P.
Carlos Cardó SJ
Las tentaciones de Cristo, fresco
de Sandro Botticelli (1481 – 1482), Capilla Sixtina, El Vaticano, Roma
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En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan".
Jesús le contestó: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre".Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: "A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras".
Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás".Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras".
Pero Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora.
No
cabe duda de que Jesús fue tentado en su realidad humana. No fue aparentemente
tentado -como afirmaron algunos herejes-, sino de verdad y a lo largo de su
vida, empezando por el tiempo que estuvo en el desierto. Como todo hombre,
Jesús siente la llamada del mal, aunque no se deja en lo más mínimo atrapar por
él, porque sigue las insinuaciones del Espíritu, que actúa de modo permanente
en su condición humana. Ha querido someterse a la tentación para estar cerca de
los que son tentados. Dice san Agustín: “Si
Cristo no hubiese sido tentado, no te habría enseñado a vencer cuando tú fueras
tentado” (Coment. al Salmo 60, CCL 39,766).
El
Espíritu lo condujo al desierto. El desierto en la Biblia es un símbolo cargado de significación. En él
guió Dios a su pueblo hacia la libertad, pero fue allí también “donde
vuestros padres dudaron aunque habían visto mis obras (Sal 95). Es el lugar donde uno se enfrenta con el tentador.
Es donde hay que preparar los caminos del Señor (Is 40, 3) y, por ello, es lugar de grandes decisiones. Es allí
también donde se siente la presencia y el consuelo de Dios (Os 2, 14: “Me la llevaré al
desierto y le hablaré al corazón”).
Se podría decir que es ineludible pasar por el desierto, donde se
pone a prueba la autenticidad de la fe. “Nadie puede seguir a Jesús si no se
decide a pasar por la tentación y la prueba que purifica el corazón humano de
todo intento de posesión, de éxito, o de adhesión a otros espíritus. El Reino
es, ante todo, una liberación interior: nos invita a dejar todo lo que
constituye nuestra vida cotidiana, para reencontrarlo bajo una mirada
transformada, la mirada del hijo. Seguir a Jesús significa en primer lugar
venir para presentar a Jesús resucitado nuestras enfermedades, dolores, alienaciones
y parálisis para que él las cure” (J. Rademakers).
En el desierto, el diablo puso a prueba a Jesús durante
cuarenta días, dice Lucas. El diablo significa
“el que divide”, el “adversario”. Crea división entre Dios y nosotros, rompe nuestra
unidad interior y la unidad que debemos tener entre nosotros. Es el que nos
acusa (Ap 12,10) y finalmente nos
deja solos. Es él quien insinuó en el corazón de Adán
la rivalidad con Dios y lo llevó a la desobediencia (Gen 3). Representa el poder del mundo (2 Cor 4,4) opuesto a Cristo. Promueve desorden y ruptura en la
creación. Contra él dirige su lucha Jesús.
Los cuarenta
días no hay que entenderlos en sentido cronológico. Hacen referencia a los
cuarenta años que pasaron los israelitas en el desierto (Dt 8,2.4), y simbolizan todo un período de experiencia particularmente
intensa y decisiva.
¿En qué consistió la tentación de Jesús? El diablo
tienta a Jesús en la forma de realizar la salvación del mundo: no conforme a la voluntad de Dios, es
decir, por el camino de un Mesías Siervo
que redime entregando su vida por todos (10,45), sino por el camino de un Mesías poderoso que domina y somete. Fue
una tentación que acompañó a Jesús a lo largo de su vida. Y podemos decir que es la tentación
de toda persona que pretende ser hijo o hija de Dios pero viviendo a su manera,
haciendo lo que le da la gana y no la voluntad de Dios.
1ª tentación: El diablo invita a Jesús a hacer
de su obra salvadora un proyecto en beneficio propio. Haz que estas piedras se conviertan en panes. El pan, y el dinero
con que se adquiere, se convierten en lo más valioso de la vida, lo demás no
importa. Esta absolutización del dinero y las riquezas se da cuando no se
admite que los bienes materiales no son un fin sino un medio, que tienen una
finalidad a la que deben orientarse y que, finalmente, se acaban. La codicia es
idolatría. El amor al dinero es la raíz
de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han
ocasionado a sí mismos muchos males (1 Tim 6,10).
2ª tentación: La tentación del poder. Te daré todos los reinos del mundo y su
gloria. El poder es el ídolo más fascinante. Ante esta tentación, Jesús
reacciona de inmediato, no entra en diálogo con el tentador. Apártate de mi Satanás. Lo mismo le dirá
a Pedro, cuando éste intente apartarlo de su camino de cruz: Apártate de mí Satanás que me pones
obstáculo. Tú no piensas como Dios, sino como los hombres (Mc 8,33). Jesús,
en cambio, nos revelará en qué consiste la verdadera libertad: en poner la vida
al servicio de todos, sin dominar a nadie, para que nadie viva oprimido o sometido.
3ª tentación: es la tentación central. En vez
de obedecer a Dios, hacer que Dios haga lo que me plazca. Un Dios a mi
servicio. En el caso de Jesús: una relación interesada con Dios, su Padre, para
que lo ayude a someter el mundo con medios espectaculares: ¡Tirarse abajo desde
el pináculo del templo…! Seducir, hacerse irresistible por medio de las propias
dotes personales y, encima, teniendo a Dios como aliado. ¡No tentarás al Señor tu Dios!, es la respuesta de Jesús. Porque provoca a Dios, en efecto, la
presunción de quien, abusando de la bondad divina, da rienda suelta a su mala
conducta.
Todos
tenemos conciencia de estar inmersos en una red de tentaciones dentro y fuera
de nosotros. Identificar nuestras propias tentaciones nos ayuda a estar
vigilantes. Ver a nuestro Salvador tentado, luchando y venciendo al mal, nos
afianza en la confianza de que, caminando con Él, venceremos con Él. Es el mensaje de la Cuaresma.
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