P.
Carlos Cardó SJ
Jesús
enseña a los apóstoles, acuarela opaca sobre grafito de James Tissot (1886 – 1894), Museo de
Brooklyn, Nueva York
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia. Recuerden lo que les dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes." Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió."Si el mundo los odia… Cuando Juan habla del “mundo” no se refiere a la creación, que fue hecha buena por Dios para ser la casa común de sus hijos e hijas; se refiere a un sistema de valores que estructura relaciones interpersonales y sociales, transmitiendo y fomentando una manera de pensar y de actuar, opuesta diametralmente a los valores del reino anunciado por Jesús.
Ese “sistema” se asimila por una especie de contagio mimético y su
puesta en práctica da al traste con la solidaridad, la verdad y honestidad
privada y pública, la libertad y el dominio de sí, el servicio desinteresado,
el amor al prójimo…
El mundo y sus atractivos desordena las conductas y confunde las
conciencias; lleva a las personas y a los grupos a considerar bueno lo que es
malo, a tener como principio de acción el afán de lucro desmedido y el provecho
personal –aunque vaya contra el bien común–, a preferir la posesión al
compartir, la violencia a la mansedumbre, la arrogancia a la sencillez, en una
palabra, el egoísmo al amor.
Los objetos que el mundo propone como causas ciertas de éxito y felicidad
–el dinero, el poder, el placer– se convierten en ídolos a los que las personas
sacrifican sus voluntades, su libertad, su tiempo, su familia e incluso su
reputación; todo puede supeditarse y sacrificarse por ganar más, dominar más,
gozar más.
San Ignacio en la meditación de las Dos Banderas en sus Ejercicios
Espirituales describe la progresión que adopta la dinámica del mal en el mundo:
partiendo del ansia de ganancia material, lleva a la persona a la búsqueda
alocada de honores y la instala finalmente en la crecida soberbia –sin
religión, sin patria, sin hermanos, solo en su autocomplacencia. Por el
contrario, el espíritu de Cristo alienta en la persona el aprecio de la pobreza
evangélica que conlleva un estilo de vida sobrio y sencillo y una actitud de
solidaridad para compartir; la entereza para
soportar las incomprensiones y desprecios que pueden sobrevenirle por su
compromiso con el evangelio; y finalmente el deseo de aquella humildad que
caracteriza a Jesús, venido no a que lo sirvan sino a servir y dar su vida.
Por eso es tajante Jesús en su mensaje moral: no se puede servir a
dos señores, no puede haber componenda entre Dios y Satán, quien no recoge con
Cristo desparrama… Por eso advierte: Si
pertenecieran ustedes al mundo, el mundo los amaría. El mundo ama, apoya,
favorece lo que es suyo y lo que le interesa para mantener sus sistemas. Pero
los cristianos no son del mundo, son de Cristo y, por tanto, no pueden cambiar
de identidad.
Si, en cambio, por ganarse el apoyo o evitarse problemas, hacen lo
que el mundo quiere, éste no sólo los dejará tranquilos, sino que los llenará
de favores. Por eso, cuando la comunidad cristiana no experimenta dificultades,
debe preocuparse y examinarse. Quizá ha claudicado ante el poder o el atractivo
del mundo. El peligro verdadero para el cristiano y para la Iglesia no es la
persecución, sino las lisonjas, los halagos y favores del mundo que
comprometen, enmudecen, entibian y hacen caer en la mundanidad.
Jesús fue claro al advertir a sus discípulos y a su naciente
Iglesia que su destino iba a ser también el de la cruz. El conflicto que le llevó
a la cruz es inevitable para los que continúan anunciando su mensaje. Por
tanto, no se puede vivir auténticamente el evangelio procurando al mismo tiempo
evitarse conflictos. Naturalmente no hay que buscarse persecuciones, pero
tampoco vivir huyendo de los problemas, porque termina uno por no decir ni
hacer nada.
Vivir el evangelio es ya en sí advertirle al mundo que no es
verdad todo lo que ofrece. Con su sola conducta el cristiano desenmascara la mentira
de quienes intentan apagar la verdad con la injusticia (Rom 1,18). Viviendo el amor desinteresado, pone al descubierto la
insensatez del mundo.
Este cristiano soportará hostilidades, le entrarán dudas, se sentirá
cansado de ir como a contracorriente. Pero el Espíritu de Jesús lo iluminará
con la verdad de su causa y lo hará capaz de mantener su testimonio.
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