martes, 14 de agosto de 2018

Si no se hacen ustedes como niños… (Mt 18, 1-5. 10.12-14)

P.Carlos Cardó SJ
Cristo bendice a los niños, óleo sobre lienzo de Vincent Sellaer (1538), Colección de pinturas del estado de Baviera, Pinacoteca de Munich, Alemania
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?".Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo. ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños".
Jesús establece con estas palabras el criterio que determina la calidad de las personas en la comunidad. Uno se hace grande cuando se hace como los niños. Pero esto ¿qué significa? Para nosotros, niño significa ternura, inocencia, sencillez, espontaneidad; para los griegos, los niños eran también los siervos, los esclavos, los cautivos; y para los hebreos, el niño –al igual que la madre– era propiedad del varón, no contaba, no tenía derechos propios. Siempre y en todas partes, niño es el que tiene necesidad de todo y es lo que los otros le hacen ser. Existe sólo si hay alguien que lo toma bajo su cuidado y pertenencia.
Esto supuesto, lo que nos quiere decir Jesús es que en vez de andar en la vida como “los grandes” que se satisfacen a sí mismos, creyendo no deber nada a nadie ni tener necesidad de nadie, podemos renacer, volver a hacernos niños (Jn 3,1ss) para alcanzar nuestra condición más auténtica, la propia del hijo que en su dependencia de Dios, su Padre, halla su capacidad de crecimiento, libertad y autonomía.
Este adulto convertido en niño se siente acogido y acoge, sabe que todo lo ha recibido por gracia y que debe dar gratis lo que gratis ha recibido. Sabe que no se ha dado la vida a sí mismo y que puede perderla, sabe que puede vivirla disfrutándola para sí solo o entregarla al servicio de los otros. Sabe, en fin, que en todo momento puede abandonarse en brazos de su padre, porque el resultado final no dependerá sólo de él sino de Dios.
Este abandono confiado en Dios, lo expresa gráficamente el Salmo 131: Señor, mi corazón no es soberbio ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos: como un niño en brazos de su madre. Con esta quietud interior se desenvuelve en toda circunstancia de su vida.
No se trata ya de la primera infancia, sino de aquella que es propia del adulto que ejercita su libertad. Es como inocencia recuperada. A esta “infancia espiritual”, costosa en verdad, se refería Jesús cuando bendecía a los niños y prometía el reino de los cielos, a los que se asemejan a ellos. Son los que pueden tratar con Dios con entra confianza y llamarlo Abba, padre.
Así, pues, el hacerse niño no tiene nada que ver con el infantilismo, fruto de una mala educación de los instintos, tendencias y afectos. Infantil es el insatisfecho, que no hace más que buscar satisfacer su ansia de ser acogido, nutrido, sostenido. Infantil es que se aferra a los demás y a las cosas, exige, demanda y manipula; pero sin corresponder y, en definitiva, sin poder valerse por sus propios medios. El niño del evangelio, en cambio, tiene como modelo de inspiración la personalidad de Jesucristo, el hombre libre.
Nos dice el evangelio, además, que Jesús se identifica con los pequeños de este mundo (v.12-14). El buscar la oveja que se pierde, porque las otras 99 están bien, nos habla de la ternura de Dios-Padre, que siente y se duele de las ovejas de su pueblo, maltratadas y abandonadas por sus pastores.
Dios, que reivindica para sí el título de pastor auténtico y lleno de cariño, se realiza históricamente en Jesús, buen pastor de su pueblo y de la humanidad. Se subraya el valor que tiene para Dios la vida de sus hijos y de manera especial la cercanía y misericordia de Dios para con los perdidos. Asimismo, al referirse al comportamiento propio de Dios, Jesús demuestra que hace bien Él al buscar a los publicanos y pecadores, a los excluidos y perdidos de este mundo. Dios no quiere que se pierda ni uno solo.

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