P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
lava los pies de sus discípulos, óleo sobre lienzo de Jacopo Tintoretto (1548 –
1549), Museo del Prado, Madrid, España
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En verdad les digo: El servidor no es más que su patrón y el enviado no es más que el que lo envía. Pues bien, ustedes ya saben estas cosas: felices si las ponen en práctica.No me refiero a todos ustedes, pues conozco a los que he escogido, y tiene que cumplirse lo que dice la Escritura: El que compartía mi pan se ha levantado contra mí. Se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. En verdad les digo: El que reciba al que yo envíe, a mí me recibe, y el que me reciba a mí, recibe al que me ha enviado.
No
es el siervo (esclavo) mayor que su señor… No
es que llame siervos a sus discípulos, a quienes les ha lavado los pies, poniéndolos
a su nivel, Él, su Maestro y Señor. Lo que pretende con la frase es hacerles
ver la arrogancia e insensatez que sería pretender vivir sin seguir su ejemplo.
Él les ha enseñado dónde deben encontrar la verdadera grandeza.
Pueden recordar las veces que Jesús les dijo que deben estar siempre dispuestos
a servir, como lo hizo Él al ponerse a lavarles los pies. La grandeza de Jesús
como señor ha quedado de manifiesto en el hacerse servidor de todos, no en
ponerse por encima de los demás y dominar.
La frase que traen los Sinópticos sobre lo que significa ser el
primero en la comunidad, ha debido ser una enseñanza continua de Jesús a sus
discípulos: Ya saben que los que figuran
como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y sus dirigentes las
oprimen. Nada de esto se ha de dar entre ustedes, sino que el que quiera ser el
primero, hágase el servidor de los demás (Mc 10, 42 s.).
Ellos son sus enviados, sus apóstoles. Es la primera vez que en Juan
aparece este término. La grandeza del apóstol ha de ser la de quien lo envía,
que se plasma en el servicio que ofrece. No tiene ningún sentido buscar en la
comunidad (Iglesia) otro tipo de grandeza. Pretensiones así no deben tener
cabida en el ánimo del apóstol ni se deben permitir en la comunidad de los
discípulos.
Pero no es un ánimo empequeñecido lo que Jesús promueve en sus seguidores.
La motivación es ser felices: Si hacen
esto, serán felices. Es la bienaventuranza prometida al servicio, que Jesús
les garantiza. Recordando su ejemplo, el apóstol Pedro resumirá lo que hizo
Jesús con estas palabras: Pasó haciendo
el bien (Hech 10, 38) y liberando a la gente con el poder del Espíritu
Santo. Y la palabra de Jesús que le quedará grabada a Pablo como norma de su
trabajo es: Hay más felicidad en dar que
en recibir (Hech 20, 35).
A continuación, Jesús advierte –seguramente con el ánimo
conturbado– que no todos sus discípulos serán felices, no todos experimentarán
la bienaventuranza ligada al servicio. Por eso dice: No estoy hablando de todos ustedes; yo sé muy bien a quiénes elegí.
Y hace una velada alusión a Judas. Estas palabras reflejan la preocupación del
Maestro por salvar a su discípulo traidor. Conoce a quienes eligió y a todos
los ama, sin excluir a ninguno.
No puede excluir a nadie, no sería el Hijo de Dios. Se excluye
quien traiciona y eso estaba previsto: El
que come mi pan, se ha puesto en contra mía. Es una cita modificada del
Salmo 41,10. El original expresa mucho más el sentimiento de quien la dice: Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, y
que compartía mi pan, es el primero en traicionarme. Se puede estar en la
cercanía más íntima con el Señor, gozar de su confianza y comer su pan, y no
obstante dejarse oscurecer la mente hasta traicionar.
Pero esa misma Escritura que menciona la traición habla continuamente
del amor fiel e inquebrantable de Dios por su pueblo desleal y por cada uno de
sus hijos, aun cuando le sean infieles.
Aunque haya un Judas, el Señor está siempre en su Iglesia,
comunidad de los que creen en Él. Y está como el Enviante, que escoge y envía a
personas siempre defectuosas, nunca del todo aptas para la misión que Él les va
a confiar. Pero aunque el enviado sea indigno, el Señor estará con él, se
prolongará en él, continuará por medio de él su obra.
Por eso, acoger a su enviado es acoger al Señor, que se ha querido
identificar hasta con el último de sus hermanos y lo ama con el mismo amor con
que lo ama el Padre misericordioso. La misión es siempre válida, sea cual sea
el comportamiento del enviado. El misterio de la gracia salvadora y el misterio
de la iniquidad coexisten en el tiempo. Dios es capaz de realizar su designio
de salvación aun cuando el mal y la culpa actúen desde el centro mismo de su
Iglesia, en sus ministros y representantes.
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