miércoles, 29 de agosto de 2018

La muerte de Juan Bautista (Mc 6, 17-29)

P. Carlos Cardó SJ
El banquete de Herodes, fresco de Lippi Fra Filippo (1460 – 1464), Catedral de San Esteban, Prato, Italia
En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel.Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar.
Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños.
La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?".
Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista".Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
La muerte de Juan anticipa la de Jesús. En su martirio, el profeta revela la verdad de la causa a la ha entregado su vida; demuestra que hay valores que valen más que la vida.
La fama de Jesús se había extendido y el rey Herodes oyó hablar de él. La fe se transmite por la palabra. Pero Herodes no es capaz de alcanzarla: escucha cosas pero no las entiende y queda confundido. Se destaca este rasgo de su personalidad: es un confundido, voluble, influenciable. Le llegan las distintas opiniones que circulan sobre Jesús, y él cavila: ¿será Juan Bautista a quien yo mandé matar?
Respetaba a Juan, lo tenía por santo y lo protegía, pero lo que decía lo dejaba confundido, y al final se dejará influenciar por el qué dirán y por su mujer, y lo mandará matar. Pablo hablará de los que ocultan la verdad por las cosas malas que hacen (Rom 1,18). Estas cosas malas en el caso de Herodes son su escandalosa unión con la mujer de su hermano, la opulencia que exhibe en su corte y el despotismo con que gobierna.
¡No te es lícito tener la mujer de tu hermano!, le había dicho Juan. Por eso Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero no podía. Los corruptos sienten como una amenaza a todo aquel que les hace ver su delito. Al no hallar la forma de desmentir la denuncia, querrán acabar con él, pensando que así quedarán tranquilos. Es lo que quiere Herodías pero no puede porque el rey respeta a Juan.
La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofreció un banquete. El banquete en la Biblia es uno de los más bellos símbolos de la unión definitiva de Dios con sus hijos. El banquete de Herodes, en cambio, es la fiesta del mundo, en la que la belleza y el placer, representados en la muchacha y en su danza, ya no dan vida sino producen muerte. La mentalidad de Herodes todo lo pervierte. Celebra el aniversario de su nacimiento dando muerte al inocente.
Por eso Jesús pondrá en guardia a sus discípulos para que no se dejen contaminar por la levadura de los fariseos y de Herodes (Mc 8, 15), porque esa mentalidad tiene un fuerte impacto social. Se difunde hasta hoy.
La hija de Herodías bailó y dejó embelesados a Herodes y a los invitados. Pídeme lo que quieras y te lo daré, le dijo el rey, y añadió: Te daré hasta la mitad de mi reino. Movido por el engaño de su torcido corazón, o por inconsciencia o mala voluntad, el hombre se cree obligado a cumplir sus promesas erradas. Es muy común este quedar entrampado el sujeto en sus contradicciones.
La muchacha, instigada por su madre, le pidió la cabeza del Bautista. La búsqueda desordenada de la propia seguridad, del mantenimiento de la posición adquirida y de los intereses individuales ciegan el corazón de las personas y las induce al crimen.
El proceder de los tres personajes que focalizan la escena –el rey, la hija y la madre– tipifican los horrores de muerte que causa la corrupción en la sociedad. La joven, sin personalidad, incapaz de decidir por sí misma, encuentra su seguridad en endosarle a la madre la decisión a tomar: ¿qué pido?
La madre instrumentaliza pérfidamente a su hija para lograr su cometido de mantener la relación escandalosa con el rey. La ceguera del corazón pone el propio interés por encima de la vida de un inocente.
Y el rey, finalmente, queda entrampado en sus propias dependencias: cegado por su sensualidad, que ha quedado incitada por la belleza de la joven, comete la insensatez de prometerle hasta la mitad de su reino; esclavo de su poder y prestigio, no puede desairar a la joven ni dejar de cumplir el juramento hecho ante los convidados; sometido a su mujer, acatará su voluntad asesina a pesar de la tristeza que siente.
Queda patéticamente contrapuesta la grandeza de Juan Bautista, que muere por su libertad de palabra y por su fidelidad a la misión recibida, y la bajeza de Herodes y los suyos, cuya falta de conciencia les lleva a pisotear los valores más fundamentales.
El relato concluye con una nota de piedad, que señala, además, el epílogo de la vida y misión del Bautista: vinieron sus discípulos, recogieron su cuerpo, le dieron sepultura…
Finalmente puede verse aludido en el pasaje el tema de la ética política que aporta el cristianismo. El cristiano fiel a sus principios nunca podrá dejar de tener una postura crítica frente a las maniobras injustas de los poderosos y las actuaciones corruptas de gobiernos en los que reinan muchas veces la hipocresía, el sometimiento servil al gobernante y las alianzas para delinquir. Muchos, con razón, señalan que el delito de Juan Bautista –que se prolonga en el de muchos cristianos hoy– consistió en no quedarse con la boca cerrada.

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