domingo, 2 de junio de 2024

Corpus Christi – Fiesta del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (Mc 14, 12-26)

 P. Carlos Cardó SJ 

Institución de la Eucaristía, óleo sobre lienzo de Ercole de’ Roberti (Ercole da Ferrara), (1480 aprox.), Galería Nacional de Londres, Inglaterra

El primer día de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus discípulos le dijeron: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Cena de la Pascua?".
Entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos y les dijo: "Vayan a la ciudad, y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre y digan al dueño: El Maestro dice: ¿Dónde está mi pieza, en que podré comer la Pascua con mis discípulos? El les mostrará en el piso superior una pieza grande, amueblada y ya lista. Preparen todo para nosotros".
Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad, encontraron las cosas tal como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce.
Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: "Tomen; esto es mi cuerpo".
Tomó luego una copa, y después de dar gracias se la entregó; y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre. En verdad les digo que ya no beberé más del fruto de la vida hasta  el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios".
Después de cantar los himnos se dirigieron al monte de los Olivos. 

La Iglesia revive el misterio del Jueves Santo. Agradecemos el regalo que Jesús nos dejó antes de su pasión: la Eucaristía. Jesús nos mandó celebrarla: Hagan esto en memoria mía, nos dijo. Al cumplirlo, celebrando la Santa Misa, Cena del Señor, hacemos el memorial de su vida entregada, de lo que padeció por nosotros en la cruz y de su victoria en la resurrección: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. 

Con los actos sencillos de ofrecer un pedazo de paz y una copa de vino, y con esas sencillas palabras: Esto es mi cuerpo..., mi sangre”, hacemos presente todo lo que Jesús es y todo lo que nos da. Lo que significa la Eucaristía no lo podemos experimentar de una vez: en ella recordamos la despedida de Jesús, se actualiza el sacrificio de su vida, damos gracias, y nos unimos todos como un solo cuerpo (la Iglesia), comulgando en su Cuerpo y en su Sangre. Allí se condensa todo lo que creemos, esperamos y amamos; por eso la Eucaristía es norma de vida del cristiano y de la comunidad. 

No podemos dudar: lo que Jesús hizo y nos mandó hacer en memoria suya no fue un simple rito, una simple ceremonia, una representación. No tiene sentido celebrar la Eucaristía como una mera costumbre piadosa. Es toda nuestra vida la que debe hacerse una memoria viva del Señor, porque comemos su cuerpo y bebemos su sangre. La liturgia cristiana es la vida hecha “eucaristía”, vida en comunión con Cristo y comunión entre nosotros, vida hecha acción de gracias por todo lo que Dios nos da y que debemos compartir, vida hecha servicio conforme al mandamiento nuevo del amor. Eso es lo que Jesús nos mandó cuando, después de lavar los pies de sus discípulos y después de partir el pan y ofrecer el cáliz, les dijo ¡Hagan esto! 

Comulgar, alimentarnos con el Pan de Eucaristía es permitir que nuestras personas sean arrastradas por el dinamismo de amor y servicio que vence al egoísmo y a la injusticia del mundo. Comemos el cuerpo del Señor para superar los obstáculos que nos impiden amar. No tener en cuenta esta verdad: que comulgar con Cristo lleva indisociablemente a comulgar con los hermanos, es “comer y beber sin discernir el Cuerpo” y, por tanto, es “comer y beber su propio castigo”. Cuando no se capta esta amplitud de la presencia del Señor en la Eucaristía y en los hermanos, entonces sucede lo que en Corinto: una comunidad dividida, a la que Pablo echa en cara “no apreciar el Cuerpo del Señor” y, por eso, celebrar algo que “ya no es la Cena del Señor” (1 Cor 11,20). 

No podemos dividir lo que Jesús ha unido: el “sacramento del altar” y el “sacramento del hermano”. “El descubrimiento de Jesús en los que sufren es parte tan real de este culto como son las especies de pan y de vino” (Joseph Ratzinger: Introducción al Cristianismo). Se da aquí el criterio para comprobar la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas. 

Así lo decía el gran doctor de la Iglesia, San Juan Crisóstomo: «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: “Esto es mi cuerpo”, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: “Tuve hambre y no me disteis de comer”, y más adelante: “Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer” [...]. ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo» (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 50, 3-4: PG 58, 508-509). 

Hagamos nuestros los sentimientos que tuvo Jesús al instituir este Sacramento de su amor y digamos también nosotros nuestra acción de gracias. 

- Gracias, Padre, por el pan que nos das. Creador de todo, tú eres la fuente de la vida. Padre bueno, tú alimentas a todas tus criaturas.

- Te damos gracias porque, por medio de este pan y de este vino podemos asociarnos a tu obra creadora e imitar tu generosidad, compartiendo nuestro pan con nuestros hermanos más necesitados.

- Gracias, Padre, porque al comer de este pan, nos convertiremos nosotros mismos en pan para la vida del mundo. Gracias por darme la vida, que puedo transformar en una vida al servicio de los demás.

- Somos muchos pero compartimos un mismo pan, tu cuerpo, Señor Jesús. Ayúdanos a realizar tu deseo supremo: que seamos uno para que el mundo crea. Para que sea efectiva la unidad, fortalece nuestra lucha por la justicia, nuestro diario quehacer por superar tantas diferencias que humillan a nuestros hermanos pobres frente a los demás y contradicen el amor que afirmamos tenerte.

- Te adoramos en la Eucaristía, confesamos que en ella estás conmoviendo nuestro corazón, cambiando nuestras actitudes, uniéndonos íntimamente a ti, hermano y Señor de todos.

- Hoy de manera especial, demostramos nuestra adoración, respeto y gratitud a tu Cuerpo entregado y a tu Sangre derramada. En tu pasión y muerte tú llevaste nuestras enfermedades y cargaste con nuestros dolores (Is 53, 4), quedando identificado para siempre con todos los que padecen y sufren en el mundo. Hoy, Señor Jesús, tu cuerpo, del que forman parte los cuerpos de todos nuestros hermanos y hermanas, pues somos miembros tuyos y tú eres nuestra cabeza, sufre los estragos de la calamidad que nos agobia. Tu cuerpo abraza los de muchísimos hermanos y hermanas, que han caído entregando sus vidas en el servicio a los enfermos, imitando tu ejemplo de entrega total y siguiendo las huellas de tu pasión. Tu cuerpo muerto y sepultado abraza también y glorifica innumerables cuerpos de los que han muerto a consecuencias de la pandemia y han sido sepultados lejos de sus familias, sin el duelo que corresponde a su dignidad. Hoy honramos su memoria al honrarte a ti. Haz que siempre te veamos presente en los que sufren para poder oír de tus labios cuando nos encontremos contigo: Vengan, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer…, estaba enfermo y me visitaron.

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