P. Carlos Cardó SJ
Miércoles de ceniza, óleo sobre lienzo de
Carl Spitzweg (1855 – 1860), Galería Estatal de Suttgart, Alemania
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En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole:"¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?".Jesús les dijo: "¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán."
Antes de este
pasaje aparece Jesús y sus discípulos comiendo en casa de un publicano; ahora
los discípulos de Juan Bautista los sorprenden comiendo en un día de ayuno.
Juan los ha enviado a seguir a Jesús, desde que lo señaló como el que era más
grande que él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero estas
actitudes de Jesús y lo que enseña a sus discípulos los desconciertan. Por eso
le preguntan: ¿Por qué nosotros y los
fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan?
Jesús responde
situando la cuestión en otra esfera de pensamiento: en la esfera de la revelación
del amor salvador de Dios ofrecido como gracia a todos los que escuchan su
palabra y lo siguen. Su presencia señala el cumplimiento del tiempo mesiánico,
la venida del reino de Dios, el tiempo nuevo de la realización de las promesas
hechas por Dios a Israel, tiempo de la fiesta de la nueva humanidad
reconciliada.
Se debe, por
tanto, celebrar y hacer fiesta. Jesús lo dice con el proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del
novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta nupcial
excluye perentoriamente toda forma penitencial. Los profetas previeron este
tiempo y su corazón se llenó de alegría. Recordemos, por ejemplo, a Isaías: “El espíritu de Yahvé está sobre mí porque
me ha ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los afligidos de Sión y
ponerles una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en vez de trajes de
luto, cantos de alabanza en vez de un corazón abatido” (Is 61, 1-3)
Llegará un día en que les quitarán al novio, entonces
ayunarán, añade Jesús, anunciando su final. Les
quitarán al novio cuando sea
levantado en la cruz y elevado al cielo. Entre la alegría primera de su
presencia en la tierra y la consumación de la unión perfecta de la humanidad
salvada con Dios en el banquete nupcial del reino, transcurre el tiempo de la
espera.
Es tiempo de
la vivencia de su presencia interior resucitada, que alienta la espera de la
pascua eterna. De momento queda el símbolo de su cruz: en los crucificados. Y
el signo eficaz de su presencia viva en el partir el pan. Esos símbolos nos
guían a la práctica de la religión verdadera, y en particular al ayuno que
quiere el Señor, que consiste en partir el pan con el hambriento, dar casa al
sin techo, vestir al desnudo, romper las cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Así nos encontramos con el
esposo, hecho el último y el servidor de todos.
Las pequeñas
parábolas sobre lo viejo y lo nuevo: no se puede coser un pedazo de tela nueva
en un vestido viejo porque, al encoger, hará un desgarrón mayor, ni se puede
guardar vino nuevo en odres viejos porque al seguir fermentando reventará los
odres y todo se perderá, vienen a subrayar la idea de que son incompatibles la religión
nueva del corazón, que Jesús enseña, y la religión legalista y puramente
exterior del judaísmo.
El reino
viene; a la novedad del anuncio debe responder la novedad de la respuesta
humana. Ésta no puede consistir en un simple reformismo sino en una renovación
radical y plena. Conviértanse, cambien de
vida, porque el reino de los cielos ya está cerca (4,17): este cambio
profundo implica despojarse de las seguridades del pasado y abrirse a la
perspectiva de la fe que actúa en el amor.
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