P. Carlos Cardó SJ
Llamamiento a San Mateo, óleo sobre lienzo de Hendrick ter Brugghen (1621), Centraal Museum, Ultrech, Países Bajos |
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Tres temas importantes de la tradición cristiana aparecen unidos en un solo relato: el llamamiento de Mateo publicano (llamado Leví en Mc 9,14 y en Lc 5,27), la comida de Jesús con gente de mal vivir, y la frase que sintetiza la misión para la que ha sido enviado: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.
Mateo (o Leví) ejercía un oficio despreciable: era cobrador de los impuestos (sobre el suelo y per capita) que los romanos obligaban a pagar a los pueblos dominados. Los funcionarios del Estado encargados de ello solían arrendar sus mesas al mejor postor y, generalmente eran los publicanos los que las obtenían por las ganancias que les reportaban. Se valían de artimañas para explotar al público, alteraban las tarifas oficiales, adelantaban el dinero a quienes no podían pagar, para después cobrárselo con usura. Por eso, pero sobre todo porque colaboraban con los romanos, eran tenidos por traidores y ladrones, no poseían derechos civiles entre los judíos y la gente los evitaba.
Jesús ve las cosas de otra manera, él trae consigo la misericordia que extrae el bien de todas las formas de mal y regenera al que no tiene quien le ayude a cambiar. Pasa delante de Mateo, lo ve y le dice: Sígueme, sin más, sin siquiera esperar su cambio de profesión y, sobre todo, la reparación que debía hacer y consistía en restituir la cantidad defraudada, aumentada en una quinta parte. Pero ¿cómo puede saber Mateo a quién ha robado todo? Ciertamente ni él ni los allí presentes se lo esperaban. Y por eso, sin más trámite, se levantó y lo siguió; es decir, inició un camino de transformación que hará de él una persona nueva.
A continuación, Jesús realizó un gesto público que debió resultar tanto o más chocante porque al no dudar en irse a comer con Mateo y permitir que tomaran parte también en la mesa muchos recaudadores de impuestos y pecadores públicos, estaba realizando una acción atrevida, provocadora desde el punto de vista religioso. Era un signo profético, con el que Jesús venía a declarar que la comunión de mesa del banquete del reino de los cielos no estaba reservada únicamente a los justos cumplidores de la ley y miembros de la raza escogida, sino que está abierta también a los excluidos, a los despreciados, a los no practicantes, incluso a los traidores porque el Dios que obra en Jesús a nadie excluye, y está dispuesto a perdonar a quienes más necesitan de su misericordia. Ellos son los primeros receptores de su amor, que transforma sus vidas y los hace personas nuevas.
En consecuencia, en la comunidad cristiana no puede haber discriminaciones ni exclusiones. La frase de Jesús condensa la manera como él ve su misión recibida del Padre y hace tomar conciencia a los cristianos de que ellos, los primeros, son los pecadores que han sido tocados por la misericordia de Dios y han sido llamados a su servicio. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Es un tema central en la predicación de Jesús y se puede ver en sus parábolas del hijo pródigo, de los viñadores homicidas, de los invitados a las bodas...
Cada miembro de la comunidad cristiana puede verse en Mateo, o entre los pecadores invitados a la mesa de Jesús. Cada uno puede sentirse objeto de misericordia, acogido a la mesa. También puede sentirse llamado a aprender qué quiere decir: misericordia quiero y no sacrificios. Lo que espera Dios de nosotros son gestos solidaridad y misericordia, más que actos religiosos externos. Jesús da ejemplo, poniéndose a la mesa con pecadores, cumple la voluntad divina de buscar a esa gente y ofrecer a todos la posibilidad de rehabilitarse.
Y esto es lo más importante del pasaje evangélico: la nueva imagen y
experiencia de Dios que Jesús revela y transmite en contraposición con la idea
de Dios discriminador que transmitían los rabinos fariseos. Jesús revela a un
Dios que muestra su grandeza y su amor salvador como misericordia, no quiere
que nadie se pierda y a todos acoge porque es padre. Jesús aparece no sólo como
maestro de misericordia sino como encarnación misma del amor misericordioso que
es la esencia de Dios. Su comunidad, por tanto, no puede ser otra cosa que un
espacio acogedor y fraterno en el que se refleje el rostro del Dios de Jesús.
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