P. Carlos Cardó SJ
Detalle del rostro de Cristo del
óleo sobre lienzo El joven rico, de Henrich Hoffman (1889), iglesia
baptista de Riverside, Estados Unidos
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy".
Entonces Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".Le dijo Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le replicó: "Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre".
Los
cristianos de la primera comunidad de Jerusalén, en la que se escribe el evangelio de Juan, vivieron su
fe en medio de pruebas y persecuciones. Jesús había dejado de estar físicamente
con ellos y necesitaban su apoyo. En ese contexto recordaron las palabras que Jesús
había dicho en su última cena: No se
angustien. Creen en Dios, crean
también en mí.
De
modo similar, los cristianos de todos los tiempos necesitan reavivar su
confianza en cualquier circunstancia que les toque vivir. La confianza es componente
esencial de la fe. Ésta nos hace comprender que a partir de su resurrección, Jesús
ha iniciado una nueva forma de hacerse presente entre los suyos y que la vía
para estar con Él consiste en creer, amar, orar, en una palabra, vivir según el
Espíritu Santo que Él nos envía.
Jesús ha vuelto a su Padre, pero
no se ha desentendido de los suyos que quedan en el mundo. En la casa de mi hay Padre hay muchas estancias, les dice. “Casa de mi Padre” había llamado al
templo, cuando lo purificó expulsando a los mercaderes. Ahora habla del lugar
donde habita su Padre, que no es un espacio físico, sino el amor perfecto. Por
compartir este mismo amor el Hijo mora en el Padre y el Padre en él. Y así
también, por ese mismo amor el Padre y el Hijo habitan en el creyente: El que me ama se mantendrá fiel a mis
palabras. Mi Padre lo amará y vendremos a él y viviremos (pondremos nuestra
morada) en él (14,23).
El Padre y su Hijo Jesucristo habitan en nosotros por el Espíritu
Santo. No nos creemos fácilmente esta afirmación de Jesús, que fundamenta la
sagrada dignidad del ser humano en la visión cristiana de las cosas. Nos cuesta
mucho vivir conforme a esta identidad nuestra de ser templo, casa, morada de
Dios. Se ultraja su templo, se destruye su morada, cada vez que se daña o
perjudica al prójimo en su dignidad. Sacamos a Dios de nuestra vida, lo
arrojamos fuera o lo olvidamos, cada vez que intentamos vivir sin oír su voz, o
nos maltratamos y angustiamos por no saber asumir nuestra soledad que siempre
está llena de su misteriosa presencia.
Desde otra perspectiva, “casa del Padre” es también la meta del
destino de Jesús, que viene del Padre y va al Padre, y es la meta también de
nuestro destino personal. Por eso dice Jesús: Voy a prepararles un lugar, un lugar junto al Padre, para vivir con
Cristo, participando de su misma vida, que es felicidad perfecta y sin fin. Ese
es el lugar que nos tiene preparado Jesús. Vendrá y nos llevará consigo.
Mientras tanto, hasta que Él venga, el amor que ha dejado en nosotros por su
Espíritu, nos hace estar donde Él está. Si antes Jesús estaba físicamente con sus discípulos, ahora está en sus discípulos por la fe y el amor.
Tomás no entiende este lenguaje. No comprende que el amor vence a
la muerte y que aunque su Maestro se ha ido, queda siempre con ellos. Tomás representa
la duda en medio de la comunidad de los cristianos. Como él también nosotros no
sabemos dónde está Dios, no sabemos dónde está nuestra realización y felicidad
verdadera, o las buscamos donde no pueden estar.
Queremos hallar el camino para ser felices y nos perdemos en las
cosas, que nos dan gozos y placeres precarios. En su respuesta a Tomás, Jesús nos
hace ver que viviendo su forma de vida, asumiendo su estilo, su manera de ser y
comportarse le damos a nuestra vida el sentido verdadero, nos encontramos a
nosotros mismos en lo más auténtico de nuestro ser, y alcanzamos la felicidad
que va a durar eternamente, es decir, alcanzamos a Dios. Por eso nos dice
Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la
vida.
A continuación la pregunta de Felipe revela que los
discípulos, a pesar de haber estado con Jesús, no habían percibido que él era
la revelación plena y definitiva de Dios, como si Dios no nos hubiera dado todo
en Jesús para llegar a él, realizarnos y ser felices. Con su respuesta, Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre, Jesús
afirma su relación con Dios mismo y hace ver que es él quien abre el acceso a Dios,
a quien nadie ha visto, que en él se manifiesta toda la verdad de Dios, porque
él es el mensaje y el mensajero
definitivo, es Dios con nosotros.
Jesús
no es sólo un hombre ejemplar o un maestro que transmite una doctrina moral
convincente. Él es más que todo eso. Quien le ve a Él ve a Dios como Padre. Y por
eso, en adelante, creer en Dios implica creer en Cristo Jesús que nos lo revela.
El cristianismo no consiste en la adhesión a una doctrina sino a una persona. Seguir
a Jesús, asimilar su forma de ser, de pensar y de obrar, es estar en Dios. Por
eso dice Jesús que quien cree en Él “hará las obras que yo hago e incluso
otras mayores”.
El vacío dejado por su partida lo llena su
presencia en nosotros. La fe vence al miedo. Y la fe se expresa en la oración
en su Nombre. Yo les concederé todo lo que pidan en mi nombre. Jesús
resucitado intercede por nosotros junto al Padre, hasta el día en que nos lleve
junto a Él para hacernos participar en plenitud de su vida.
Si le damos a Jesús un voto de confianza, si recurrimos a Él por la
oración y, sobre todo, si salimos de nosotros mismos para amar a los hermanos,
Jesús mismo se nos hará presente y nos hará ver que el sentido de nuestra vida
lo encontramos en Él, porque en una vida como la suya nos encontramos con Dios,
meta feliz de nuestro caminar.
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