P. Carlos Cardó SJ
Parábola de los viñadores asesinos, ilustración de Eugène Burnand, publicada en “Les Paraboles”, publicada por los editores frances Berger-Levrault (1908) |
Jesús entonces les dirigió estas parábolas: 'Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después a unos trabajadores y se marchó al extranjero.
A su debido tiempo envió a un sirviente para pedir a los viñadores la parte de los frutos que le correspondían.
Pero ellos lo tomaron, lo apalearon y lo despacharon con las manos vacías.
Envió de nuevo a otro servidor, y a éste lo hirieron en la cabeza y lo insultaron.
Mandó a un tercero, y a éste lo mataron. Y envió a muchos otros, pero a unos los hirieron y a otros los mataron.
Todavía le quedaba uno: ése era su hijo muy querido. Lo mandó por último, pensando: 'A mi hijo lo respetarán.
Pero los viñadores se dijeron entre sí: 'Este es el heredero, la viña será para él; matémosle y así nos quedaremos con la propiedad.
Tomaron al hijo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
Ahora bien, ¿qué va a hacer el dueño de la viña? Vendrá, matará a esos trabajadores y entregará la viña a otros.
Y Jesús añadió: '¿No han leído el pasaje de la Escritura que dice: La piedra que rechazaron los constructores ha llegado a ser la piedra principal del edificio.
Esta es la obra del Señor, y nos dejó maravillados?'
Los jefes querían apresar a Jesús, pero tuvieron miedo al pueblo; habían entendido muy bien que la parábola se refería a ellos. Lo dejaron allí y se fueron.
La expulsión de los mercaderes del templo hecha por Jesús ha sido interpretada por los sumos sacerdotes y los doctores de la ley como una acción provocadora. Se han decidido entonces a buscar el modo de acabar con él. Jesús advierte una vez más que serán capaces de levantar contra él al pueblo para darle muerte, consumando así la ruptura de Israel con el Dios que lo escogió para ser luz de las naciones.
En ese contexto, Marcos relata la parábola de los viñadores homicidas. A diferencia de la versión que dan de ella Mateo (21,33-46) y Lucas (20, 9-19), no concentra su atención en el plan de Dios rechazado por Israel, sino en la figura del heredero, el hijo amado, el predilecto –tal como apareció en el bautismo (Mc 1,1) y la transfiguración (Mc 9,7)– y cuya muerte cruenta cambiará el destino histórico de Israel y será fuente de vida eterna para cuantos creen en él. La agresividad de los viñadores contra los enviados por el señor de la viña aparece in crescendo: golpean, ultrajan, asesinan. El hijo amado será ultrajado, golpeado y asesinado por los que han pretendido adueñarse de la viña.
Todo el relato confluye en la pregunta: ¿Qué hará el dueño de la viña con esos viñadores? La Biblia da una respuesta en el canto de Isaías 5, citado por Marcos: Dios juzga y castiga la infidelidad de su pueblo. Pero el relato evangélico va más allá: por rechazar al Hijo de Dios, anunciador y portador del Reino, el pueblo de la antigua alianza perderá su rol histórico, quedarán superados los privilegios raciales y culturales del judaísmo y la salvación será ofrecida a los extranjeros.
La cita del Salmo 118, aplicado a Cristo, ilumina este planteamiento y lo amplía mucho más. Hace ver que Jesús es la piedra rechazada por los arquitectos que ha venido a convertirse en la piedra angular de la que todo depende. Debe, por tanto, ser reconocida y aceptada. Cristo resucitado será la piedra angular del nuevo templo que Dios construirá, la humanidad nueva. El plan de Dios, lejos de ser anulado por la maldad de los hombres, se realizará.
Los sumos sacerdotes y doctores que escuchan la parábola entienden muy bien sus imágenes, pues tienen resonancias bíblicas que ellos conocen: la viña es el pueblo de Dios; su dueño es el mismo Dios; los viñadores son ellos, los jefes del pueblo; los siervos enviados son los profetas; los frutos que se esperan son la fidelidad a la alianza; el hijo resulta ser Jesús, pues así se ha presentado ante ellos; y los otros a quienes se les dará la viña son los gentiles. Vieron, pues, que la parábola iba dirigida a ellos. Quisieron capturarlo, pero lo dejaron y se fueron porque temieron a la gente.
Según la mentalidad judía de la época, respaldada por diversos pasajes de la Escritura, y que el mismo Jesús expresa (pero que Mateo pone en labios de los judíos y no de Jesús. Cr. Mt 21,41), no se podía esperar sino el castigo divino contra esos malvados que darían muerte al Hijo inocente. Sin embargo, los pensamientos de Dios se revelarán más tarde, en la pasión de Jesús. Allí quedará de manifiesto que el Dios de Jesús no piensa en penas contra culpas ni en castigos contra delitos, no se queda en la lógica de la justicia humana vindicativa de dar a cada cual lo que se merece, no sabe lo que es vengarse ni puede dejar de amar, pues no sería Dios, sino un simple hombre. Su justicia es de otro orden: hace triunfar el amor sobre la maldad. Eso significa que la piedra descartada por los hombres se convierta en piedra angular. En su Hijo muerto, Dios hará triunfar su amor salvador como oferta última, extremada, para la salvación de los perdidos, de los rechazados y aun de sus propios verdugos. Si fuese sólo un hombre se quedaría en la sentencia de condenación. Por ser Dios, hace que del mismo mal cometido por ellos surja triunfante la vida. Esto lo entenderán los discípulos en la mañana de la resurrección.
La parábola debe
hacer pensar también a la comunidad cristiana, pues en el comportamiento de sus
miembros y de sus instituciones puede reproducir la misma pretensión de los
judíos del tiempo de Jesús de poseer el reino de Dios o de hacerlo depender de
los méritos propios. La Iglesia no puede olvidar que está más bien a su
servicio. Por eso, peregrina hacia él, ella se ha de esforzar por anunciar a
todos la salvación y ofrecer en medio del mundo un espacio de misericordia en
el que todos pueden ser acogidos.
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