P. Carlos Cardó SJ
Las bodas de Caná, óleo sobre lienzo de Carl Bloch (1870), Museo de Historia Nacional del Castillo Frederiskborg, Copenhague, Dinamarca |
Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!".
El mismo clima de controversia del pasaje anterior (Mt 9, 9-13), en el que Jesús no tuvo reparos en llamar a su grupo a un publicano y ponerse a la mesa en compañía de gente de mal vivir. Probablemente lo vieron también comer con sus discípulos en un día de ayuno obligatorio. Por eso la pregunta de los discípulos de Juan: ¿Por qué razón nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no?
A simple vista puede parecernos un tema extraño, pero puede aplicarse a la conducta que, consciente o inconscientemente, demostramos. De muchas maneras nos lanzamos preguntas unos a otros como las que los discípulos de Juan plantearon a Jesús: ¿por qué no actúan ustedes como nosotros?, ¿por qué piensan así?, ¿por qué esas costumbres, esos métodos...? Detrás puede estar el miedo a lo diferente o la necesidad de asegurar la propia postura imponiéndola a los otros. Ahí no hay diálogo porque no hay intención de comprender, ni de integrar y complementar sino de defenderse, descalificando al que es diferente. Bien decía Antonio Machado: “Busca tu complementario que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario”. Fácilmente se olvida el principio de dejar al otro ser y obrar como le parezca mientras no se demuestre que es una forma de proceder errada, injusta o perjudicial.
Jesús zanja la cuestión que le plantean acerca del ayuno, llevando a sus oyentes a otra esfera de pensamiento, a la esfera de la salvación, que ya está abierta para todos y cuyo anuncio (buena noticia) inaugura el tiempo nuevo de la fiesta para la nueva humanidad reconciliada. Lo hace con un proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta nupcial excluye naturalmente toda forma penitencial.
El tiempo nuevo es tiempo de alegría. La presencia de Jesús señala el cumplimiento del tiempo mesiánico, la venida del reino de Dios y del triunfo de su amor salvador. Los profetas lo vieron venir y su corazón se llenó de gozo. Recordemos, por ejemplo, cómo intuye Isaías la venida del Salvador: El espíritu de Yahvé sobre mí porque me ha ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los afligidos de Sión y ponerles una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en vez de trajes de luto, cantos de alabanza en vez de un corazón abatido (Is 61, 1-3)
Llegará un día en que les quitarán al novio, entonces ayunarán, añade Jesús. Con estas palabras anuncia su final: se les quitará su presencia, la presencia del novio, cuando sea levantado en la cruz y elevado al cielo. Las nupcias han comenzado, pero han de llegar a su consumación. Mientras tanto vivimos el tiempo de la ausencia que espera una presencia, del viernes santo que lleva a la pascua. De momento queda el símbolo de su cruz: en el dolor y sufrimiento de los crucificados. Encontrarnos con ellos, ayudarlos, luchar para que nadie pase hambre ni sufra marginación, es cumplir el ayuno que Dios espera: partir el pan con el hambriento, dar casa al sin techo, vestir al desnudo, romper las cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Haciendo eso nos encontramos con el novio, porque se ha hecho el último de todos y está en los últimos.
Las pequeñas parábolas acerca de lo viejo y lo nuevo –no se puede coser un
pedazo de paño nuevo en un vestido viejo ni guardar vino nuevo en odres viejos–
lo que hacen es subrayar la incompatibilidad del nuevo modo religioso de
proceder (la nueva santidad y justicia) que Jesús practica y enseña, frente a
las viejas prácticas y legalismos morales del judaísmo farisaico. El reino
viene, es una nueva forma de relacionarse Dios con nosotros y nosotros con él,
es gracia, amor, justicia y paz para los individuos y para la sociedad. A la
novedad de este anuncio debe responder una nueva forma de ser. Ésta no puede
consistir en un cambio superficial sino en una renovación radical. Conviértanse, cambien de vida, porque el
reino de los cielos ya está cerca (4,17). Este cambio implica despojarse de
las propias seguridades del pasado y abrirse a la perspectiva de una fe que se
demuestra en el amor y el servicio.
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