P. Carlos Cardó SJ
Milagros de San Ignacio de Loyola, óleo sobre lienzo de Peter Paul Rubens (1617), Museo Historia del Arte, Viena, Austria |
En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a su casa.
Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".
Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es del demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
Los discípulos preguntan a Jesús del sentido de la parábola de la cizaña en el campo. La explicación que les da mueve a asumir con realismo la coexistencia del bien y del mal no solo en el mundo, sino también en la comunidad de los discípulos, y a obrar con libertad responsable.
La Palabra que cae en el campo es Cristo, grano de trigo que cae en tierra y da fruto. El campo es el mundo, y en él la Iglesia; este mundo que, con todos sus defectos, es la creación de Dios. La buena semilla son los hijos del reino, los que escuchan con corazón bueno y dan fruto. La cizaña son los hijos del maligno. Escuchan al maligno y se hacen hijos suyos. Uno es hijo de lo que escucha. El diablo es el divisor, divide a la persona humana y la separa de Dios, mete división en la comunidad de hermanos. La cosecha es la consumación final del mundo: cuando Dios haya culminado su obra y todo sea uno en él; cuando alcancemos la estatura de Cristo. Llegará el día en que tiempo de las decisiones habrá concluido y sólo quedará el amor que no muere; entonces se pondrá de manifiesto la obra de cada uno y lo que cada uno es. Los justos brillarán como el sol, símbolo de Dios. Serán transfigurados en su gloria.
La parábola exhorta a orientar la propia vida conforme al querer de Dios, que se expresa en su palabra y se condensa, más concretamente, en el mandamiento del amor al prójimo que Jesús nos ha dejado. Quien así procede evita el ser contado en el número de los que causan escándalos o no tienen en cuenta las normas de comportamiento en la comunidad, es decir, obran en contra de la ley de Cristo.
Al mismo tiempo la parábola del trigo y la cizaña contiene una advertencia: la pertenencia a la comunidad cristiana no garantiza por sí sola la salvación. La parábola hace mirar el futuro, al momento final en que quedarán de manifiesto las conductas. La separación no se hará en base a criterios religiosos, sino de acuerdo a la conducta y al obrar conforme al mandamiento del amor a los semejantes. El texto conmueve la seguridad de quienes, confiando sólo en los elementos institucionales o cultuales de la vida cristiana, descuida la ley del amor dada por Cristo. Al mismo tiempo subyace en la base de las palabras de Jesús el misterio de la gracia divina y la libertad humana que siempre están relacionadas. La gracia libera y orienta a la libertad del ser humano y le capacita para responder al bien, pero nunca va a sustituirla. La gracia nos hace más auténticos al orientarnos a obrar siembre como hijos o hijas de Dios.
Sólo al final
se hará el juicio. El texto contiene una exhortación a la paciencia y a la
responsabilidad personal: no podemos juzgar a nadie, hay que ser
misericordiosos para alcanzar misericordia. La persistencia del mal en el mundo
no nos debe llevar al desaliento, pero tampoco nos debe inducir a la
connivencia y complicidad con los corruptos, porque eso hace desaparecer el
amor en el mundo (Mt 24, 12).
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