sábado, 9 de marzo de 2019

Llamamiento de Leví y comida con pecadores (Lc 5, 27-32)

P. Carlos Cardó SJ
La vocación de San Mateo, óleo sobre tabla de Marinus van Reymerswale (1530 aprox.), Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme."Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publícanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: "¿Cómo es que coméis y bebéis con publícanos y pecadores?", Jesús les replicó: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino para invitar a los pecadores a que se arrepientan."
Jesús realiza un gesto provocador. Llama a un publicano a formar parte de su comunidad. Un judío decente evitaba el trato con los publicanos, porque eran considerados pecadores públicos y descreídos por dedicarse al vil oficio de recaudar impuestos para los romanos y ejercerlo de manera fraudulenta.
La sorpresiva distinción de que ha sido objeto, provoca en el publicano Leví el deseo de celebrarlo y organiza un banquete. Quiere agradecer a ese Maestro galileo que haya tenido para con él esa deferencia tan inesperada, y tan contraria a las costumbres y creencias de los judíos, de contarlo entre sus discípulos. Naturalmente invita a muchos otros publicanos. Y Jesús acepta la invitación a sentarse a la mesa con esa gente. Sorprendente.
La expectativa del Reino de Dios como un banquete que reunirá a los justos y elegidos había cargado de simbolismo el acto natural del comer: no sólo se celebraba el memorial del éxodo con el banquete del cordero pascual, sino que el comer juntos solía ser expresión de valores compartidos, alianzas, amistades.
Pero como en la mesa del reino Dios comía sólo con sus elegidos y los otros quedaban excluidos, el judío sólo podía sentarse a la mesa con gente considerada honesta, justa, fieles a su religión. Por eso en la regla de la comunidad esenia, grupo especialmente excluyente y rigorista, estaba establecido: Que ningún pecador o gentil, ni cojo o manco o herido por Dios en su carne tenga parte en la mesa de los elegidos (regla de Qumram).
Jesús cambia esta mentalidad. Los pecadores no se han de evitar como apestados. El médico cura a los enfermos. En Jesús, Dios se acerca a los excluidos, despreciados, no practicantes, traidores –como los publicanos que trabajaban en favor de los romanos– y pecadores públicos.
La comunidad cristiana toma conciencia. El Dios de Jesús no es el dios de la sociedad judía puritana, excluyente y discriminador. Es Dios de misericordia, que ofrece a todos la posibilidad de rehabilitarse. La comunidad cristiana toma conciencia de lo que es: pecadores que han sido tocados por la gracia en Jesucristo. Cada uno puede verse en Leví, o entre los invitados al banquete. Por consiguiente, no caben las discriminaciones.
No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores. Pablo dirá: Miren, hermanos, a quienes eligió Dios: no hay entre ustedes sabios, ni poderosos…, lo débil del mundo escogió Dios… (1 Cor 1, 26). 
En la mesa del Señor nos sentamos los pecadores. Es él quien nos congrega de toda raza, lengua y cultura. Reúne a todos los hijos e hijas de Dios dispersos. Y le damos gracias porque nos hace dignos de servirlo en su presencia. Indignos todos; la gracia es la que nos dignifica. 

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