebla, verdad/ mentira, por Jesús o contra Jesús.

Históricamente, este capítulo parece haber sido escrito por Juan para que su comunidad no se desaliente por las incomprensiones y hostilidades que sufren de parte de los judíos, que los expulsan de la sinagoga y los persiguen como herejes y subversivos. Asimismo, Juan enfrenta con su evangelio los primeros errores que circulan sobre la verdadera identidad de Jesús: los cristianos de tendencias gnósticas le ven como portador de un eón celeste, pero no como verdadero Dios; los dualistas (ebionitas), afirmaban que Dios no se había encarnado realmente, y algunos decían que había tenido un cuerpo meramente aparente (docetas).

En cada creyente y en todas las épocas ocurren luchas interiores, se desencadenan resistencias al mensaje cristiano, pero no hay que desalentarse, hay que acercarse a la luz para ver con claridad. Conocer al Padre es llegar a la luz. Para eso fue enviado Jesucristo, para dárnoslo a conocer. Quien cree en Jesús llega a Dios, le ve como Padre, vive seguro, en amor, verdad y libertad (que son los temas característicos del cuarto evangelio).

Lo contrario, no acoger a Jesús, no guiarse por sus enseñanzas, es ignorancia, mentira, esclavitud y muerte.

Son palabras que nos reconfortan. Las resistencias que podemos hallar en nosotros mismos y en torno a nosotros hoy son las que la luz encontró desde el origen y seguirá enfrentando hasta el fin. 

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