P. Carlos Cardó SJ
El almuerzo, óleo sobre lienzo de Diego Velásquez (1617
aprox.), Museo del Ermitage, San Petersburgo, Rusia
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En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?".Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre".Entonces él le contestó: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven".
Jesús lo miró con cariño y le dijo: "Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme".
Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!".Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: "Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios".Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: "Entonces, ¿quién puede salvarse?".Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: "Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible".
Jesús había declarado: ¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (8,36). Para
ganar la vida y realizar el fin de nuestra existencia se ha ordenar el uso de todo lo que
uno tiene. El encuentro de Jesús con un rico, que el evangelista Mateo dice que
era un joven (19,20), va a explicar de manera gráfica en qué consiste el
mal uso de los bienes.
El saludo con que se presenta ante Jesús: Maestro
bueno, era superior al que se daba a los rabinos. Por eso Jesús le
replica: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo
Dios es bueno. Implícitamente lo invita a reconocer la bondad de Dios en su
persona. Aclarado esto, le responde a su pregunta, que no es una pregunta
cualquiera, pues tiene que ver con lo que lo que toda persona anhela: una vida
plena, bien lograda, no errada ni echada a perder, es decir, la vida eterna que Dios dará a los que
cumplen su voluntad.
Por
eso Jesús plantea al joven la primera condición para lograrlo: la observancia
de los mandamientos que tienen que ver con el amor al prójimo: no mates, no
seas adúltero, no robes, no des falsos testimonios, no estafes a nadie y honra
a tus padres. El mandamiento que tiene que ver con el amor a Dios, lo deja para
después y lo definirá como seguirle a Él: ¡ven
y sígueme! (v.21), porque en Él Dios se revela como Dios-con-nosotros.
El
joven queda insatisfecho, quiere algo más. Es una buena persona que desde niño se
ha portado bien, conforme a la ley. Jesús, que valora el corazón de las
personas, lo miró con cariño, dice el
evangelio, y se animó a proponerle el mayor desafío: Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres –así
tendrás un tesoro en el cielo– luego ven
y sígueme. Tener un tesoro en el cielo, es decir, tener a Dios como el
tesoro, ha de ser la motivación. Cuando es así, cuando Dios es lo más
importante, la persona puede renunciar a los bienes y destinarlos a resolver
las necesidades de los pobres.
Al
oír esto, el joven puso mala cara y se
alejó entristecido porque tenía muchos bienes. La riqueza que había acumulado
le tenía agarrado el corazón y le hacía imposible creer que Dios podía ser su
tesoro, y que podía situarse ante sus bienes de manera diferente para preferir
a Dios y ayudar a los demás. Debió afectarle mucho a Jesús, pues lo había
mirado con cariño, pero Él no entra en componendas: Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en
el reino de los cielos los que tienen riquezas!
Como en el caso del matrimonio indisoluble, también
aquí los discípulos se quedaron asombrados. Y Jesús insistió:
¡Qué difícil es entrar en el reino de
Dios! Es más fácil que un camello
pase por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el reino de Dios.
¿Por qué una frase tan categórica? Lo que Jesús quiere decir, empleando
un lenguaje sin duda adaptado a la mentalidad oriental, es que el dinero tiene
un extraordinario poder de agarrar el corazón del hombre, hacerlo insensible a las
necesidades del prójimo hasta llevarlo a cometer injusticias y alejarlo de Dios.
La ambición del dinero es una verdadera idolatría. Y es un hecho
universal, pues todos sientan su tremenda atracción ya sean cristianos, judíos,
musulmanes o ateos, en todas partes del mundo. ¿Acaso no es el dinero la causa
de la mayoría de las corrupciones que afectan tanto a todos los países? ¿Acaso
no es por el dinero que los hombres pierden hasta su honor y exponen aun a su
propia familia a las desgracias más lamentables?
Por eso Jesús emplea este lenguaje tan gráfico y tajante. Es como si nos dijera: ¡Convénzans, los bienes
de este mundo son bendición y vida si se comparten, pero se tornan maldición y
muerte si se acumulan para el propio provecho y goce! Lo que se retiene con
ambición, divide; lo que se comparte, une.
Emplear el dinero para llevar una vida digna y contribuir al
desarrollo de la sociedad, generando fuentes de trabajo, compartiendo las
ganancias con equidad y ayudando a promover la vida de la gente, en especial de
los necesitados, eso significa tener en cuenta la soberanía de Dios. Sólo teniendo
a Dios como lo más importante en la vida y rechazando al ídolo de la riqueza se
puede vivir la alegría de una vida honesta, anticipo del gozo pleno y eterno del
Reino.
Sólo la gracia, que Dios da a todos sin distinción, puede hacer
que el rico cambie de actitud frente a su riqueza, asuma los valores que Jesús propone
y se salve. Este milagro se produce cuando la persona se pone ante Jesús que le
hace ver: Donde está tu tesoro, ahí está
tu corazón.
El evangelio nos abre los ojos a lo que ocurrió desde los primeros
tiempos del cristianismo: con qué facilidad las personas se corrompen cuando
entre ellas y Dios, entre ellas y el prójimo, entre ellas y el bien del país,
se pone de por medio el dinero. Pero por encima de las tendencias y deficiencias
humanas, se alza siempre la gracia de Dios, que hace que los valores del
evangelio sean respetados y practicados.
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