P. Carlos Cardó SJ
Sacerdote Ajimelec entrega el pan y la espada a David, óleo sobre lienzo de Juan Antonio de Frías y Escalante (1667), Museo del Prado, Madrid |
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: "Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado".
Pero él les respondió: "¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado".
El texto está en relación con la llamada de Jesús a los que andan cansados y agobiados por una religión que oprime las conciencias con el legalismo y sofoca la libertad. Quiere hacer ver que lo importante es el espíritu, no la materialidad de la ley.
La escena es muy sencilla. Los discípulos de Jesús atraviesan con él un sembrado en día sábado. Tienen hambre, arrancan espigas de trigo y se comen los granos. Un grupo de fariseos observan y reaccionan emplazando a Jesús, como responsable del grupo: ¿No te das cuenta que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado? Representan a los sabios y prudentes que pueden conocer lo que está mandado, pero no conocen a Dios ni ayudan a la gente a encontrarse con Dios. Se consideran los puros, con derecho a controlar la conducta de la gente y oprimen a los demás en la red de preceptos y prohibiciones que han tejido, y que a ellos también oprimen. Su mayor preocupación era que todo el mundo cumpliera con el mandato del descanso en día sábado y, para garantizar su cumplimiento, habían especificado estrictamente las treinta y nueve obras que estaban prohibidas en sábado.
Para responder, Jesús adopta el estilo rabínico de argumentación a base de citas de la Escritura, y concluye diciendo que él está por encima del templo y del sábado, y declara que las instituciones religiosas, aun la del sábado, que es la más sagrada, están al servicio de las personas, para ayudarlas a encontrarse con Dios y no para oprimirlas. La autoridad con que da este giro fundamental a la práctica de la religión y de la moral aparece como entrelíneas, entretejida en la relación que hay entre su persona y los temas santos de la Escritura que toca en su argumentación: la realeza de David, el templo, los panes de la ofrenda, el descanso sabático y las prerrogativas de los sacerdotes.
En primer lugar, está la alusión a David, el rey santo, que prefigura al Mesías-rey por venir. Jesús es descendiente suyo, heredero de su trono, pero quien llevará a plenitud el significado y contenido de la realeza de Dios. En segundo lugar, el templo, la casa de Dios. Jesús es el nuevo templo; en él y por él el hombre tiene acceso real y directo a lo sagrado, porque él es la morada de Dios con nosotros, Emmanuel. El nuevo templo, que es su cuerpo, será destruido en la cruz, pero se levantará glorioso en la resurrección. Los panes llamados de la proposición se guardaban en el Tabernáculo y simbolizaban la comunión ininterrumpida del pueblo con Dios, autor de los bienes de que gozaba su pueblo; se renovaban cada semana y sólo los podían consumir los sacerdotes. Esos panes eran un tímido anuncio del verdadero pan del cielo, que es el cuerpo de Jesús entregado para que quien lo coma tenga vida eterna. Por último, los sacerdotes: eran los que tenían acceso al tabernáculo y ofrecían a Dios los sacrificios de alabanza o de expiación, para lo cual eran ungidos con aceite (Ex 29,7). Con Jesús se abre para todos, el acceso a Dios. Él es el ungido y consagrado, capaz de ofrecer el único sacrificio que borra los pecados del mundo y une a Dios con nosotros.
En la
argumentación de Jesús se ve que la presencia de David fue la que legitimó la
acción que realizaron sus compañeros al comer los panes, que sólo podían comer
los sacerdotes. Asimismo, la presencia de Jesús es lo que legitima la acción de
sus discípulos que está prohibida en sábado. En el caso siguiente, Moisés
exoneró a los sacerdotes del descanso sabático porque se dedicaban al cuidado
del templo, que está por encima del sábado. Por su parte, Jesús, declarando su
superioridad sobre el templo, hace ver que tiene autoridad para permitir que sus
discípulos coman espigas en sábado. Y para cerrar su argumentación, Jesús cita
al profeta Oseas que afirmó la superioridad del culto espiritual sobre el culto
ritual. Con ello demostraba que los fariseos no cumplían la voluntad de Dios
revelada al profeta. Ellos exigían la observancia rigurosa de prescripciones y tradiciones
humanas, pero descuidaban el mandamiento del amor misericordioso. Jesús, en
cambio, obra como Dios quiere: poniendo por encima de todo la misericordia,
cumple su voluntad. Y para que esto quede claro, sintetiza todo lo dicho con la
afirmación: El Hijo del hombre es señor
del sábado. Si algo es superior al sábado eso sólo es Dios. Jesús
reivindica para si tal superioridad, y con esa autoridad relativiza todas las
leyes religiosas, subordinándolas a lo más importante en la vida: el amor misericordioso
al prójimo.
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