martes, 28 de agosto de 2018

La hipocresía de los fariseos (Mt 23, 23-26)

Carlos Cardó SJ
El Fariseo, ilustración publicada en La Biblia en Pinturas, editada por M. Bihn y J. Bealings (1922)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que tenían que practicar, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito, pero se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera los vasos y los platos, mientras que por dentro siguen sucios con su rapacidad y codicia! ¡Fariseo ciego!, limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio por fuera".
Jesús critica la hipocresía de los fariseos, vicio que constituye un peligro en todas las religiones y movimientos espirituales. En particular, Jesús critica la hipocresía subyacente a la actitud de muchos guías ciegos que convierten la religión en un conjunto de prácticas reglamentadas, de cuyo cumplimiento se obtiene fama de justo.
Este afán de justificarse el hombre por sus obras, llevaba a querer asegurarse la salvación con el legalismo. La ley mosaica se había desmenuzado en centenares de normas que regulaban la vida cotidiana hasta en lo más mínimo, pero que llevaban al mismo tiempo a olvidar lo más importante: la justicia, la misericordia, la fidelidad.
Por eso los recrimina el profeta Isaías: Así dice el Señor: Este pueblo… me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí y el culto que me rinden es puro precepto humano, simple rutina” (Is 29,13).  A esto se refiere Jesús al decir: ¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley: la voluntad de Dios, la misericordia y la fe!
Frente a ello, Jesús propone el amor al Padre y a los hermanos, que si es verdadero llevará al hombre a actuar siempre con delicadeza, teniendo cuidado de lo pequeño, pero sin caer en el escrúpulo, ni en la manía ritualista.
¡Guías ciegos que cuelan un mosquito pero se tragan un camello! Legalismo absurdo que hace prestar atención al detalle pero impide ver el conjunto. La liturgia y la vida espiritual se mecanizan con el detallismo ritualista.
Critica también Jesús la religiosidad de la pura apariencia, que había llevado a la obsesión por la limpieza y purificación aun de los utensilios domésticos, vasos y platos, con olvido de la purificación interior de la persona, que es lo importante. Bajo una exterioridad cuidada al máximo, se oculta rapiña y corrupción.
Hay que purificar primero el interior de la persona. La obra de Dios consiste en la purificación del corazón, en la creación de un espíritu nuevo, participación de su mismo espíritu: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no me arrojes de tu presencia, no retires de mí tu santo espíritu; devuélveme la alegría de tu salvación, fortaléceme con tu espíritu generoso (Sal 51, 12-14). Espíritu firme, santo y generoso. Así puede el hombre tener un corazón como el de Dios, ser misericordioso como el Padre es misericordioso (Lc 6, 36).
El fariseísmo es una amenaza constante a la vida cristiana porque tienta bajo apariencia de bien: convierte el evangelio en ley, en vez de buena noticia del amor salvador del Señor, se fija solamente en los mandatos y prohibiciones.  Lleva así a confiar más en la ley, que en la gracia-amor que se nos da y es la que salva. Conduce a la vanagloria por los méritos propios y al rechazo de los otros, a no comportarse como hermano. 
Bajo apariencia de bien. El mal puede venir de transgredir la ley, sin duda; pero también, y más sutilmente, puede venir disfrazado con la máscara de la observancia. Entonces es difícil reconocerlo. Es la hipocresía de quien se sirve de la Palabra (de la Iglesia, de las instituciones religiosas, de los roles y funciones, etc.) para obtener beneficio propio, aprobación, vanagloria, no gloria de Dios.

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