En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".
Si algo debe
ser auténtico y sincero, sin nada de hipocresía ni de dobles intereses, es la
práctica de la fe. Para inculcar este principio fundamental, Jesús habla de la
limosna, la oración y el ayuno, que son como los tres pilares de la religión.
Definen las relaciones con los otros (limosna),
con Dios (oración) y con las cosas (ayuno). El modo como se viven, definen
una existencia de hermanos que ven unos por otros o se desentienden de la necesidad
de su prójimo, que buscan honrar a Dios con sus actos religiosos o que los
demás los alaben, que son libres para usar o dejar las cosas cuanto convenga, o
se esclavizan a ellas.
Lo que se dice
de la limosna se repetirá para la oración y el ayuno: las prácticas religiosas han
de ser en secreto, no para ser visto y recibir gloria vana de los hombres. Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha.
Limosna: El dar al
necesitado no es una buena acción que está por encima o va más allá de lo obligatorio
(supererogación), sino una obligación de justicia. Somos hijos de un mismo
Padre, somos hermanos, la suerte de mi hermano me tiene que afectar. No podemos
amar a Dios si no amamos a quien vemos (1Jn
4, 20).
El Hijo nos reconocerá o no si lo atendemos o
no en el hermano que pasa necesidad. La
solidaridad con los pobres –sean marginados, desocupados, sin techo, migrantes,
enfermos o ancianos– es expresión de la justicia social distributiva, mediante
la cual se da cumplimiento a la destinación social
que tienen los bienes de este mundo para que sirvan al sostenimiento de todos.
La solidaridad impulsa a buscar el bien de
todas las personas, por el hecho mismo de que todos son iguales en dignidad,
gracias a la realidad de la filiación divina. Sin ello, no hay fraternidad. El
Antiguo Testamento está lleno de las bendiciones y recompensas que acompañan a
la limosna: Quien da al pobre le hace un
préstamo a Dios (Pr 19,17). El que da
al pobre nunca sufrirá necesidad, pero el que cierra sus ojos tendrá muchas
maldiciones (Pr 28,27).
La oración. La vida espiritual se expresa y alimenta por medio de la oración. Ese tiempo
“perdido” que detiene las actividades y corta con el bullicio cotidiano es un
reconocimiento de que el Señor es el dueño, el centro de todo, y el que realiza
lo que debemos hacer por encima de cuanto podemos. No somos asalariados sino
amigos, y debemos aprender a combinar trabajo y descanso. No todo se ha de
guiar por criterios de eficacia y productividad, hay que aprender el sentido de
lo gratuito.
Concretamente,
debemos aprender a estar con el Señor, como un amigo con su amigo, o un hijo con
su padre. Y para que este diálogo sea verdadero, el Señor nos alienta a
presentarnos ante Él tal como somos. No es un encuentro verdadero el que se hace
para ser vistos por los demás; no podemos ir a la oración para parecer buenos
ante la gente o ante Dios, ni siquiera ante mí mismo; ni puedo orar para sentir
que cumplo con lo que está mandado. Nada de esto tiene sentido en la amistad y
el amor.
El ayuno en la
tradición espiritual judía estaba asociado al estudio de la Torá (Dt 8), porque agudiza el ingenio y hace ver
que no sólo de pan vive el hombre. Aparte del ayuno obligatorio en el día de expiación (Yom Kippur), los judíos practicaban
ayunos privados por devoción. Daban fama de persona piadosa.
A Jesús le
preguntan: ¿por qué tus discípulos no ayunan (9,14)? Jesús les contesta que su venida inaugura la fiesta
anunciada por los profetas (Is 61, 1-3)
y no tiene sentido entristecerse. El perdón no depende del ayuno penitencial y
expiatorio, sino de la adhesión personal a Dios y de la nueva actitud que uno
asume frente a los demás por sentirse acogido por Él.
Si su
motivación brota del corazón, el ayuno se convierte en lo que Dios quiere que
sea: El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes las cadenas
injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos,
que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el hambriento,
que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo y que no
te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como aurora… y te
seguirá la gloria del Señor” (Is 58, 6-8).
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