viernes, 7 de junio de 2024

El corazón de Jesús (Jn 19, 31-37)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jesús es atravesado en un costado por la lanza de un soldado romano, fresco de Fra Angélico (1437-1446), Museo de San Marcos, Florencia, Italia

Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, se dieron cuenta de que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 

Si le quitamos al culto del Corazón de Cristo todo retoque sentimental, podemos ver que es una forma efectiva de dirigirnos a lo más central y vital de la persona de Jesucristo: su amor, simbolizado en su Corazón. Él nos revela el amor con que el Padre ha amado al mundo, el amor del Hijo que se ha entregado por nosotros y el amor del Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones. El culto al Corazón de Jesús proclama que Dios es amor, que Dios tiene un corazón. 

El Corazón traspasado de Jesús nos pone en la escena de la herida de su costado (Jn 19,37; Zac 12,10). En la sangre y el agua que brotan de ella, se revela la vida que Jesús gana para nosotros en su muerte, que es el extremo del amor con que nos ha amado. Mirar al que atravesaron es desear tener sus sentimientos para poder sentir lo que hiere a su Corazón, es decir, la situación de tantos hombres y mujeres que sufren material o espiritualmente, y necesitan de nosotros. Y desde su dimensión eclesial, la mirada al Corazón traspasado es el recuerdo constante de que la Iglesia tiene la misión de hacer visible en el mundo el amor misericordioso de Dios, tal como Jesús la manifestó. 

El Papa Francisco ha dejado establecido como criterio de veracidad y validez el principio misericordia: es verdad y es válido aquello que brota de la misericordia y hace sentir misericordia. Lo contrario no es aceptable y debe reformarse de raíz. La Iglesia no es autorreferencial. Su centro no está en ella misma, sino fuera de ella, allí donde la gente sufre y muere. Por eso está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias geográficas y existenciales, aun haciéndose vulnerable, porque es preferible una Iglesia “accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49). Así, la Iglesia hace visible en el mundo al Corazón de Cristo. 

El culto al Corazón de Jesús nos lleva a ser hombres y mujeres de corazón traspasado, que viven y mueren por transformar la sociedad según los designios de su Corazón; viven y mueren por desterrar toda forma de violencia y construir la paz, cambiar la injusticia por la justicia que brota de la fe, el egoísmo por el amor solidario. 

Y porque sabemos que el Señor acoge todas nuestras oraciones en su Corazón, le decimos hoy con entera confianza:

Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, en la acuciante necesidad de esta hora, nos acercamos como el discípulo del evangelio y te rogamos: Enséñanos a orar. Necesitamos orar para sostener nuestro amor y nuestra esperanza, para poder sentir tu presencia y tu providencia, para poder vivir aquella tranquilidad que infundías en tus discípulos cuando en los momentos de peligro o de lucha les decías: No tengan miedo.

Corazón de Jesús, en quien habita la plenitud de la divinidad. Tú te abajaste hasta nosotros y te hiciste uno de nosotros hasta la vulnerabilidad, la debilidad, la sangre, el sudor y las lágrimas. Hoy llevas todavía tus heridas y tu corona de espinas en los cuerpos doloridos de nuestros hermanos y hermanas enfermos. Haz que mientras haya dolor, pobreza y muerte en nuestro país y en el mundo, nos duelan el confort, la frivolidad, la insensibilidad y el egoísmo.

Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor. Danos la fuerza de tu Espíritu de la generosidad y de la entrega, sin cálculos ni cobardías, para llegar a amarte como el mayor amor de nuestra vida y amarte en nuestros hermanos como a nosotros mismos. Tú dijiste que era más bello dar que recibir. Haz que entreguemos todo, aun nuestro tiempo y nuestras fuerzas por la vida de nuestro pueblo, dispuestos a los grandes gestos de generosidad y a los pequeños servicios cotidianos.

Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra, toda nuestra confianza la ponemos en ti. Tú nos hablas de un “más allá de toda esperanza”, tú nos haces capaces de mantenernos firmes por encima de toda esperanza, tú mantienes la dirección de todos los caminos y los conduces a nuestro bien, por eso sabemos de quién nos hemos fiado. Haz, Señor, que ni el difícil momento que pasamos ni cualquier circunstancia, encrucijada o tiniebla sea capaz de arredrarnos. Que estemos siempre seguros de ti por encima del temor y del dolor, porque esperamos también que nos mantendrás en la confianza.

Corazón de Jesús, digno de toda alabanza. Concédenos como gracia especial que estén siempre presentes en nuestro recuerdo y en nuestra posible colaboración, aquellos hombres y mujeres, que con el corazón en la mano, distanciados de sus familias y de lo más querido, asumiendo el más inminente riesgo de contagio, sostenidos sólo por tu gracia, hacen su guardia silenciosa en la primera línea de los hospitales y dispensarios, donde termina la frontera de la salud y comienzan las sombras de la enfermedad y de la muerte. Hazles sentir el latido del corazón con que los amas y dales la garantía de que no quedarán sin recompensa.
Corazón de Jesús, salvación de los que en Ti esperan y esperanza de los que en ti mueren, que la idea del cielo, real y concreta, tal como tú nos la enseñaste, llene de luz esta oscura etapa de nuestro viaje por la tierra enferma y desierta. Aparta de nosotros el miedo al futuro porque para los que te aman, todas las cosas contribuyen al bien y toda crisis abre una nueva oportunidad si sabemos enfrentarla con espíritu resuelto y solidario.

Corazón de Jesús traspasado por una lanza, que tu Iglesia, nacida de tu costado abierto, se muestre a la altura de los grandes desafíos y exigencias del momento presente para que pueda demostrar que es a través de ella como tú quisiste ser para nosotros camino, verdad y vida, salvación y santificación.

Corazón de Jesús, tú cargaste con nuestros dolores y sufriste nuestras enfermedades, tú pasaste por el árido desierto, soportaste el odio y la incomprensión, la sed y la desolación; tú que con tu amor extremado en el Viernes Santo -que te hizo hasta sentirte abandonado de tu Padre- abriste una brecha en el sufrimiento humano y un camino nuevo en el morir: haz que comprendamos el sentido del dolor, sobre todo de los inocentes y de los vulnerables. Y para comprenderlo ayúdanos, Señor, a tener los mismos sentimientos de tu Corazón traspasado, pues sólo siendo también nosotros hombres y mujeres del corazón traspasado, seremos en verdad hombres y mujeres para los demás en esta hora de dolor que vive tu mundo y a la hora de nuestra muerte.

Corazón de Jesús, principio y fin, alfa y omega, Rey y centro de nuestros corazones, clamamos a ti desde este mundo atribulado, golpeado y herido por la pandemia, que nos hagas ver tu reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Ven, señor Jesús.

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