P. Carlos Cardó SJ
San Bartolomé apóstol, óleo sobre lienzo de Gregorio Bausá (Siglo
XVII), Museo de Bellas Artes de Valencia, España
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En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José".Natanael replicó: "¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?".Felipe le contestó: "Ven y lo verás".Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: "Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez".
Natanael le preguntó: "¿De dónde me conoces?".Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera".Respondió Natanael: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel".
Jesús le contestó: "Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver". Después añadió: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre".
La
experiencia de fe no se queda como algo íntimo, se comparte. Y en el compartir,
la fe se transmite. Dios se vale de personas que se han encontrado con Él para que
otras también lo conozcan o descubran su voluntad. Las palabras humanas disponen
a la escucha de la Palabra.
Este dinamismo comunicativo de la
fe aparece en el texto y nos invita a recordar –agradecidos– las mediaciones
humanas de la gracia en nuestra propia historia, personas concretas gracias a
las cuales nos vino la fe, maduramos en ella, o pudimos conocer la voluntad de
Dios en nuestra vida. Dice el pasaje evangélico que Andrés conduce a su hermano
Simón a vivir la experiencia del encuentro con Jesús. Felipe invita a Natanael
a ir y ver por sí mismo quién es Jesús de Nazaret.
Natanael no figura en la lista de
los Doce, puede ser Bartolomé según la tradición. Su amigo Felipe,
entusiasmado, le dice que han encontrado al Mesías, de quien hablaron Moisés y los profetas, y que es Jesús, el hijo
de José, de Nazaret.
Pero a Natanael, como a cualquier
judío, no podía pasarle por la mente que el Mesías pudiese venir de Nazaret, pueblecito
sin importancia que ni siquiera se menciona en todo el Antiguo Testamento. Se
aguardaba a un descendiente de la casa y familia real de David, cuya ciudad fue
Belén de Judea. Se entiende, pues, que Natanel muestre su desconfianza: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Pero Felipe le replica señalando aquello
que es fundamental en la fe: el salir de uno mismo para experimentar el
encuentro con Dios. Ven y lo verás. Hay
que ir y situarse donde está el Señor, establecer un contacto personal con Él y
entonces todo quedará iluminado con una luz nueva, tendrá la luz de la vida (Jn 8,12).
Jesús ve venir a Natanael. Lo conoce
sin que nadie le haya hablado de él. Ve el interior de las personas y las
conoce más que nadie, con un conocimiento, además, lleno de estima de lo mejor
que hay en cada uno. Natanael debió ser un judío virtuoso. Por eso Jesús lo
alaba: Ahí tienen a un israelita auténtico
en quien no hay engaño. El engaño y la mentira destruyen lo que la religión
puede producir en una persona.
¿De
dónde me conoces?, pregunta Natanael sorprendido. Si
en ese momento hubiese obrado en él la fe, habría recordado tal vez las
palabras del Salmo 139: Tú me sondeas y
me conoces…desde lejos conoces mis pensamientos. El saberse conocido por
Dios inspira confianza. Por eso el mismo salmo termina pidiéndole: Conoce mi corazón y ponme a prueba.
Jesús le dice: Cuando estabas debajo de la higuera, yo te
vi. Los exegetas se esfuerzan por descubrir el significado de esta frase,
pero hasta ahora sólo han conseguido especulaciones. Lo más probable es que se
refiera a Natanael como figura simbólica del acercamiento de Israel a Dios por medio
de la lectura y estudio de las Escrituras. En las tradiciones judaicas, en
efecto, la higuera, árbol ubérrimo en dulces frutos, era símbolo del
conocimiento y de la felicidad, que se logra principalmente con el estudio de
la Ley. Pero conocer la Ley no basta para el encuentro con el Mesías; por eso
quizá las resistencias iniciales de Natanael respecto a Jesús.
Rabí,
tu eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel, confiesa
Natanael, reconociendo la filiación divina de Jesús, maestro y rey de Israel. Sus palabras son un anticipo de todo
lo que el evangelio anunciará: la revelación del Hijo.
¡Cosas
mayores verás!, le dice
Jesús. Verán el cielo abierto y a los
ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre. Verás que Jesús
es aquel por quien se abren definitivamente los cielos y sobre quien desciende
el Espíritu. Jesús será el “lugar”, el espacio de las relaciones auténticas con
Dios, el verdadero templo y puerta entre Dios y los hombres, realidad que fue apenas
vislumbrada en la visión de la escala de Jacob en Betel, terrible lugar y puerta del cielo (Gen 28,17). Jesús es la
verdadera escala, que une al cielo con la tierra: Dios se comunica al hombre y
el hombre entra en comunicación con Dios.
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